El tictac del reloj suizo de Carlos Negreira dejó de sonar hace ocho meses. Al contrario que los modelos clásicos y deportivos que le gusta usar, su máquina política, que hace no más de dos años creían engrasada e impermeable, incluso por encima de las filtraciones populares, no escapó a los achaques de aquella marea azul que acumuló un poder nunca visto en toda cuanta administración había en aquel feliz 2011.

Había sido la gran cara de la victoria de las municipales en Galicia. Mayoría absoluta en las tres ciudades de A Coruña, cotos urbanos históricamente vedados a las gaviotas. Y Diputación. Y comarca. Y votos clave para las mayorías de Alberto Núñez Feijóo, compañero de viaje personal, profesional y político.

Cara de la victoria y cara de la derrota. Quería ocho años y fueron cuatro. Adiós ciudades, adiós Diputación. Tocado. Adiós también a las redes de arrastre cargadas de votos coruñeses para Mariano Rajoy. Tocado y, al menos por el momento, hundido. Habían pasado dos legislaturas desde que José Manuel Romay Beccaría y Núñez Feijóo le compraron un billete para A Coruña.

Su primer cometido fue poner orden en un PP de A Coruña con las costuras visibles, acostumbrado al baile de aspirantes y siempre a rebufo en las urnas del todopoderoso Francisco Vázquez.

La ascensión orgánica y política de su figura acabó avalando la decisión de dejarlo a cargo de la tropa, cuando solo un 9% de los coruñeses sabía quién era este diputado autonómico, nacido en Río de Janeiro en 1960, que llegó a Monte Alto niño, estudió en la fábrica de insignes coruñeses de Maristas y se fue a sentar en la primera fila de la Facultad de Derecho junto a Núñez Feijóo.

Tras ser fichado por Romay Beccaría para diseñar el Sergas en 1992, poco después de que Galicia asumiese la competencia en Sanidad, y tras pasar por la empresa privada, AENA y Correos (casi siempre ligado a cargos en Recursos Humanos), Núñez Feijóo volvió a recurrir a su compañero de confianza para que se encargase de Portos de Galicia en 2003. En abril de 2006, solo un mes antes de que el PSOE enviase a Vázquez a la emigración vaticana y solo un año antes de las municipales, era investido hombre de futuro del PP coruñés.

Se quedó a 4.000 papeletas de la mayoría absoluta y, desde la convicción de que en cuatro años sería su momento, diseñó una oposición voluntariosa, primero para darse a conocer barrio a barrio, y después catalizando movimientos de protesta.

Y lo logró. Sin paliativos. Mayoría absolutísima, de 10 a 14 concejales, con un refrendo vecinal en las urnas del 43,6%. A esto sumaba las muescas de las otras dos urbes coruñesas, de la Diputación y también de la comarca, que tampoco resistirían, en su mayoría, el vuelco electoral de 2015.

La Operación Pokemon aún inconclusa, ymás tarde la Zeta, fue uno de los problemas con los que tuvo que lidiar Negreira, ya como alcalde en el Ayuntamiento.

Internamente, no descartaban perder la mayoría, pero ni en sus peores pesadillas se imaginaron un empate técnico con una fuerza nueva de debutantes en política, la Marea Atlántica, y con un resultado peor que en las otras dos urbes de la provincia.