Paisaje después de las llamas

Eduardo Rolland / VILARDEVÓS

El infierno se desató en Vilardevós el 16 de agosto de 2005. Aquel martes, a las cinco de la tarde, los vecinos salieron atónitos de sus casas para ver cómo un frente de fuego de diez kilómetros de largo avanzaba desde la sierra devorándolo todo. Aviones, helicópteros, cuadrillas y voluntarios apenas lograron salvar las casas, pero no extinguir las llamas. Tres días estuvo ardiendo este pueblo ourensano, al sur de Verín y fronterizo con Portugal. Hasta el viernes no se apagó el fuego y las cifras de la devastación fueron dramáticas. En Vilardevós, el concello gallego más afectado por el fuego este último verano, ardieron aquella semana 4.945 hectáreas, el equivalente a casi 5.000 campos de fútbol. Hoy, dos meses después, el pueblo arrasado vive un colapso económico y social.

"Hemos perdido varias décadas de trabajo", reconoce el alcalde, José Luis Pérez García, "habíamos apostado por las plantaciones de castaños, como una explotación forestal de calidad, respetuosa con la naturaleza y que tenía futuro... pero nos ardió todo".

Las grandes plantaciones de castaños realizadas a comienzos de los años 90 estaban ya a pleno rendimiento, pero son ahora extensiones de cenizas donde se conservan en pie algunos troncos renegridos.

"Convencimos a la gente de que apostase por un cultivo de larga duración, que esperase, que era mejor que plantar eucalipto... ¿qué les vamos a decir ahora, para que vuelvan a empezar y a tener ilusión, después de esto?", se pregunta el regidor de los 2.500 vecinos del municipio.

Pero no sólo se ha perdido una fortuna en castaños. Apenas quedan viñedos en Vilardevós, como tampoco productos de huerta. Porque, en varias parroquias, el fuego llegó hasta las mismas puertas de las casas, arrasando incluso pajares, alpendres y leiras.

"¿Usted cree que vendrán ayudas?", preguntan los vecinos, en una letanía que se repite en todas partes. Todo apunta a que sí, pues la Consellería de Medio Rural ha incluido a Vilardevós como el municipio más afectado por el fuego del verano, junto a otros treinta concellos. La incógnita es la cuantía, pero se han cifrado los daños en este ayuntamiento en 10 millones de euros.

A la espera de ayudas, el pueblo vive una tragedia. El paisaje de Vilardevós es ahora una inmensidad negra, apenas salpicada por algunos retales verdes, que el fuego respetó. Y los vecinos que tienen ganado ven con desesperación cómo sufren sus animales.

Santiago Bibián, de la parroquia de Flor de Rei, avanza con su rebaño de ovejas por una pista forestal, rodeado de monte quemado. Se dirige a un prado minúsculo que se observa a lo lejos, un "oasis" en medio de cenizas. "Andamos todos buscando pastos por ahí, moviendo el ganado muchos kilómetros, pero apenas encontramos nada", dice este ganadero. Hasta hace un mes tenía vacas, pero se deshizo de ellas y se pasó a las ovejas, que ramonean por las cunetas y lo aprovechan todo.

Vacas de paseo

Otro ganadero, Enrique Gómez, está pensando ya en vender sus vacas, que comienzan a lucir los huesos bajo la piel. "Las saco para que no anden todo el día encerradas en el establo, más por el paseo para que no se vuelvan locas, que porque vayan a comer gran cosa", explica el hombre. Hace quince años, Enrique y su mujer apenas tenían cinco vacas. Ahora, después de mucho trabajo, tienen 23. Pero tal vez deberán deshacerse de ellas: "Las tengo que alimentar con millo y terminaré por comprar cebada y pienso... así no podré mantenerlas, porque es un gasto enorme, o sea que tendré que vender algunas".

Azuzando con un palo a su mejor vaca, Cachorra, que guía al rebaño, Enrique entra en los restos de lo que fue un prado y confiesa que está "sacando pecho, trabajando, intentando tirar para adelante, como todo el pueblo, pero estamos destrozados".

En aldeas como Feces de Cima, Arzádegos o Vilarello, la gente reconoce que, a veces, cuando miran al monte, les entran ganas de llorar. "Es una tragedia muy grande", afirma otro ganadero, José Losada, que avanza con su rebaño de vacas hacia una ladera donde se observa algo de hierba. "Está todo ardido, esto que era precioso, todo negro... Casi no se salva ni la capilla de la santa", explica. Se refiere a la ermita de la Virxe de Portas Abertas, en la cima de un monte sobre Flor de Rei. Las llamas rodearon el templo y entraron incluso en el cementerio inmediato. Por fortuna, la capilla no ardió como la de la vecina parroquia de Infestas, ya en el concello limítrofe de Monterrei.

Las vacas avanzan cansinas, algo flacas, con su característico aspecto de no entender nada. Garbosa, Charola, Rubia, Piñeira, Marquesa, Dourada, Cachorra y Paloma se salen a cada trecho del camino y se meten en las cenizas, como buscando algún rastro verde. Las perras Lasi y Morita corren a devolverlas al sendero, levantando una nube de polvo gris. "Las pobres están toleando", dice José Losada, viendo a su ganado perdido en un terreno que eran prados y hoy es un paisaje lunar.

Algunos vecinos han intentado trasladarse con el ganado a otros municipios. Alquilar alguna casa, con leiras próximas, para salvar a las reses. Pero la mayoría han regresado ya. No se adaptan al cambio.

Ni siquiera el ganado más minúsculo sobrevive a la devastación. Xaquín, vecino de Arzádegos que apostó por la producción de miel, ve ahora como sus colmenas están condenadas. Las abejas no tienen flores en kilómetros a la redonda, con lo que su explotación está abocada a emigrar o desaparecer.

Muchos vecinos han perdido una fortuna en madera. Sus plantaciones de pinos, que en algunos casos serían una garantía de ingresos en un futuro retiro, son ahora cenizas. Ese rural "plan de pensiones" se ha arruinado con el fuego.

Algunos cuentan lo que les queda, que no es mucho. "A mí, de ochenta castaños, me quedan dos", explica Alberto Yáñez, vecino de Flor de Rei. Con el mejor humor ante la adversidad, bromea: "al menos me da para un magosto, aunque creo que las castañas ya las tengo asadas".

El alcalde, José Luis Pérez, intenta estos días animar a sus vecinos. Y está dispuesto a moverse donde sea para conseguir ayudas para el municipio. El pasado lunes, habló directamente con el presidente Rodríguez Zapatero, cuando visitó la comarca. En un pueblo Vilardevós, donde nunca había habido la visita de un conselleiro, la desgracia ha llevado al alcalde a dirigirse al mismo presidente del Gobierno.

Y es que Vilardevós busca una solución tras un drama que, un día de agosto, llevó al pueblo al mismísimo infierno.

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