Aparcar rencores para bautizar la Democracia

Su papel como ministro de Arias Navarro fue controvertido con frases como "la calle es mía" para controlar las manifestaciones

Pactos de Moncloa en 1977; acuerdos firmados para estabilizar el proceso de transición.  // FdV

Pactos de Moncloa en 1977; acuerdos firmados para estabilizar el proceso de transición. // FdV

selina otero - Vigo

"En los siete meses de ministro de Gobernación lo pasé peor que en toda mi vida". Fraga, poco dado a admitir errores en sus etapas políticas previas, pronunció estas palabras sobre su fase como gestor del orden público, pero muchos años después. Con la muerte de Franco, el político vilalbés con una amplia trayectoria durante la Dictadura, regresa a España, tras más de dos años como embajador en Londres. Se abría una nueva era en el país, con afán de cambio, en la que sabía que tenía que estar presente; que contarían con él. Incluso en los corrillos y en su propia mente, aunque no lo expresara abiertamente, cabía un sueño: el de convertirse en el primer presidente en Monarquía. Nunca se cumplió.

En diciembre de 1975 acepta formar parte del equipo del elegido primer presidente, Carlos Arias Navarro, como vicepresidente para Asuntos del Interior y ministro de la Gobernación. Es, sin duda, una de las etapas más oscuras y controvertidas de la trayectoria del León de Villalba, guardián del orden público en un momento en que las manifestaciones callejeras se multiplicaban en el arduo camino de la transición hacia un sistema democrático.

El ex ministro de Información y Turismo, con el paréntesis de su retiro diplomático en el Reino Unido, había roto con la legalidad franquista y abogaba, en la nueva era, por una línea reformista que permitiese llegar, con el mayor control posible, a un régimen democrático. Y apostaba por la España de las autonomías. Ya desde Londres preparó, junto a sus hombres del Grupo GODSA, las bases de un partido político que aspiraba a ser "de centro". Se llamó Reforma Democrática y lo fundó, precisamente, en 1976, en la etapa de controlador del orden, una cartera en la que impulsó la legalización de asociaciones y partidos políticos.

¿Qué manchó su regreso a España, cargado de ambición y planes políticos personales y para el país? Todavía prohibidos los derechos de reunión, manifestación y huelga, se convocan manifestaciones en todo el país, que el Gobierno sofoca con el envío de antidisturbios. Es en ese momento cuando Fraga pronuncia la célebre frase: "La calle es mía", una cita que jamás admitió haber pronunciado, pese a que aparece reflejada en las crónicas de 1976. La muerte de cinco trabajadores y 150 heridos en una huelga, los llamados Sucesos de Vitoria, así como el enfrentamiento de los carlistas en la romería de Montejurra, que acabó en tragedia, oscurecieron su labor al frente del Ministerio de la Gobernación. Su responsabilidad en esta tarea diaria de "apagar fuegos" complicaron su afán de convertirse ante la opinión pública en un líder democrático. Con cada protagonista de la Transición buscando su sitio, el papel de Manuel Fraga fue crucial. Existía un afán común de construir una España que pusiera fin a la etapa anterior y, para ello, todos intentaron aparcar sus recuerdos de la Guerra Civil y los 40 años de dictadura. El objetivo de Fraga fue aglutinar a la derecha para hacerla partícipe del juego democrático. Muchos lo consideraron un error y, otros, como un logro.

En 1977 fundó Alianza Popular. Pero el triunfo no era fácil en un escenario en el que Adolfo Suárez iría conquistando la imagen de centro, Felipe González de izquierda moderada, Santiago Carrillo de izquierda dura y Manuel Fraga, inevitablemente, para bien o para mal, era considerado la Derecha en el conjunto del país. "Fundé un partido plenamente democrático", expresaba el de Villalba. ¿El objetivo? Hacerle frente a Adolfo Suárez. Pero los primeros comicios fueron un fracaso. Desilusionado, se centra en la redacción de la Carta Magna, siendo uno de los siete padres de la Constitución, mientras siguen sus estrategias para acceder al poder. Fue clave en el mantenimiento del orden, el avance real democrático y el respeto a las instituciones en el Golpe de Estado de 1981, contribuyendo a que España afianzara su real transición.

Y con las elecciones anticipadas de 1982 demostró su capacidad de convertir a la derecha española en la segunda fuerza más votada del país. Coalición Popular (resultado de un pacto con el Partido Demócrata Popular, Unión Liberal y tres partidos regionalistas) queda de número dos, con 107 escaños, y gana la presidencia Felipe González.

Manuel Fraga ocupa así el papel de oposición conservadora, "siempre dialogante" con el socialismo. Ya en 1987 entrega AP a Antonio Hernández Mancha y se convierte en diputado del Parlamento Europeo. Sería ya la fase final de su etapa en política nacional para su destino político a Galicia. Como presidente del que pasa a llamarse Partido Popular en 1989 empieza a preparar los comicios gallegos y deja en manos de José María Aznar la dirección del partido nacional.

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