Cuando Gerardo Fernández Albor (Santiago, 1917) era adolescente, cualquiera que quisiera "ser alguien" en la que ahora es la capital gallega (gracias a que así se decidió durante su primera legislatura) tenía que escoger entre convertirse en "un gran médico" o un canónigo. Su vocación universitaria y el gusto por la Biología le animaron a la primera opción, en la que llegó a adquirir fama como especialista en cirugía general y digestiva, una labor clínica que conjugaba con su participación en varias sociedades científicas. Pero en el verano de 1981 su destino dio un vuelco y colgó la bata blanca para enfundarse el traje de político que siempre presumió de dialogante.

Suele decirse que la responsabilidad de ese tránsito recayó en Manuel Fraga, quien no obstante, lo apostó todo a su propia imagen personal en una campaña con el lema "galego coma ti". Tres meses antes de los primeros comicios democráticos celebrados en Galicia, el 20 de octubre de 1981 (también los primeros tras el intento de golpe de Estado), Alianza Popular no tenía candidato a presidir la Xunta, aunque ya había decidido que el portavoz parlamentario del grupo sería su cabeza de lista por Pontevedra, José Luis Barreiro, un nombre clave en la carrera de Gerardo Fernández Albor, ya que promovió una moción de censura que le expulsó del cargo un año después de que el médico compostelano fundador del clínico La Rosaleda iniciara su segundo mandato.

Cuenta Fernández Albor que aunque la leyenda atribuye a Fraga el haberlo seducido para liderar la lista de A Coruña y optar a ser el primer mandatario de la etapa autonómica escogido democráticamente por el Parlamento gallego, quien le convenció "realmente" fue Augusto Ussía (seudónimo del periodista Felipe Fernández Armesto). En su casa conoció a Fraga, pero fueron él y su mujer, avalados por la esposa del facultativo, quienes le persuadieron para dar un salto que lo llevó a presidir la Xunta en 1982, cuando la Cámara autonómica no tenía ni sede (el cuartel de O Hórreo se adquirió bajo su mandato) y en el Concello de Santiago le prestaron Raxoi para su despacho.

Más de treinta años después Albor recordaba cómo entonces prometió que dedicaría al cargo esfuerzo y trabajo. Las hemerotecas le dan la razón, aunque también demuestran que al cirujano que intervino en la delicada operación de reconstruir Galicia tras la transición le quedó una herida abierta que ni él, ni sus sucesores, lograron suturar del todo: la emigración. Y es que cuando conoció los resultados que le daban la victoria a Alianza Popular -que obtuvo solo 26 escaños de los 71 disputados-. y tras expresar que su "voluntad" era "pensar en Galicia por encima de todo", dejó bien claro y en repetidas ocasiones que su primera tarea como mandatario sería desterrar el cáncer de la emigración y crear puestos de trabajo suficientes en la comunidad, no solo para cubrir a los estudiantes que saliesen de las aulas, sino para los que regresasen de la diáspora.

Así lo indicó en su discurso de investidura en el Pazo de Xelmírez, donde se estrenó un Parlamento con unas "escaleras tremendas" y sin aseos, que después se mudó a Fonseca, y que funcionaba, sobre todo, en horario de tarde, lo que permitía a sus señorías dedicar las mañanas a sus actividades profesionales. Bajo la primera presidencia de Albor en la Xunta y de Antonio Rosón en la Cámara, el Parlamento gallego vivió su configuración más diversa -hasta seis grupos parlamentarios-, pero también fue la época en la que se logró un mayor grado de consenso político, según el periodista Rafael L. Torre.

Como Albor explicó en la obra que conmemoró los 30 años de historia del Parlamento, tuvo un "apoyo muy grande" en su elección como presidente (fue investido con 52 votos a favor, 17 en contra y una abstención el 8 de enero de 1982.). "Pero ahí se acabó todo. Ese respaldo se circunscribió a mi designación", comentaba, y añadía: "Desde el primer momento tuvimos que gobernar en unas condiciones muy precarias, sin medios económicos o administrativos, y también sin el necesario respaldo parlamentario". Pero eso no le arredró. Ante esa "situación de precariedad general", optó por convertirse "en una especie de apóstol de la autonomía". Llevar a la práctica el nuevo modelo, no obstante, no fue fácil. Recuerda cómo los presupuestos de la Xunta ascendían a 320 millones de pesetas y solo en personal se iban 216. Y eso que entonces solo tenían 2.700 funcionarios transferidos.

Cuando valoraba esa época, aseguraba que se hicieron "muchas cosas con poco dinero" y "siempre" trabajando por la "unidad de todos los gallegos". Muy "satisfecho" se sentía de la ley que permitió crear la radio y la televisión gallegas, aunque durante su primer mandato se aprobaron también con cierto consenso la ley de Normalización Lingüística, del Consello da Cultura Galega, de símbolos de Galicia, del Valedor o de las elecciones al Parlamento. Sin olvidar la que generó un debate que se prolongó hasta bien entrada la madrugada: la que fijó las sedes institucionales.

El periplo de Albor en el Parlamento gallego finalizó con una moción de censura (la primera que triunfó en España) que se empezó a gestar cuando Barreiro y varios conselleiros le presentaron su dimisión y que se concretó en 1987, dando paso al tripartito. Pero su aventura en la política prosiguió en Europa, donde permaneció una década como eurodiputado. Allí las crónicas destacan su papel como presidente de la comisión para la reunificación alemana. Un retrato suyo en el Bundestag demuestra que hizo méritos.

Echando la vista atrás, Albor aseguraba: "Creo que nadie podría reprocharme nada de mi etapa política, porque por amor a Galicia dejé mi profesión".