Ver más galerías relacionadas
Hilda Gómez
Ver galería >Patelas de pescado, 'leiteiras', afiladores; bocatas de requesón, filloas de sangre o papas de millo; carros de algas, palleiros... Este es el Vigo que se nos escapa
El patrimonio inmaterial de Galicia está formado por costumbres, objetos, oficios inherentes a nuestra comunidad. La evolución y el desarrollo olvidó los aspectos más cotidianos de la vida de nuestros abuelos, que marcaron una huella en el paisaje de nuestra tierra. Por ejemplo, el maíz fue clave para la economía rural y era habitual encontrarse las ristras de mazorcas colgadas de los balcones secándose al sol.
Imprescindible en cualquier aldea era el lavadero. Punto de encuentro para cientos de mujeres que, frota que te frota, iban y venían con los cestos de ropa a la cabeza. La falta de agua en las viviendas obligaba a lavar en estos lugares públicos. Gracias a ellos aprendimos términos como el retorcido de la ropa y el clareo. Vigo conserva decenas de ellos -el más céntrico está en la rúa Poboadores- y, algunos aún están en uso.
En estos pilones surgieron cientos de cantigas, refranes y leyendas populares. La dureza del trabajo quedó reflejada en el cancionero gallego donde la sabiduría popular recomendaba a las jóvenes: “Non te cases cun ferreiro que ten moito que lavar, cásate cun mariñeiro que ven lavado do mar...”.
El maíz constituye un patrimonio de innegable importancia para nuestra tierra. Los campos de 'millo' formaban parte del paisaje de cientos de pueblos gallegos. El arado tirado por el propio campesino abría el surco para el grano de maíz. Daba inicio a la sementeira. Hoy, Matamá sigue celebrando esta fiesta rural de la siembra de maíz para conservar en la memoria esos oficios artesanales que ha ido borrando el progreso.
Con el maíz maduro se hacía la recogida. Se sacaba la espiga para obtener el grano y las cañas se reservaban para el ganado. Cortado el 'milleiro' se levantaba el tradicional 'palleiro de canas'. En forma cónica para evitar la entrada de agua y medio hueco en su interior para que circulase el aire.
Terminada la 'esfollada', en la que se retiran de la mazorca todas las hojas que la cubren, las espigas se ponían a secar. Una vez secas, era el turno de la 'debullada', para obtener el grano.
Meses más tarde, en los márgenes de río esperaban los molinos de agua. Los vecinos acudían a moler el maíz en sacos dentro del horario establecido por ellos mismos. 'Moían o millo', del cual obtenían harina para alimentarse. El agua que los movía llevó la historia de cientos de vecinos. Hoy son auténticas piezas de museo y algunos se han recuperado para conservar y mostrar el oficio.
El ordeño era un oficio típicamente femenino, como tantos otros. Mujeres que ordeñaban las vacas y transportaban las pesadas lecheras al punto de venta e incluso al domicilio de sus clientes. Quien haya probado la leche recién ordeñada, caliente, cremosa... Ese sabor no se olvida. Como tampoco el de los bizcochos de nata, el aroma de las galletas de nata, la mantequilla batida en casa o los bocadillos de requesón.
La figura de “a leiteira” fue muy popular en Galicia. Una mujer recorría las casas con su cántaro para vender la leche. Solían vivir cerca de las ciudades, a la que acercaban todos los días del año la leche fresca recién ordeñada. En Mos, las 'leiteiras' -que transportaban la leche en tranvía a las casas de Vigo- tienen su propio monumento.
Pocos personajes tan típicos y queridos como el afilador, con su vida nómada tras la rueda. 'O home do chifre' recorría las calles afilando cuchillos y arreglando cualquier utensilio doméstico. Su seña de identidad, el chifre, silbato que hacía sonar para indicar de su presencia. Todavía hoy se sigue escuchando por algunas calles de Vigo su inconfundible llamada de buena mañana.
El barbero no necesitaba más que una navaja y una banqueta para mejorar tu imagen. Cuando estaba a punto de desaparecer, la moda de las barbas masculinas ha vuelto a la vida en los salones de belleza masculina que salpican ahora varios puntos de la ciudad. En la fotografía, afeitando al carpintero ante la atenta mirada de una vaca.
Paciencia y habilidad. El oficio de cesteiro requiere de destreza y tiempo para tejer el mimbre. Los cestos, durante décadas, estaban destinados al campo y servían para recoger las patatas o el pescado. Pero los tiempos cambian y la llegada del plástico los desplazó. En Vigo, un paseo por el Casco Vello permite saborear aún el encanto de este gremio que llegó a tener en la rúa Cesteiros -antes llamada Amargura- hasta ocho talleres.
