Los furancheiros están acostumbrados a vivir bajo la permanente amenaza de cierre. Quizás por esta razón los propietarios de estas "tabernas del rural" de Redondela –donde están censados unos cuarenta– acogían ayer con cierta indiferencia la modificación de la Lei de Turismo. "De una forma u otra los furanchos seguirán, no tenemos otra forma de dar salida al excedente de vino de cosecha", apunta Filomena Ricón, que regenta uno de los loureiros más populares de la parroquia de San Esteban de Negros.

La obligatoriedad de acogerse a las categorías de restaurante, cafetería o bares, como plantea el nuevo texto legislativo, es algo inviable para estas bodegas rurales, que sólo abren sus puertas un máximo de tres meses al año. "Eso es impensable, nadie lo aceptará porque no sería rentable. Nosotros sólo permaneceremos abiertos un par de meses, o incluso menos si llega el buen tiempo y despachamos antes el vino. Y así que no podríamos hacer frente a los gastos que supone cumplir con los requisitos de la categoría de bar", apunta Filomena.

Normativa

Redondela fue uno de los municipios pioneros en crear una normativa para regular el funcionamiento de los furanchos, en la que se exige justificar la producción ante el Servicio de Extensión Agraria y se prohíbe servir comidas, excepto un mínimo de tapas caseras. "Lo que se debería hacer es incrementar el control, porque no es justo que por unos pocos que incumplen las normas tengamos que pagarlo todos", comenta Basilisa Fernández, del furancho A Raíña en la parroquia de Cedeira.

Esta propietaria de una bodega rural rechaza que los loureiros legales hagan competencia desleal a la hostelería. "La gente que va al furancho no es la del bar ni la del restaurante. Aquí se viene sólo a tomar un vino, no a comer. Lo que pasa es que siempre hay alguno que no respeta las normas y sirve de todo, incluso postre y café. Eso es precisamente lo que hay que regular", indica Basilisa.

Otro de los furancheiros de Cedeira, Manolo Couñago, cree que si la nueva Lei de Turismo se aprueba será el fin de los loureiros. "Se eliminará una tradición de toda la vida, porque en esas condiciones nadie abrirá", afirma Manolo. "Aunque sólo sean un pocos los que no cumplen, nos perjudican mucho porque dan mala fama. Hay gente que viene y se piensa que somos un restaurante, y por eso protestan luego los hosteleros", justifica. Un problema que sobre todo afecta a comarcas como el Salnés o el Morrazo.