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Un hombre "dos bos e xenerosos"

Un hombre "dos bos e xenerosos"

En realidad es difícil no ya matizar sino discrepar de la verdad oficial y frente a lo mucho y bueno que con razón se afirmará del presidente Albor, el galleguismo moderado -que es algo mucho más amplio que el simplismo "de derechas"- había sobrevivido a la dictadura de Franco. Cierto que era sólo una parte de los que entendían Galicia de manera diferente a la que se expresaba una vez al año desde los Consejos de Ministros en el Pazo de Meirás, mientras la otra parte se oponía frontalmente y denunciaba "todo aquello", pero fue la brasa que impidió que la llama se extinguiese. Y que 42 años después de que la Guerra Civil impidiese a este antiguo Reino disponer de su Estatuto de Autonomía, otro nuevo fundamentado en aquél le diera a esta Tierra su texto básico y la condición de nacionalidad histórica. Como a Euskadi y Cataluña.

No fue fácil ni obra única del doctor Albor, pero probablemente todo habría sido distinto y peor sin él y sin el colectivo al que pertenecía, Realidade Galega, en la que había gentes confesas de izquierda y de derecha en el que estaban Fernández Albor, Piñeiro y bastantes otros, y en el que convivían con proyectos diferentes, pero con un objetivo común, que era darle a Galicia el rango que siempre mereció. Y que exigió un esfuerzo colectivo desde la sociedad, la política, los partidos recuperados y los recién llegados, los nacionalistas y los meros "galeguistas", para impedir primero el aldraxe de un Estatuto que no equiparaba a la nación de Breogán con la de catalanes y vascos y lograr otro, el que tenemos hoy, que no pocos creen mejorable para actualizarlo.

Pero la tarea exigió de la participación de la calle para lograr su remate, y fue entonces cuando florecieron las nuevas y las viejas rúas con los gritos de "Libertad, amnistía, Estatuto de Autonomía" y el testimonio de apoyo absoluto de las manifestaciones más numerosas hasta entonces nunca vistas. El aldraxe fue rechazado en un referéndum sin urnas, pero fue lo bastante significativo como para que el Gobierno de Adolfo Suárez, el constituyente, el primero de la democracia, en 1977, rectificase y modificase su primera intención. Empujado también desde dentro, desde la UCD "galleguista", que demostró que también existía un centro de ese carácter, con ese concepto y sobre todo con una considerable capacidad de pragmatismo para admitir equivocaciones y procurar rectificarlas y que había sobrevivido igualmente al franquismo y al Movimiento Nacional.

Esa es la realidad objetiva, en la que caben matices quizá importantes, pero difícilmente negativas globales. Igual que la afirmación siguiente, sobre que era aquella una época en la que se precisaban, más que nunca, hombres "bos e xenerosos" que supiesen dinamizar y practicar la convivencia para, sin olvidar la memoria, avanzar en la reconciliación de las dos Españas que fueron también las dos Galicias. Y en ese momento histórico, en un sexenio fundamental -desde 1981 hasta 1987- este antiguo Reino tuvo al frente de su Gobierno a uno de ellos, a un hombre necesario, bueno, que defendió sus ideas y fue generoso en el respeto a las de los demás. Fue lo que Galicia entera reclamaba en aquel momento y cumplió una tarea que hoy puede parecer sencilla porque aquella política no era el fangal que es hoy, pero que resultaba compleja y difícil, con una aritmética parlamentaria especialmente endiablada en la primera legislatura, entre 1981 y 1985.

Entonces, en la segunda, todo fue diferente. En los cuatro años anteriores, y en la antigua Cámara instalada en el edificio compostelano de Fonseca, el juego democrático había adquirido no sólo la "finezza" de los primeros tiempos, sino la necesidad y hasta la urgencia y la astucia para conjugar la realidad parlamentaria procedente de las urnas con los requisitos para establecer acuerdos de gobierno. En las primeras elecciones, AP se impuso a la UCD y Manuel Fraga, entonces al frente de Alianza Popular, apostó por Fernández Albor para la presidencia de la primera Xunta; fue una elección inteligente porque don Gerardo, además de lo dicho, era un "galego coma nós", alejado del perfil que entonces ofrecía el propio Fraga y que desde luego no estaba conectado visiblemente con el antiguo régimen. Y dio resultado: Realidade Galega, aunque no como tal, entraba de lleno en la realidad gallega y ya nunca se apartaría del escenario político autonómico. Con matices y con diferentes y opuestas ideas, en contienda el galeguismo con el nacionalismo creciente y con el centralismo residual, en pugnas internas y externas, pero con un mínimo común múltiplo: nadie imagina hoy estos Reinos sin esa característica y hasta esa condición, la deque o se acepta la realidad gallega, que imprime carácter, o nadie tendrá algo que hacer aquí.

