Maniobras Orquestales en la Oscuridad (Orchestral Manoeuvres in the Dark) deberían poner la banda sonora al juicio que se sigue en A Coruña en relación al caso Prestige. Y es que, en los relatos de los testigos y de los imputados, hay mucho de maniobra, mucho de orquesta y demasiada oscuridad.

Porque, a ver: "O jodes La Coruña o jodes toda la costa", Jesús Uribe, director de operaciones de Sasemar, dixit. Y, claro, se jodió A Coruña y el resto de Galicia porque, de poder entrar en un lugar de refugio con el Prestige remolcado por dos buques preparados para ello, se optó por lo más difícil, que no fue sino alejar el barco para que la marea negra no se concentrara en un punto localizado de la zona litoral de Galicia.

Ayer, Pedro Sánchez, jefe del Centro Nacional de Coordinación de Salvamento (CNCS), dio una de cal y otra de arena. Él, que fue capitán de petroleros (cabe pensar que con más experiencia en el mando que el exinspector Serafín Díaz o el excapitán marítimo de A Coruña Ángel del Real) "metió" la marcha atrás y consideró que, aun estando de acuerdo inicialmente con la frase de Jesús Uribe, sus conocimientos de la respuesta de un petrolero le permitía asegurar, diez años después de la catástrofe, que el barco no podía acceder al puerto coruñés por la limitación de calado de este. No obstante, Pedro Sánchez dio una larga cambiada para, en una maniobra bien orquestada en la oscuridad del camino del relatorio, reconocer que el Prestige podía haber sido metido en una ría, eso sí mediante una bien calculada -delicada, dijo- maniobra. En un reviro muy propio de quien es marino profesional, Pedro Sánchez articula su explicación personal en la deriva inicial del petrolero para señalar que le pareció correcto el alejamiento. Pero héteme aquí que, por lo que la oscuridad pudiera significar en su maniobra orquestal, opta por añadir que, de cualquier forma, el Prestige no estaba "en condiciones de cruzar el Atlántico". Cabe suponer que se refería a que no podía ir de un lado a otro: primero a Rotterdan (Francia no lo iba a permitir) y posteriormente a la costa africana (ni Portugal ni Canarias tampoco lo consentirían y los lusos lo dejaron bien claro al posicionar un buque de su armada en la ruta a seguir después del rumbo 330º).

La maniobra final, de traca: si otro caso similar al del Prestige se registrase ahora, lo experimentado con el petrolero que mandaba el capitán Mangouras se volvería a repetir, "a hacer así", reconoció el capitán Sánchez.

Es decir, no hemos aprendido nada. La lección del Prestige es repetir para volver a suspender. Erre que erre.

El por qué de determinadas inclinaciones a las correcciones; el dar un paso adelante para, inmediatamente después, recular, más parece obedecer a la inseguridad en el desarrollo de la maniobra que a la excelencia de su diseño.

Pero en el caso Prestige parecen sobrar tanto movimiento de compás, tanto transportador, tanta regla y tanto cartabón porque el rumbo ya se sabe cuál es y se conoce de sobra el puerto de destino: la oscuridad.

Un veterano marino, este sí con muchos años de mando en buques petroleros y varios como inspector de su compañía una vez dejó de navegar, preguntaba quién había elegido los testigos del caso Prestige.

Y expresaba gráficamente su pensamiento: "Parecen cortados por el mismo patrón que los manda".

Pero ya no aclaró más.

Seguro que no se refería a la maniobra marítima, sino a la maniobra terrestre y los perjuicios de aquellos que se pierden en el limbo de la verdad.

¿Servirá de algo este juicio?