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El relato social tras la basura

Los gallegos de la última década generan menos residuos, pero mientras que lo orgánico decrece, el plástico gana terreno

Interior de las instalaciones de Sogama, donde se separan los residuos. // Xoán Álvarez

Después de 25 años gestionando el transporte, tratamiento y valorización de los residuos de la mayor parte de los ayuntamientos gallegos -el 95%- los ojos de Sogama retienen una radiografía sociológica única y particular de Galicia: aquella que nos describe tanto por lo que desechamos como por el cuidado que ponemos en ello.

Puesto que en los últimos años el nivel de compra se redujo proporcionalmente al adelgazamiento de la cartera, lo primero que destaca en una fotografía de flash reciente es la disminución en los niveles de lo que se descarta. No por casualidad entre los años 2009 y 2015, el total de residuos recibidos por la red de plantas de la compañía cayó un 9,5%, pasando de las 890.098 toneladas del comienzo del periodo a las 805.355 del extremo final.

Con todo, junto al reflejo de la hendidura de la crisis, que a partir de 2008 arrastró la caída de los índices de recogida hasta el 12,4%, la ampliación de los horizontes de análisi, desde la superficie del tiempo corto a lo que se esconde en las profundidades tras la porquería, revela la necesidad de interpretar desde otras categorías.

La morfología del residuo, por ejemplo, es una de ellas. Una mirada a la evolución de la última década, descubre sospechas: la plastificación de nuestros hábitos alimentarios desahució de a pocos a las tradicionales compras a granel, antes tan notorias en los ahora menguados niveles de materia orgánica generados. El peso cada vez menor de la compra de proximidad frente a la omnipotencia de las grandes superficies comerciales, por su parte, es patente en los logos corporativos de las cientos de miles de bolsas que cada año incrementan su presencia entre nuestros desperdicios.

Las cantidades de residuos contenidos en la bolsa negra, aquella a la que se deben destinar los residuos orgánicos y no reciclables, no mienten al respecto. Desde 2009, disminuyeron un 10,15%, impulsadas, en buena parte, por los aprendizajes en torno a la economía del aprovechamiento surgidos entre las imposiciones de la escaseza.

Además de la redefinición colectiva del desperdicio, el empacado le echa un pulso cada vez más fuerte al fresco de la tierra. Las cantidades de basura ubicadas en las bolsas amarillas -latas, bricks y envases de plásticos- se incrementaron en un 22% desde 2009, pasando de las 17.464 a las 21.344 toneladas/año.

Por otra parte, la basura se metamorfosea a la par que los ciclos de consumo del calendario. Si durante la época estival manda la cerveza y lo envasado, en Navidad los envoltorios de regalos se disparan tanto como el vidrio, protagonismo selecto de botellas de champán y vino mediante. Semanas antes, el magosto ya hace lo suyo. Las castañas invaden la planta de recuperación de materiales pesados, saturando los ritmos de procesado del resto del año.

Finalmente, la idiosincrasia del residuo es como la cantinela del microclima en Galicia: cada zona geográfica tiene la suya. Aunque los márgenes son estrechos, en la costa y donde el censo engorda el monopolio del plástico se hace mucho más patente que en las provincias del interior: cuanto mayor es la proximidad con el mar , también es más grande la cantidad de gaseosas, refrescos y envases.

La homogeneidad hace su aparición en lo que a prácticas de reciclaje se refiere .Aunque la evolución es positiva, la evaluación apunta al mero aprobado. Cerca de un 25% de lo que se ubica en una bolsa negra es material susceptible de ser separado en los contenedores de recogida selectiva. Mucho vidrio pero también textiles, escombros , madera o, incluso, bengalas de embarcaciones y motocicletas logran colarse allí donde no debieran.

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