A las 20:41 horas del pasado miércoles, a Francisco José Garzón se le hundió la vida. 79 personas perdieron la suya al descarrilar, cerca de Santiago, el tren que conducía y más de un centenar resultaron heridas de diversa consideración. Pese a la tragedia, el maquinista asumió desde el primer momento su responsabilidad por circular a velocidad excesiva. No buscó excusas. Era consciente, dentro de la conmoción, de la gravedad del accidente y de las vidas que había segado el descarrilamiento. No cambió sus testimonios. Tenía muy claro el daño que había provocado. Eso será su tormento. Y todas sus declaraciones, desde el mismo momento en que el tren se desbocó, reflejan su dolor y su sentimiento de culpa. "Me quiero morir, me quiero morir, no quiero ver esto. Hubiera sido mejor que hubiera muerto yo antes de ver esto", repetía en la zona cero, Angrois, cuando varios policías lo trasladaban al hospital de campaña. Ante el juez admitió que fue un "fallo humano", que se despistó y que pensaba que estaba en otro tamo anterior. Por eso entró al doble de velocidad en un paso donde tenía que ir a 80 kilómetros por hora.

Garzón comenzó ese día su jornada laboral a los mandos de un tren diésel de media distancia que salió de A Coruña a las 11:55 horas y llegó a Pontevedra sobre la una y media. En esta ciudad descansó una hora y partió hacia Ourense conduciendo un Alvia con destino a Madrid. Se bajó en la ciudad de las burgas, volvió a descansar durante tres horas y las ocho de la tarde se puso al frente del Alvia que cuarenta minutos más tarde se salió de la vía en la fatídica curva de A Grandeira, en la localidad de Angrois, a unos tres kilómetros de la estación de Santiago.

El tren iba a 192 kilómetros por hora justo antes de tomar la curva, marcada con un límite de velocidad de 80. Estaba hablando por teléfono con un controlador de Renfe y en ese momento se dio cuenta de su error. Activó los frenos. Pero ya era demasiado tarde. El Alvia entró lanzado en la curva y volcó. La caja negra, analizada ayer, reveló que el descarrilamiento se produjo a 153 kilómetros por hora, agravado en sus consecuencias porque el accidente se produjo entre trincheras de hormigón y los vagones, con sus viajeros dentro, recibieron todo el impacto directo, sin amortiguación alguna.

Dentro de la cabina semivolcada, Francisco José Garzón llamó a centro de control de tráfico ferroviario para comunidad el accidente. Ya en ese momento comunicó que circulaba a 190 kilómetros por hora. "¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer? Somos humanos", admitía.

El atestado policial recoge otras declaraciones del maquinista, realizadas por él mismo a los policías o bien escuchadas por viajeros y vecinos de Angrois que participaron en el rescate.

Cuando varios agentes lo sacaron de la cabina, estos le preguntaron si accedía voluntariamente de someterse a una prueba de sangre para descartar el consumo de alcohol. Respondió que no tenían ningún problema porque no había bebido nada.

Traslado ante el mando policial montado en la zona cero, el comisario de la Brigada Judicial de A Coruña entabló conversación con el conductor del tren para conocer la primera versión del accidente. "¿Ha muerto alguien?", le preguntó el maquinista. El policía no le contestó y le dijo que no se preocupara. "¿Pero cómo quiere que me calme? Con lo que he provocado prefiero morirme". Lo dijo hasta cuatro veces. Al lado de la vía comenzaban a alinearse los cadáveres.

Desolación

El comisario se interesa por su estado de salud al comprobar que Francisco José Garzón tiene una brecha en la cabeza. "Estoy herido leve. Pero yo no soy lo importante. Lo importante son los pasajeros", le respondió el maquinista.

Cada más consciente de las dimensiones de la tragedia, el conductor no dejaba de mostrar su desolación. "La he jodido, la he jodido, la he jodido. Circulaba a 190 kilómetros por hora".

El atestado policial recoge otras declaraciones del maquinista realizadas a viajeros. Uno de ellos es Manuel Lecanda. Cuando logró escapar del vagón, se le acercó el conductor, se arrodilló y soltó: "Soy el maquinista. Yo tenía que haberme quedado ahí debajo".

Un vecino de Angrois, Evaristo Iglesias, que colaboró en el rescate, le oyó decir cuando trasladan a Garzón al hospital de campaña: "Me quiero morir, me quiero morir, no quiero ve esto. Hubiera sido mejor que hubiera muerto yo".

Otro vecino de la aldea, Julio Santiso, acompañó el maquinista durante unos instantes. "Esto ya lo tengo denunciado yo. No se puede circular por esta vía a esta velocidad. Si pillo al de seguridad, lo mato. ¡Cuánta gente muerta! ¿Por qué no habré muerto yo?", le oyó decir en medio de todo el trasiego.

"Si me muriera yo. ¡Qué desgracia! ¡Qué acabo de hacer!", relata después a los policías que le acompañaron al hospital, a quienes aseguraba que el accidente no había sido provocado ni por un atentado ni por un sabotaje.

Ya detenido formalmente el jueves a las 19:40 horas, el maquinista se negó a declara ante la Policía, pero sí lo hizo ante el juez el pasado domingo. Admitió que fue un "fallo humano", un "despiste" y que había cometido una imprudencia.

Básicamente, confesó que se había confundido de tramo y que al entrar en una curva, marcada a 80 kilómetros por hora, iba circulando a 190 km/h. No se quejó ni del trazado, ni de las medidas de seguridad ni de fallos en el tren.