Pero queda dicho que tras esa primera legislatura todo fue diferente. Las elecciones de 1985 no le dieron a Alianza Popular, desaparecida ya la UCD, la mayoría absoluta; apareció Coalición Galega, procedente de la extinta Unión de Centro, que con 11 diputados tenía la llave de la Cámara. Y en el inevitable tira y afloja acerca de los pactos, el centrismo teórico gallego no resistió el forcejeo y se partió en dos: de un lado la propia Coalición Galega y de otro su escisión, el Partido Nacionalista Galego, supuestamente más progresista. La primera estableció pactos con AP, el segundo pasó a la oposición. Y eso, a la vez que complicó el quehacer parlamentario, enfrió primero y después "quemó" las relaciones del presidente Albor con su vicepresidente, José Luis Barreiro, el hombre fuerte de su gobierno.

Los roces iniciales entre ambos, en teoría provocados por el diferente modo de ver la gestión político/parlamentaria, que provocaba complicaciones en la tarea supuestamente asignada al vicepresidente, se convirtieron en enfrentamientos personales, acompañados por todo tipo de rumores y filtraciones. La situación obligó a intervenir directamente a Manuel Fraga, que convocó a una reunión en un restaurante de Madrid a presidente y vicepresidente de la Xunta. Durante la comida, Fraga propuso una solución a plazo: en las elecciones siguientes, de 1989, AP propondría a Barreiro como candidato a la Xunta y hasta entonces, Albor presidiría y el vicepresidente Barreiro "gestionaría y haría política". Hubo acuerdo.

La situación no mejoró y meses después Barreiro convocó a varios conselleiros y personas de su confianza. La reunión se celebró en el domicilio del vicepresidente con ocasión del cumpleaños de su esposa, y en su transcurso informó al detalle de la reunión y acuerdos con Fraga en Madrid, que consideró que no se estaban cumpliendo por parte de Albor. Después, y tras recabar y obtener el apoyo de los presentes, Barreiro planteó una estrategia de desgaste hacia la figura del presidente que comenzaría en un Consello y que consistiría en negarse a aceptar el nombramiento de un abogado del Barbanza como asesor jurídico de la Xunta. Habría otros episodios coordinados para provocar la dimisión de Albor y su sustitución por José Luis Barreiro, en un plan que partía de la necesidad de crear un ambiente de rumores que contribuyese a deteriorar aún más la imagen de Albor.

"Golpe palatino"

Fue entonces cuando FARO DE VIGO publicó en exclusiva la noticia de lo que era un auténtico "golpe" palatino, y puso sobre aviso al presidente quien, en la reunión de la Xunta de ese mismo día preguntó si era cierta la información y al obtener respuesta afirmativa contactó telefónicamente con Fraga y le expuso la situación. Fraga reclamó a Barreiro y, también por teléfono, le conminó a que desmintiese la noticia, y esperase a que regresara de Baviera y "vaya ahí para resolver las cosas". Barreiro respondió con un "don Manuel, esto no lo puede resolver usted, tengo que resolverlo yo", a lo que Fraga replicó: "entonces daré una carga de caballería y lo sepultaré a usted siete metros bajo tierra". Habló después con Albor, le comunicó su total apoyo, le instó a que aceptase las dimisiones que pediría a los conselleiros afines a Barreiro y anunció que la dirección de AP le respaldaría, datos todos ellos que se cumplieron al pie de la letra.

Tras la crisis, Barreiro y los suyos se fueron, tras ser expulsados de AP, a Coalición Galega previo paso por un partido nuevo fundado por ellos, y Fernández Albor, ganado el pulso, configuró una nueva Xunta con Mariano Rajoy -presidente de la Diputación de Pontevedra- como vicepresidente único. Un año después, Barreiro y González Laxe articularon una moción de censura que proponía al segundo como presidente y a Barreiro como vicepresidente, en cuyas vísperas se produjo una denuncia de AP contra de Barreiro por supuesta concesión ilegal de licencias de juego. La denuncia no impidió la votación y victoria de la moción contra Albor y su sustitución por Laxe en una maniobra en principio desautorizada por Alfonso Guerra y que se permitió tras ser explicada a la dirección socialista en una tensa reunión en Tordesillas. Barreiro fue condenado meses después y renunció a la vicepresidencia.

La carrera de Albor no remató ahí. Elegido eurodiputado, se integró en la Comisión para la reunificación de Alemania, un hito del siglo XX, y posteriormente fue nombrado presidente de honor del PPdeG al que sirvió hasta su muerte, cumplidos los cien, momento en que su partido le tributó un gran homenaje.

Honrado hasta por sus adversarios más tenaces, pasa a la historia de Galicia como un hombre grande, bo e xeneroso.

Descanse en paz.

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