En noviembre de 2016 el Ministerio de Educación puso en marcha un servicio gratuito de atención telefónica para víctimas de acoso escolar. Durante su primer año de funcionamiento se notificaron a este teléfono 269 casos desde Galicia, pero solo 12 fueron comunicados a Inspección Educativa. Es decir, solo el cuatro por ciento son trasladados a los inspectores. La organización Amnistía Internacional ha investigado las razones de por qué ocurre esto mediante entrevistas a padres, adolescentes y profesores en la comunidad gallega y en Extremadura. Y ha concluido que fallan los protocolos para evitar estos abusos. Advierte que cuando no hay agresión física, el resto de casos de acoso como los insultos, el hostigamiento o la exclusión social "pasan desapercibidos" y denuncia que la formación del profesorado para dar respuesta a las víctimas es "insatisfactoria".

En su opinión, los casos de acoso escolar que se denuncian son solo la punta del iceberg. "Las estimaciones oficiales no captan esta situación en toda su extensión", advierte esta ONG.

Y así lo han constatado en entrevistas con la comunidad educativa. "Si os dicen que el acoso escolar no existe es porque no conocen la verdad o porque la están ocultando", explica Pura Prado, directora de un centro escolar en Ribeira (A Coruña).

Amnistía Internacional denuncia que las autoridades intentan minimizar el problema. Así explican que representantes de la inspección educativa de Extremadura les trasladaron que "los niños exageran a veces la gravedad".

Pero en Galicia los profesores no están de acuerdo con esa visión: "¿Deberían los niños tener la piel más gruesa? Quizá. Como maestro, yo preferiría que me acusaran de preocuparme demasiado y no de ignorar el sufrimiento de uno de mis alumnos", explica Javier Rouco, maestro de Primaria.

Por su parte, los jóvenes sienten que no tienen apoyos y optan por guardar silencio. "No queremos agobiar a nuestros padres", dice uno. "No hay contacto personal con la mayoría de los profesores", lamenta otro.

El informe recoge, en primera persona, el caso de Damián, un joven gallego que ahora tiene 18 años pero que recuerda como sufrió acoso escolar cuando estaba en el instituto. "Me acosaban porque no jugaba bien al fútbol y prefería jugar con las niñas", explica. "Durante meses, pensé que era normal. A alguien tenía que tocarle. Mala suerte si era yo", relata. Pero las cosas empeoraron y uno de los chicos le rompió el brazo al empujarlo por unas escaleras: "solo cuando la angustia pudo con mis ganas de aprender entendí que no era justo". A pesar de ello no lo denunció. "¿Quién me ayudó? En realidad, nadie. Me las arreglé solo", admite.

Pero también los padres critican que se les dé la espalda. M. G. tiene 45 años y su hijo Dawa, que nació en Etiopía, sufrió los insultos racistas de sus compañeros. "Los niños le llamaban negro y negrata", denuncia. La madre recurrió a la orientadora del colegio hasta que llegaron los recortes y desapareció este servicio. "Nos fallaron totalmente", lamenta.

Algo parecido denuncia Carmen, madre de otro niño víctima de acoso. Lo pusieron en conocimiento del colegio y se puso en marcha el protocolo pero concluyeron que no era un caso de acoso escolar porque "no había señales físicas" y "no observaron un desequilibrio de poder" entre la víctima y el grupo de acosadores. "Uno de los profesores me dijo que mi hijo tenía que aprender a controlar sus emociones para evitar mostrarse débil ante el grupo", se queja Carmen. "Mi hijo y yo nos sentimos totalmente abandonados por el centro", denuncia.