Unos le creen aún valioso y otros no saben dónde ponerlo para que no estorbe. La definición que aportó Felipe González sobre la función de un expresidente la revalida el exalcalde de A Coruña Francisco Vázquez, cesado como embajador de España ante el Vaticano y con las maletas hechas en Roma para regresar a su antiguo reino. Si Felipe, ahora con la libertad de decir cosas como que pudo volar por los aires a los dirigentes de ETA, inquietó a sus compañeros de partido, los socialistas coruñeses no están menos nerviosos ante los próximos movimientos de un Paco que vuelve a la ciudad en plena precampaña electoral con mal divorcio de su antiguo escudero Javier Losada y que el PP quiere acercar a su marea azul.

En Madrid se dirime si Vázquez será el nuevo Defensor del Pueblo mediante el viejo sistema del intercambio de cromos: al PP le atrae este católico que no es ni de derechas ni de izquierdas y el PSOE lo apoyaría si a cambio los populares respaldan a sus candidatos para el Tribunal Constitucional.

Lejos de las maniobras en la capital, en A Coruña al candidato del PP a la alcaldía, Carlos Negreira, le han sugerido la más audaz de las estrategias: travestirse en el nuevo Paco Vázquez, tarea a la que ya se ha aplicado al revivir la polémica del topónimo y mostrarse tan coruñés como siempre presumió el exalcalde. Si los coruñeses confiaron durante más de 23 años en Vázquez, votarán también a un candidato que se le parezca.

La utilización de la figura de Vázquez por parte del PP se une al hecho de que Javier Losada ha roto por completo con él. El exregidor no le perdona su alianza con el nacionalismo y sobre todo su falta de valentía para gobernar en minoría, además de otras cuestiones más personales.

El exalcalde no quiere ni darle la mano al Losada, a pesar de que es quien tiene que cargar sobre sus espaldas todas las desfeitas de la época del vazquismo: la licencia ilegal que aboca al edificio Fenosa al derribo; las indemnizaciones por el Agra de San Amaro o por las expropiaciones que se dijeron para un campo de fútbol y fueron para pisos; la venta de fincas en Someso al presidente de la patronal gallega...

Paco regresa a una ciudad que no es su La Coruña. No volverá a darse, como en su época más gloriosa, aquel lobby que reinaba en la urbe: Francisco Vázquez en la alcaldía, José Luis Méndez en Caixa Galicia, José Antonio Quiroga en la Cámara de Comercio y José Luis Meilán Gil, en la universidad coruñesa. Vázquez apreciará apenas vestigios de su era en el corazón del Ayuntamiento, donde siguen en el área de Urbanismo algunos que tienen mucho que ver con los continuos varapalos judiciales al Concello por temas urbanísticos. Eso sí, reforzado en su asesoría jurídica para hacer frente a tanto pleito.

A Vázquez sólo le queda en pie un buen amigo, Antonio Fontenla, aún presidente de los empresarios gallegos y activo constructor, con el que su esposa e hijos compartieron negocios eólicos que apresuraron su marcha al Vaticano. Cuando Paco fue nombrado embajador, fue a despedirse de su amigo Salvador Fernández Moreda. Éste le regaló un pergamino con escudos de A Coruña, Galicia, Roma y España y con las condecoraciones que recibió en su trayectoria. Vázquez aseguró que lo colgaría en el salón de la Embajada dedicado a Napoleón, un hombre de baja estatura como él, que lo fue todo como él, un emperador depuesto por los políticos como él, que se fue al exilio a la isla de Elba, como él a Roma, y que luego regresó a ver reverdecer sus laureles pero que se pegó el gran batacazo en Waterloo.