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Galicia: todavía hay bazas que jugar

Feijóo jugará un papel clave en la reforma de la financiación autonómica y sus resultados en las locales podrían dar aire al PP

Galicia: todavía hay bazas que jugar

Cuando empiece a debilitarse el primer efecto de las sorpresa, y el consiguiente enfado y estupor que aún dura a muchos en el PP tras el anuncio de la renuncia del presidente de la Xunta a la sucesión de Mariano Rajoy, es probable que se abra paso el mensaje que, casi en forma de epístola, envió don Alberto Núñez Feijóo a sus correligionarios en la calurosa tarde del lunes compostelano. Y que, quizás ahogada por el ruido, pasó casi desapercibida o, al menos, reducida a una mera nota a pie de página cuando, en opinión de quien esto escribe, puede llegar a ser una declaración de principios e intenciones acerca de cómo ve el responsable del gobierno autonómico el papel de Galicia en el marco general de Estado que habrá de afrontar grandes desafíos.

Es verdad, desde luego, que no va a resultar fácil para el señor Feijóo hacerse oír en el interior de su Partido tras el episodio de su renuncia. Y tampoco en el cuadro exterior general, porque el nuevo Gobierno quedó en manos del PSOE y de un presidente que parece dispuesto a afrontarlo todo con tal de seguir donde está, lo que implica un protagonismo absoluto, que será seguramente capital electoral y que, por tanto, dejará poco espacio para los demás en una política muy compleja sin más huecos en lo regional que el que parece estar grabado a fuego en Sánchez como en su día hizo Zapatero con su prioridad: para don José Luis era acabar con ETA, para el hoy presidente parece resolver el pleito con Cataluña. Aquel casi lo logró; este, ya se verá porque tiene menos tiempo a priori.

En este punto no conviene no llamarse a engaño. El problema de Galicia sigue siendo su levedad política, el hecho de que aun siendo nacionalidad histórica como Euskadi o la Comunidad mediterránea, su peso es muy inferior. Por muchos y variados motivos que no es posible desgranar aquí, pero lo suficientemente serios como para que nadie, ni acá ni acullá, haya conseguido aumentar. Ni con gabinetes socialistas ni con el de Aznar, ni tampoco con el de Rajoy, a pesar de que es "galego coma nós", pero que no se notó demasiado en los grandes asuntos, más allá de las infraestructuras, donde se mejoró ma non troppo. Y es una prueba el dato de que tras siete años de "amistad" se mantienen pendientes de remate o de avances sustanciales varios proyectos estratégicos sin esquema inicial y algunos sin planificar.

No obstante, don Alberto Núñez lanzó en su discurso de hace dos días un órdago y prometió que Galicia no dará ni un paso atrás y que no renunciará al papel institucional que le corresponde; ni siquiera en el aporte de ideas para mejorar el funcionamiento teórico y práctico del Estado. Y aunque habrá que esperar para ver cómo se hará esa apuesta, conviene recordar que este antiguo Reino tiene ya en su haber contribuciones de primera línea: desde aquí salió la protesta de Administración única, también la idea concreta para la reforma del Senado en clave de Cámara de las Autonomías y la Conferencia de Presidentes. Y ya se hizo referencia a la autoidentificación como fórmula para reivindicar lo propio sin condenar o discriminar aquello que no lo es.

Galicia tiene mucho que aportar a la gobernanza de España, entre otras razones porque una parte de las ideas que de aquí partieron no fueron puestas en marcha ni siquiera por el "gobierno amigo" de Aznar, que incluso como responsable del PP no apuró para que se aprobasen en congreso estatal. Y curiosamente fue Rodríguez Zapatero el que rescató una de ellas: la Conferencia de Presidentes, que tuvo una vida breve, aunque no ha sido declarada definitivamente muerta. Y que en su momento sirvió para una anécdota que hoy en día podría provocar un seísmo político: el PP, por medio de Soraya Sáenz de Santamaría, entonces muy joven responsable de Autonomías en el PP, propuso como portavoz del Partido en esa cita a un presidente regional, lo que le valió una estrepitosa regañina telefónica de Manuel Fraga, que le recordó su Presidencia de honor del PP y su condición de titular del gobierno de una nacionalidad histórica. La hoy candidata a dirigir la organización con más militantes -de momento- en España soportó, parece, con espíritu deportivo la indignación de "don Manuel": le hará falta ahora.

El señor Feijóo, pues, tiene mimbres en el terreno de la Política con mayúsculas para hacer realidad que Galicia no dé un paso atrás, como tiene terreno ganado a la hora de defender principios de solidaridad e igualdad entre las Comunidades a la hora de elaborar un nuevo modelo de financiación autonómica. Por su iniciativa se creó una alianza entre gobiernos regionales socialistas y populares en la que, según todos los pronunciamientos de unos y otros, la "comunión de ideas es total y la armonía y objetivos, también". Puede que no sea lo mismo que poner una pica en Flandes, pero a fe que sí es un paso adelante, sobre todo para garantizar un frente común ante los riesgos anunciados de que se opte por un esquema que pudiera ayudar a "resolver" la cuestión catalana al estilo tradicional: pagando.

En todo eso tiene, y conviene insistir, el señor Feijóo un arsenal de conceptos muy bien nutrido que demuestra su valía por la sencilla razón de que ha sido utilizado poco por los diferentes gobiernos; todo su contenido sigue siendo válido. Incluso en la esfera de las competencias europeas y sus representaciones nacionales. Fue Galicia el origen de la idea, que no se ha abandonado, de que las Comisiones de la UE especializadas en diferentes sectores de la economía continental tuviesen presencia de Comunidades españolas, que asistirían cuando se tratasen asuntos de su especial interés. Pesca, Agricultura etcétera tuvieron así voz y presencia activa de los intereses gallegos, ejerciendo una defensa -o una ofensiva- de sus habitantes y, sobre todo, de sus productores. Y seguramente nadie podrá discutir la oportunidad actual de hacerlo, de mantener en vigor la idea para de esa forma contribuir a la prosperidad y el equilibrio de una UE que en este tiempo parece amenazada por diferentes enemigos.

Pero Galicia tiene, en el terreno interior del PP, un salvoconducto para resistir incluso la supuesta hostilidad de quienes alcanzasen la dirección del Partido en el congreso de julio. Y no solo porque sigue siendo la única Autonomía española, y por supuesto con gobierno Popular, que tiene la mayoría absoluta, sino que una eventual pérdida resultaría seguramente funesta para la presencia del PP en España. Y no es una exageración: la nueva dirección, sea cual fuere, podría tener una fecha de caducidad según el resultado, dentro de un año, de las elecciones municipales y autonómicas. Un serio revés allende Pedrafita podría significar un cambio en las personas, las ideas y las estructuras, y Galicia, que en principio tendrá sus comicios más tarde, seguiría siendo el referente político del centro derecha, y con mayor motivo. Sobre todo ahora que Madrid está en el alero. Y aunque parezca ciencia ficción, esa hipótesis, para nada inverosímil, podría ser otra de las muchas bazas que a este antiguo Reino todavía le quedan por jugar.

¿O no...?

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