Quizás la paciencia y la prudencia que tanto alabó el presidente del Gobierno en la trayectoria de Francisco Caamaño (Cee, 1963) cuando le encomendó la delicada tarea de reconducir el Ministerio de Justicia tras la polémica dimisión de Fernández Bermejo -el hasta entonces secretario de Estado de Relaciones con las Cortes ya había aprobado con nota su papel de negociador en el Estatut catalán- sea el secreto del éxito de todos los gallegos que hoy forman el corazón de Moncloa. Una fotografía inédita en el Gobierno hasta ahora. Cuatro carteras cargadas de responsabilidad en las que Rodríguez Zapatero ha depositado toda su confianza para que España salga de una de las crisis más graves de su historia reciente. Nunca antes la cantera política de Galicia alcanzó tanto poder.

Abel Caballero, José Manuel Romay Beccaría o Ana Pastor encabezan la larga lista de gallegos que pasaron por lo más alto de la gestión pública en España. Con el permiso de Manuel Fraga, ministro ya durante la dictadura y cabeza de cartel de Alianza Popular hasta su vuelta a Galicia para el asalto a la Xunta, en la que estuvo 16 años. Con él empezó también Mariano Rajoy (Compostela, 1955), hombre de confianza de José María Aznar durante sus dos legislaturas, en las que pasó por los departamentos de Educación y Cultura, Presidencia e Interior, hasta que ganó la batalla de la sucesión y se convirtió en el líder de los populares. “Galicia es mi tierra”, asegura. De hecho, en la campaña de las Generales de 2008 se paseó por la comunidad pidiendo el voto tirando de las raíces para ofrecerse como el primer presidente gallego.

En su primera carrera electoral, allá por 2005, el máximo responsable del PP se topó de frente con otro gallego. Con José Blanco (Palas de Rei, 1962). Con Pepe. Un joven político lucense que llevó a aquel desconocido diputado leonés llamado José Luis a la Secretaría General del PSOE. El primer encargo que recibió fue la coordinación de las elecciones municipales de 2003. Dio en el clavo con todos los resultados y en el círculo periodístico de Madrid le bautizaron como “el bruxo de Palas de Rei”.

Aquella fue la primera de muchas victorias para los socialistas. La recuperación del bastón en grandes ciudades, el fin de la era Fraga en la Xunta y, por supuesto, la llegada al Gobierno central. Rodríguez Zapatero era la cara amable y de los azotes constantes a la oposición se encargaba Blanco. Un experto en comunicación que no se muerde la lengua y que llega a Fomento, el departamento dueño y señor de la obra pública en toda España, tras continuos rumores sobre su entrada en el Ejecutivo. Presume de haber sido un niño de aldea, que se reían de él por hablar gallego, de “llevar a Galicia a todas partes”. Cada vez que viene se carga de patatas, huevos, van y vino, de obligado consumo ahora en Ferraz.

Con su entrada en la fontanería socialista, la Administración se llenó de gallegos. Una de las primeras, Elena Espinosa (Ourense, 1960). Afiliada al PSOE en 1985, con cargos en Vigo durante los mandatos de Felipe González, pasó luego por el sector privado hasta que en 2004 se hace con las riendas del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Tras la segunda victoria de Zapatero, Espinosa se come todas las competencias de Medio Ambiente para llenar una cartera amplísima y fundamental por su papel en la lucha del cambio climático, uno de los constantes retos de la política del actual Gobierno.

Con su compañera Elena Salgado (Ourense, 1949) comparte, además de orígenes, la discreción y las alabanzas por el trabajo perfeccionista. La nueva ministra de Economía es, sin duda, la gran revelación de los cambios en el Gobierno. Porque su departamento es vital en la guerra contra la crisis y porque viene con ascenso, hasta una de las vicepresidencias. Protagonista de una de las etapas más intensas en el Ministerio de Sanidad y gestora del plan Zapatero para las ayudas municipales, Salgado se defiende constantemente de los que ven en ella poco gancho con la tierra. “Me considero y ejerzo como tal”, afirma la ministra estrella.