El agujero en el que se convirtió Caixa Galicia por su elevadísima exposición al ladrillo le acorraló en un túnel de pérdidas constantes ante el que solo cabía dos salidas. O su intervención, o una unión a la desesperada, que, ante las cargas que aportaba el pinchazo de su negocio, encontró una enorme resistencia por parte de la pareja que buscó. La fusión que forzó porque el tiempo se le agotaba. El Banco de España no puede ser más claro en un informe sobre las inspecciones realizadas a la antigua entidad coruñesa al que ha tenido acceso FARO y en el que revela la insostenible situación interna de la caja que dirigía José Luis Méndez.

Pese a la reestructuración impuesta por el propio regulador. "A la vista de la limitada capacidad de la entidad de generar resultados recurrentes con que cubrir los citados ajustes, y con el fin de asegurar su desenvolvimiento y estabilidad futura, Caja de Ahorros de Galicia inició contacto a finales de 2009 con la Caixa de Aforros de Vigo, Ourense e Pontevedra (Caixanova) para llevar a cabo un proceso de integración mediante la fusión de ambas cajas, constituyendo una nueva entidad con presencia relevante en su natural ámbito geográfico, la comunidad autónoma de Galicia", recoge el documento del área de Supervisión del organismo en diciembre de 2010.

Esa "limitada capacidad" quedaba demostrada, según el Banco de España, por la falta de músculo en la actividad de la caja para cubrir tanta provisión como se necesitaba en función de los impagos acumulados, y los frustrados también "ajustes" dictados por los mismos inspectores en sus sucesivas visitas. La gestión del día a día era insuficiente para afrontar el constante aumento de la morosidad.

¿Desde cuándo? En las cuentas públicas, incluso auditadas por PricewaterhouseCoopers –sin ninguna salvedad– el pinchazo no empieza a notarse hasta 2009. Pero el problema venía de antes. "A inicios del año 2007 comenzaron a aflorar los primeros síntomas de deterioro de la evolución de Caja de Ahorros de Galicia –apunta la notificación del regulador–, consecuencia de su desafortunada apuesta de expansión durante los últimos años". El Banco de España no ahorra calificativos para ilustrar la situación interna, fruto de sus investigaciones. "Tal expansión se caracterizó por una política agresiva de crecimiento en materia crediticia sin haber reforzado los controles internos –continúa–, dirigida a segmentos muy sensibles al ciclo económico y financiada con importante apelación a los mercados mayoristas, lo que produjo un fuerte deterioro del perfil de riesgo supervisor de la caja".

En su comparecencia pública la pasada semana para anunciar la "nueva etapa" que abre NCG ante su rescate a cargo del macroprestámo europeo, el presidente, José María Castellano, justificaba el saneamiento con al menos 6.000 millones de euros de dinero público en un paso previo a la "vuelta a la rentabilidad" el próximo año, como heredero que es de dos cajas que fueron también "muy rentables". Ambas son ejemplos del crecimiento que el sector del ahorro experimentó hasta hacerle sombra a la banca convencional y convertirse en la referencia financiera de Galicia, que todavía a estas alturas supone prácticamente la mitad de la cuota de mercado. La evolución de las cuentas de una y otra, sin embargo, evidencia que la rentabilidad no era para nada equiparable, hasta el punto de que justo en la antesala de la fusión, al cierre de septiembre de 2010, Caixanova llegó con 80 millones de euros de beneficio en el negocio tradicional y Caixa Galicia –1,4 veces más grande–, con pérdidas de 61,2 millones. Fue el primer síntoma público de que la fusión no era lo que parecía ni tan equilibrada como se intentó publicitar.

La venta de Galp evitó el descalabro público de la entidad

En plena fiebre energética, la que desató la guerra de OPAs y contraofertas varias alrededor de Endesa y el intento de regalleguización de Fenosa por parte de Caixanova, Amancio Ortega y Jacinto Rey –la firma acabó en el último momento en manos de ACS–, Caixa Galicia, también presente en el accionariado de la eléctrica, sorprendió con su entrada en el capital de la petrolera lusa Galp, a la que se le reservaba una posición privilegiada en la supuesta consolidación ibérica del sector. Finales del año 2005. La operación se hacía mediante una alianza con el multimillonario luso Américo Amorin, y acabó dejando en manos de la caja coruñesa hasta un 4,5% de la firma.

Desde ese momento, la participación en Galp se convirtió en una de las joyas de la corona de la cartera industrial que José Luis Méndez dejó en manos de uno de sus hijos, con la ambición de que en un plazo razonable la corporación CXG podría llegar a salir a Bolsa. Pero lo que finalmente supuso ese paquete en la petrolera fue la salvación del negocio.

Caixa Galicia lo vendió en febrero de 2010 con unas plusvalías de 157 millones y la justificación de "reforzar la solvencia y liquidez" de la entidad, además de entrar "en nuevos proyectos empresariales". Gracias a ese colchón, las pérdidas en el resultado de explotación –que recoge la resta de los gastos de administración sobre lo que aporta el negocio convencional– no se trasladaron a números rojos en general en toda la contabilidad. Eso sí. Las últimas cuentas consolidadas, las de septiembre de 2010, arrojaron un beneficio mínimo de 22,5 millones.