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El poso de una lucha que no tiene edad

Para Luís González "Ferreiro", histórico dirigente comunista vigués, la incorporación del partido al sistema frenó su objetivo de ruptura democrática - Ángela Serantes, de la Xuventude, defiende la vigencia del proyecto

Ángela Serantes y Luís González, militantes del Partido Comunista de Galicia, en el Astillero Barreras, donde tuvo especial fuerza el obrerismo comunista en Vigo. // Alba Villar

Cuando aquel 9 abril de 1977 los titubeos nerviosos de un locutor de RNE anunciaron la legalización del Partido Comunista de España (PCE), la organización experimentaba en Vigo su momento de mayor viveza. A pesar de que la clandestinidad entorpecía la creación de censos, la dirigencia contabilizaba a unas 2.000 personas entre quienes formaban su militancia más firme.

Al nombre de Luís González (1939) respondía uno de ellas. Presente en la festiva caravana que salió a celebrar la noticia era de los que, aun con ánimo sonriente, consideraba que el hito tampoco lo era tanto. "Con decenas de miles organizados en los centros de trabajo", creía que el comunismo hacía ya años que "era legal de facto". Además, después "de haber puesto el cuerpo y la vida por la justicia social y la libertad", sentía que la legalización "igual que la muerte del dictador, llegaba demasiado tarde".

Ahora, con la serenidad reflexiva que permiten las cuatro décadas transcurridas, el orgulloso militante reconoce también que, tras la excitación por la aparente victoria se escondían detalles amargos: "Supuso claudicaciones indebidas. El franquismo no pudo con nosotros pero el sistema, que nunca castigó a quien nos torturó, empezó a hacer mella".

Hijo de campesinos de Vila de Cruces y sacristán por vocación familiar, vivió la infancia rural de la posguerra en una casa que alguna vez fue posada nocturna de guerrilleros y casi siempre territorio de rosarios tras la salida del sol. Fue al trasladarse con su familia a Cambre, "donde el carro de labranza andaba por alquitrán", cuando Luís inició su migración vital desde "la fe en el otro, al compromiso con él". A sus 17 años, la ilusión de ahorrar lo suficiente como para poder comprarse un camión lo arrastró hasta unas minas de talco al norte de la frontera pirenaica. Acostumbrado a leer la rancia prensa española, por primera vez se vio sorprendido al escuchar críticas al franquismo.

En los barracones en los que se alojaba, donde aun se santiguaba bajo de la sábana antes de entregarse al sueño, la convivencia con exiliados republicanos, combatientes contra la ocupación nazi y emigrados de todas las partes de España comenzó a nutrir sus inquietudes políticas.

La influencia de un antiguo carabinero murciano, empeñado en acercarlo a las líneas de Mundo Obrero, el órgano oficial de comunicación del PCE, logró lo demás. Solo habían pasado dos meses desde su llegada a Francia cuando el gallego entró en la organización. "Desde entonces renuncié a pensar en ganarme el cielo para luchar en la tierra por todos", relata risueño.

Fue ejerciendo su tarea de captación de miembros cuando conoció a Pilar García, una trabajadora del textil de la que se enamoró y con la que emprendió, sin la hija de ambos, el viaje de retorno a Galicia. "Nos sacrificamos por los hijos de todos los padres", recuerda emocionado. Al ser militantes con la cartilla limpia formaron parte del numeroso grupo al que el partido encomendó la arriesgada tarea de reanimar la lucha clandestina al interior del yermo español. Era 1967.

La brújula de "la utilidad orgánica" quiso apuntar a Vigo, donde sus habilidades como cantero y albañil favorecieron su incorporación a una empresa de construcción. Su responsabilidad en "la propaganda y la agitación" acabó costándole un año de cárcel dos vueltas al sol después. En abril de 1969, los uniformados del régimen lo detuvieron tras comprar tinta para una de las imprentas clandestinas de la organización. "Me torturaron de una forma terrible para que confesara. Pensé que no salía de comisaría", denuncia con rabia.

Condenado a un año de prisión, las furgonetas de los grises lo carretearon desde la cárcel del Marco hasta la parada final de Jaén. Fue solo cuatro años después, con su memoria aun atada a los barrotes, cuando el anuncio del fin de la proscripción del PCE aceleró el palpitar colectivo al tiempo que frenó las expectativas de cambio: "La legalización se produjo cuando teníamos respaldo popular para impulsar la ruptura democrática pero los pactos de la cúpula con el Estado nos metieron en el redil. Quisieron amansarnos...pero no pudieron", recalca. "Aquí seguimos en la lucha".

El incansable compromiso de "Ferreiro" , apodo que él mismo se eligió tras un viaje en vespa con Carlos Núñez -otro de los históricos del PC vigués-, aviva las energías de quienes lo rodean. Tanto su apasionada entrega al partido, al que agradece "todo lo que aprendió en la vida",como su "confianza en el futuro"no pasan desapercibidas entre los fichajes más jóvenes. Es toda una institución.

Ángela Serantes, una de las muchas que lo respetan con devoción sincera, no duda en citarlo entre sus maestros de campo. "Bebemos de experiencias como la suya para adaptarlas a las circunstancias de la actualidad". Admiradora de Marcelino Camacho, a sus 25 años, "milita las 24 horas al día" desde que hace tres abriles porta el carné de filiación de la Xuventude Comunista de Galicia. Licenciada en Educación Infantil, "muy precariamente"pateándose la calle tratando de captar socios para Médicos sin Fronteras.

Su sensibilidad política, estimulada por los relatos familiares sobre la lucha sindical en Bazán, el Prestige o aquellas chapas que su madre vendía en un quiosco contra la barbarie de Irak, despertó con toda la indignación de las miserias cotidianas que la crisis y su gestión se generó: "Con gente sin becas, sin sanidad, sin vivienda...quise pasar a la acción".

Cuando se produjeron las protestas en el barrio burgalés de Gamonal, lanzó una convocatoria virtual y se plantó frente a la farola de Urzáiz esperando del transeúnte su solidaridad. Entonces su camino se topó con el de sus actuales "camaradas". Solo una Marcha de la Dignidad después, participaba en la Xuventude Comunista, a la que considera "una escuela de formación" y una herramienta para elcambio.

La viguesa es de las que cree que la presencia institucional es insuficiente si se abandona la incidencia cotidiana sobre la realidad. Por eso, aunque no había nacido cuando aquel sábado santo muchas casas colgaron banderas rojas en sus balcones, cree que más que celebrar la legalización, lo fundamental tras estos cuarenta años es mantener prendidas las luchas que dignifican lo que significa el PC.

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