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Sandra Penelas
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Marta G. Brea
Una joya patrimonial pegada a la Ría que ambiciona desde hace veinte años convertirse en un campus científico y un enclave para el disfrute ciudadano. La ETEA constituye uno de los mayores anhelos de una ciudad volcada en la investigación marina y que, gracias a ella, podría ganar todavía más peso internacional. Pero las desavenencias políticas, los sucesivos cambios en los distintos gobiernos a lo largo de los años y la dificultad para coordinar a todas las administraciones implicadas han aplazado su consecución. Mientras el deterioro avanza por edificios y viales, los vigueses disfrutan de las zonas abiertas al público y siguen imaginando el día en el que la actividad de las futuras sedes de la Universidad y el CSIC derribe vallas, espacios abandonados y maleza.
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Una joya patrimonial pegada a la Ría que ambiciona desde hace veinte años convertirse en un campus científico y un enclave para el disfrute ciudadano. La ETEA constituye uno de los mayores anhelos de una ciudad volcada en la investigación marina y que, gracias a ella, podría ganar todavía más peso internacional. Pero las desavenencias políticas, los sucesivos cambios en los distintos gobiernos a lo largo de los años y la dificultad para coordinar a todas las administraciones implicadas han aplazado su consecución. Mientras el deterioro avanza por edificios y viales, los vigueses disfrutan de las zonas abiertas al público y siguen imaginando el día en el que la actividad de las futuras sedes de la Universidad y el CSIC derribe vallas, espacios abandonados y maleza.
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Una joya patrimonial pegada a la Ría que ambiciona desde hace veinte años convertirse en un campus científico y un enclave para el disfrute ciudadano. La ETEA constituye uno de los mayores anhelos de una ciudad volcada en la investigación marina y que, gracias a ella, podría ganar todavía más peso internacional. Pero las desavenencias políticas, los sucesivos cambios en los distintos gobiernos a lo largo de los años y la dificultad para coordinar a todas las administraciones implicadas han aplazado su consecución. Mientras el deterioro avanza por edificios y viales, los vigueses disfrutan de las zonas abiertas al público y siguen imaginando el día en el que la actividad de las futuras sedes de la Universidad y el CSIC derribe vallas, espacios abandonados y maleza.
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Una joya patrimonial pegada a la Ría que ambiciona desde hace veinte años convertirse en un campus científico y un enclave para el disfrute ciudadano. La ETEA constituye uno de los mayores anhelos de una ciudad volcada en la investigación marina y que, gracias a ella, podría ganar todavía más peso internacional. Pero las desavenencias políticas, los sucesivos cambios en los distintos gobiernos a lo largo de los años y la dificultad para coordinar a todas las administraciones implicadas han aplazado su consecución. Mientras el deterioro avanza por edificios y viales, los vigueses disfrutan de las zonas abiertas al público y siguen imaginando el día en el que la actividad de las futuras sedes de la Universidad y el CSIC derribe vallas, espacios abandonados y maleza.
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Una joya patrimonial pegada a la Ría que ambiciona desde hace veinte años convertirse en un campus científico y un enclave para el disfrute ciudadano. La ETEA constituye uno de los mayores anhelos de una ciudad volcada en la investigación marina y que, gracias a ella, podría ganar todavía más peso internacional. Pero las desavenencias políticas, los sucesivos cambios en los distintos gobiernos a lo largo de los años y la dificultad para coordinar a todas las administraciones implicadas han aplazado su consecución. Mientras el deterioro avanza por edificios y viales, los vigueses disfrutan de las zonas abiertas al público y siguen imaginando el día en el que la actividad de las futuras sedes de la Universidad y el CSIC derribe vallas, espacios abandonados y maleza.
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