“Estoy en Sendai, en la prefectura de Miyagi. Nos han dicho que los inviernos en esta ciudad son muy fríos”. Elena Ageitos, estudiante de 4º de Teleco en la Universidad de Vigo, se marchó a finales de septiembre a Japón, para una estancia de estudios. “Tenía muchas ganas de visitar este país y estoy aprendiendo muchísimo, tanto sobre la cultura como en mis clases. Me he apuntado a cursos de japonés para mejorar mi nivel y la verdad es que nos están exprimiendo mucho en ellas”, expresa esta viguesa de 22 años. “Aquí importa mucho la investigación”, cuenta Ageitos, que tiene compañeros de Estados Unidos, Alemania, Indonesia, China o Corea y en cuanto domine la herramienta que utilizan en la universidad para los proyectos podrá iniciar el suyo propio.

¿Todo es muy diferente?

“Muchísimo, no sé ni por dónde empezar”, cuenta Elena. “Hay muchas cosas que me llamaron la atención una vez que llegué aquí y eso que ya venía sabiendo muchas cosas de esta cultura. Lo primero que se me ocurre ahora mismo es que los pestillos de las puertas giran al revés, así que más de una vez he creído que me quedaba encerrada en una habitación”, bromea. “En serio, todo es muy diferente. Simplemente andando por la calle puedes notar que estás en un sitio distinto, porque la arquitectura es completamente distinta. Las calles residenciales no suelen tener aceras, así que tienes que caminar por el bordillo, y los coches conducen por la izquierda, así que nunca sabes muy bien a qué lado tienes que mirar antes de cruzar”, añade.

En cuanto a la forma de ser y de actuar de la gente, Ageitos también percibe mucha distancia: “Para saludarse y dar las gracias hacen pequeñas reverencias, son mucho más respetuosos en público (nunca gritan en el transporte público) y mucho más reservados. También más educados”.

La comida tampoco tiene nada que ver y comen con palillos. “El horario también es distinto, ya que siguen un horario más inglés, comiendo a las 12 y cenando alrededor de las 6 de la tarde. Aquí, además, todo te habla: el ascensor tiene una vocecita que te dice que las puertas se están abriendo y cerrando; los cajeros te dicen que te están dando tu dinero, el autobús siempre va cantando las paradas y recordándote cómo pagar una vez que te bajas (porque sí, aquí se entra por la puerta de atrás y se paga al salir, por la puerta delantera).

“Lo más diferente es la sociedad y la ética del trabajo. Todos los estudiantes se quedan hasta muy tarde estudiando o trabajando en el laboratorio y después muchos participan en actividades extraescolares organizadas por los propios alumnos, como formar parte de un coro o de un equipo de béisbol. Sinceramente, podría seguir hablando durante horas de las diferencias pero creo que puedo quedarme con esas”.

“Lo que más echo de menos es a mi familia y a mis amigos. Y la comida. Desde que he llegado aquí no he vuelto a probar un buen queso y, ni que decir tiene, que nada de embutido como el de España. También echo de menos un buen colchón, porque estoy viviendo en una residencia en la que dormimos en colchones muy finitos, tradicionales de este país”.