Miguel Ángel Escotet, de familia ástur-leonesa y sellos de medio mundo en su pasaporte, preside desde hace tres años el patronato de la Fundación Galicia Obra Social (Afundación). Con un currículo de varias páginas en el que se acumulan tres licenciaturas, un Doctorado en Filosofía e incontables cargos, entre los que se puede destacar el de director de la cátedra UNESCO de Historia y Futuro de la Universidad, es también rector del Instituto de Educación Superior Intercontinental de la Empresa (IESIDE), universidad privada heredera de la Escuela de Negocios de la extinta Caixanova.

Escotet, que propone un viraje de 360 grados en los principios que guían a la universidad para lograr que responda a las necesidades de formación del mercado, se autodenomina como"un poco radical" en algunos de sus planteamientos: "Prefiero un país educado hasta donde se pueda que uno ignorante. Por eso a mí no me preocupa si tenemos defecto o exceso de titulados, si no aquellos que quieren estudiar y no pueden cumplir con sus vocaciones y deseos", defiende.

Su crítica ataca, en primer lugar, la concepción "terminal"que -aunque en su opinión "solo da la partida de defunción"-actualmente guía la visión "habilitante"de los estudios del sistema universitario español:"Un título de médico capacita para ser médico 'hoy' pero no garantiza que tiempo después este en condiciones de seguir ejerciendo",explica.

Para Escotet, frente a la asunción generalizada de que obtener un título equivale al fin del proceso de aprendizaje, debe reivindicarse la educación como "un proceso permanente".No solo en el caso de los "aprendices", advierte, sino también en el de los docentes, a los que pone la tarea de tener "el deseo" de aprender y seguir formándose a largo de la vida puesto que, puntualiza, esto no siempre ocurre. Es más, señala que le "perturba" que los profesores no acudan a las prácticas que sí realizan sus estudiantes. "Para que la universidad de el salto, tiene que saltar primero dentro de sí misma".Si esto no ocurre, alerta, "la sociedad tampoco se innova a sí misma"

Como obstáculos a esas transformaciones, Escotet, que dice no distinguir "entre universidades públicas o privadas sino entre buenas y malas" , señala la estructuración "napoleónica" de esta institución -a la que considera "la más tradicional"de toda la estructura social-,observable en las "aristocracias" salariales entre profesores y en la burocracia, que impone a la academia unos ritmos demasiado lentos como para poder adaptarse a los cambios que se producen en la sociedad.

Con todo, Escotet no limita al perímetro de los campus la responsabilidad de la falta de "fusión" entre las necesidades del mundo empresarial y la oferta de formación universitaria. El profesor cree que no se puede exigir a las instituciones académicas que adapten su oferta de estudio a las necesidades del mercado con una visión a largo plazo cuando las propias empresas a veces desconocen como van a operar en el tiempo corto.

Otro de los problemas, según Escotet, que "aprendió el valor del error" tras estudiar Ingeniería de Minas y descubrir que lo suyo, en realidad, era la Psicología Clínica, es la falta de costumbre a la hora de asumir riesgos: "España es un país de funcionarios. Todos queremos seguridad pero los empleos los generan los emprendedores".Por ello, defiende que junto con "la pasión" que debe poseer todo aquel que quiera encontrar un puesto de trabajo,exista también "compasión".

Con ello, alude a la necesidad de que, a pesar de que la sociedad "penaliza el error", las empresas deben dar segundas e incluso, terceras oportunidades a sus trabajadores."Nos centramos en la formación del talento, olvidando la del talante", sostiene.En ese sentido, recalca la necesidad de que"todo el mundo aprenda a mancharse las manos de grasa"