"No llamamos al maquinista para hablar del partido de fútbol de ayer, sino sobre lo que pasa en el tren". Con esta rotundidad justifica un interventor los contactos entre el personal que viaja con los pasajeros y la cabina de control como el que mantuvieron Antonio Martín Marugán y Francisco José Garzón el pasado 24 de julio y durante el cual este último se despistó y entró a 179 kilómetros por hora en una curva que debía tomar a 80. El tren descarriló en Angrois causando 79 muertos.

En este punto coinciden revisores y maquinistas, que consideran habitual las llamadas entre ambos, como defendió el propio sindicato de estos últimos (Semaf) cuando, tras analizar las cajas negras, se descubrió el contacto entre Marugán y Garzón. "Es que nos proporcionan un móvil corporativo precisamente para eso, es su función, si pasa algo en los vagones debemos usarlo", comenta un interventor recientemente jubilado. "Además tampoco recibes tantas llamadas", añade un maquinista que cubre la misma ruta del Alvia 730 siniestrado.

Su reacción se produce después de que el pasado viernes el Ministerio de Fomento anunciase que Renfe está revisando sus protocolos de comunicación entre cabina y personal a bordo. Es decir, limitará el contacto cabina-interventor, aunque no está claro aún cómo. "Ya lo usamos con prudencia. Es normal avisar también a la estación si hay un pasajero que necesita ayuda con equipaje o en silla de ruedas. No lo es tanto por dónde se apea un viajero, pero a veces se le dice al maquinista para que se lo cuente a la estación al hablar con ellos", comenta otro interventor retirado. "Y uno también decide cuándo coger el teléfono y cuándo no", matiza un maquinista. "Hay interventores majos e interventores pesadísimos, como en cualquier trabajo. Puede que algo de culpa tenga, pero la responsabilidad es de quién es", indica otro, que lamenta que el maquinista esté "solo" en esta situación.

Todas las fuentes consultadas desde el accidente ofrecen un punto de vista similar al señalar la mala fortuna para explicar lo ocurrido, un cúmulo de coincidencias fatales añadido a la falta de medidas de seguridad que eviten que todo dependa del componente humano. "Para que pase una cosa del calibre de lo que ha ocurrido se han de juntar varias cosas, y aquí pasó todo lo que nadie desea que pase", zanja un maquinista. "El interventor llamó en el peor momento", añade.

El juez del caso, Luis Aláez, tampoco considera que la llamada de Marugán a Garzón justifique el despiste de este, que debía ser consciente de dónde se encontraba. Por eso le imputa 79 delitos por imprudencia y el interventor es solo testigo en la causa.