De las manos del cesteiro salían las patelas. Mujeres humildes que defendían su vida cargando sobre la cabeza las pesadas patelas que subían desde el Berbés cada mañana hasta los mercados por las empinadas cuestas viguesas.
Conocidas como 'carrexonas', las mujeres cargaban con quilos de pescado fresco. Al principio sobre sus hombros para después a bordo de una especia de carro sobre el que tirar porque cuanto más 'carrexaban', más ganaban.
Hasta la segunda mitad del siglo XIX los mercados al aire libre eran una estampa habitual en Vigo. Los productos frescos que se vendían estaban a merced de la meteorología, moviéndose de una calle a otra con cierta frecuencia. En la Princesa, el Progreso o el Areal se asentaban con frecuencia para despachar desde roscones a pescado, verduras o fruta. En la imagen, venta de tetilla.
Ellas son casi un icono de Vigo. Las ostreras, esas mujeres apostadas en el casco vello, en plena Pescadería cuchillo en mano, son todo un espectáculo. Como la que recientemente perdimos, María Seoane que, junto a su hermana Isabel, recibió la Medalla al Mérito en el Trabajo. Con lluvia o frío, en festivo o día laborable, ellas despachan a diario los productos del mar. Llegó a haber más de 20, hoy se cuentan con los dedos de una mano. En la imagen, rúa Pescadería en el año 1971.
Uno de los oficios que se llevó por delante el desarrollo tecnológico fue el de telefonista. Un trabajo que permitió a cientos de mujeres incorporarse al mercado laboral. Ellas tuvieron un importante papel para la mejora de las comunicaciones. En imagen, la central de Telefónica.
Uno de las tradiciones que más se ha profesionalizado ha sido la recogida y producción de vino. El mes por excelencia es septiembre, como aparece reflejado en el refranero popular: “En septiembre el vendimiador corta los racimos de dos en dos” o “Por San Nicolás a tolva hincharás”.
Antiguamente la vendimia era una fiesta. La familia se reunía para ayudar a recolectar la uva. Se utilizaban cestas de madera que iban montadas en carros de vacas hoy sustituidos por tractores.
Una vez en la bodega los racimos eran pisados para obtener el ansiado vino. Los restos pasaban a la lagareta para ser prensados y obtener el bagazo. Este posteriormente se destilaba para conseguir el aguardiente. Todos estos utensilios son hoy piezas de museo.
El mes de noviembre era un mes “fartureiro”. Se esperaba con ansia para poder comer y beber. Este mes caen las castañas, se 'abilla o viño novo' y tiene lugar la matanza del cerdo.
El cerdo era sacado de su cuadra y tumbado sobre un banco agarrado por varias personas. Un largo y afilado cuchillo se le clavaba en la garganta. Quién no ha escuchado ese característico aullido en la aldea el día de matanza. La sangre que vertía era recogida en una tina, que contenía una cebolla pelada, donde una mujer removía sin parar que no cuajase. De aquí salía uno de los manjares de la matanza, las filloas de sangre. Otro de esos sabores únicos que se han ido perdiendo.
Acto seguido era cubierto con 'fento' seco al que se le prendía fuego. Para después verter agua caliente al tiempo que se frotaba con una piedra y se raspaba con un cuchillo para dejarlo bien limpio y quitarle los pezuños. Durante el chamuscado no faltaban unas 'cuncas' de vino.
Después, el cerdo abierto ya y colgado con unos palos atravesados a la altura de la barriga para que permaneciera abierto, se dejaba hasta el día siguiente, cuando es despiezado. La matanza no solo era un trabajo, era una fiesta. “O chegar o San Martiño, mátase o porco e próbase o viño”. En la imagen, matanza en 1994.
Todos ellos marcaron la vida de nuestros ancestros y la infancia aún de algunos de nosotros. Colectivos culturales y algunas administraciones se afanan en intentar conservar la memoria y los usos y costumbres, así como el paisaje y los sabores de nuestra tierra. En la imagen, recogida de paja para levantar un 'palleiro'.
Noticia guardada en tu perfil
Ver noticias guardadasEl patrimonio inmaterial de Galicia está formado por costumbres, objetos, oficios inherentes a nuestra comunidad. La evolución y el desarrollo olvidó los aspectos más cotidianos de la vida de nuestros abuelos, que marcaron una huella en el paisaje de nuestra tierra. Por ejemplo, el maíz fue clave para la economía rural y era habitual encontrarse las ristras de mazorcas colgadas de los balcones secándose al sol.