No es habitual que en los grandes periódicos norteamericanos haya un hueco para contar lo que pasa al otro lado de la fronterra, en tierra mexicana. Y mucho menos si ese día la primera potencia mundial abre las urnas para elegir al relevo del polémico Gobierno de Bush, al nuevo inquilino de la Casa Blanca, con todas las miradas puestas en un político que las crónicas internacionales bautizan como revolucionario. Pues ocurrió, sí. Porque no faltaban motivos. En plena vorágine por el fenómeno Obama, en la histórica jornada electoral del pasado martes, el prestigioso New York Times destacaba en grandes titulares el trágico accidente de un jet en el centro de México DF en el que viajaban los dos grandes responsables de los azotes al narcotráfico y las bandas criminales del país, el secretario de Gobernación y mano derecha del presidente, Juan Camilo Mouriño, y el ex fiscal Vasconcelos. ¿Un accidente? ¿Un atentado? Y ahora, ¿qué? El eterno deseo de un pueblo, del joven político de origen gallego de acabar con el permanente estado de guerra, saltaba por los aires.

"Se trata de un drama mayúsculo". Habla Juan Villoro, escritor, periodista, uno de los intelectuales más reconocidos en México. "En el momento en que deseábamos compartir una esperanza ajena pero decisiva -narra-, volvimos a nuestra realidad de lumbre. Desde entonces predomina el desconcierto, la sensación de enfrentar un desastre sin escapatoria. No sabemos qué decir, pero no podemos pensar otra cosa. "Cierro los ojos y veo un jet en llamas", me dijo un amigo". "Todo el mundo habla de ello", añade Aída Ulloa, reportera del diario mexicano El Universal que sigue el caso del hijo del presidente del Celta. "La preocupación que vivimos está relacionada directamente con las implicaciones políticas que pueda traer al país".

Y es que en un periodo en el que México tienen multitud de reformas de gran calado pendientes, con Estados Unidos pidiéndole que ponga orden ante la gran actividad de las guerrillas -especialmente, el Ejército Popular Revolucionario y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional-, a punto de iniciarse el proceso de selección de candidaturas al Congreso para los comicios de 2009 -todo un referendum a la actual política de Calderón-, la desaparición de la cúpula de Interior pone de nuevo en entredicho la seguridad del país, sea o no un atentado, y plantea un rompecabezas difícil de encajar. "Pensar -apunta Villoro- que se podría haber dado más seguridad al responsable de seguridad es una inquietante paradoja y en cierta forma una alegoría nacional".

"Es sin duda un duro golpe para Felipe Calderón", explica Salvador García Soto, ex director del periódico La Crónica, presentador de televisión en la cadena Proyecto 40 y colaborador de varios medios más en el país. "En dos sentidos, el personal por la cercanía y amistad que tenía con Mouriño, y en lo político, porque efectivamente pierde a su ministro del Interior, encargado de la gobernabilidad del país, en momentos en que hay fuertes presiones políticas y sociales". El veterano periodista, como la inmensa mayoría de sus colegas mexicanos, historiadores, politólogos, en la calle... se preguntan hoy quién permitió que dos funcionarios de alto nivel, dos objetivos de la delincuencia organizada, viajaran juntos. Nadie quiere imaginarse lo peor, que los primeros indicios estén equivocados y que el choque del avión responda a un acto terrorista. "Sería castrófico para el Estado Mexicano", señala el columnista de negocios Carlos Mota. "La gente habla de que el Ejército tendría que salir a las calles a garantizar el orden y la seguridad públicos". "¿No deberían extremarse las medidas de seguridad para los funcionarios del Gobierno involucrados en esta guerra?", pregunta Salvador García Soto. "La versión oficial es que hasta ahora no hay datos que permitan formular una hipótesis diferente a la del accidente -indica Aída Ulloa-. Nunca se había dado tanta transparencia en un caso así".

La familia de Juan Camilo Mouriño reconoce que el joven político era consciente de los peligros a los que se enfrentaba. Aunque no hablara demasiado del asunto. "Él sabía que podía correr ese riesgo", afirma Juan Mouriño, su tío y hermano del máximo responsable del club vigués. Pero era la lucha que tenía en mente. La de construir un "México mejor". "Los tres hermanos eran muy inteligentes, pero quizás él era el más disciplinado y todo lo que se proponía lo iba consiguiendo", recuerda Nancy, tía de Iván. A los 27 años, el diputado nacional más joven. A los 29, colaborador de la Comisión de Energía. A los 32, subsecretario de Electricidad. A los 35, Jefe de la Oficina de Presidencia. Y a los 36, vicepresidente.

"Siempre pensé que no era de este mundo -continúa Nancy-. Con la categoría que tenía y frente a gente como nosotros, con cualquiera, daba igual, no marcaba las distancias. Él no. Todo lo contrario". Su cercanía, precisamente, su alabada capacidad para negociar y enfundarse en un perfecto y atractivo relaciones públicas, junto con los últimos aciertos de su gestión -como el arresto del grupo radical que estaba poniendo en jaque la estabilidad en el estado de Oaxaca o los operativos en la zona de Michoacán contra el narcotráfico- lo ponían a la cabeza de la carrera en el PAN por la sucesión de Calderón. ¿Iba a ser Mouriño el próximo candidato a la presidencia mexicana? Sus tíos están seguros. Entre los cronistas del país hay dudas.

"Días antes de su muerte circularon profusamente versiones de que Calderón había decidido relevarlo del cargo y enviarlo como candidato a gobernador de Campeche", cuenta García Soto. "Aunque eran filtraciones no oficiales, algunas se atribuyeron a miembros del propio equipo calderonista que intentaban desplazar a Juan Camilo de la inminente definición de candidaturas al Congreso". Una delicada situación provocada por las duras acusaciones del líder de la oposición, López Obrador, por supuesto tráfico de influencias en su etapa en el departamento de Electricidad para beneficiar a los negocios familiares -Mouriño padre tiene, entre otras empresas, un entramado de 35 gasolineras en el país- de contratos con PEMEX, la petrolera nacional. "Aunque se le exoneró oficialmente y él argumentó que no violó ninguna ley, los hechos golpearon fuerte al joven secretario, apenas unos meses después de su designación", señala García Soto.

Al fallecido número dos del Gobierno mexicano le costó salir del atolladero. De hecho, pese a la resolución exculpatoria de la comisión de investigación que se formó en el Congreso para analizar el caso, la oposición presentó en junio otra denuncia por los mismos hechos. Sus manos ya no estaban tan libres, aunque nunca le faltó el respaldo del PRI, como se demostró recientemente en su papel en las negociaciones de la reforma del sector energético. "La visión ahora sobre Mouriño estaba dividida. Un sector crítico nunca le creyó como interlocutor del Gobierno -afirma Carlos Mota-. Otro sector pro Gobierno sí le tenía respeto. Estaba como "neutralizado" políticamente, pero sobrevivía y sí era capaz de negociar con varias fuerzas políticas del país".

Sólo el tiempo permitirá comprobar la herencia que deja a un país al que amaba. Un país unido hoy por el duelo del hijo de emigrante que quiso cambiarlo. "La catástrofe -escribe Juan Villoro en una de sus últimas columnas en Reforma- obliga a pensar como el piloto Antoine Saint-Exupéry [autor de El Principito], a recuperar la fe en los hombres agrupados. Las llamas nos vuelven solidarios. ¿Volveremos a dividirnos ante las cenizas?".