Melina Furman es una de las ponentes más esperadas en el Foro de Educación del próximo mes de octubre. El auditorio Mar de Vigo la recibe con ganas tras no poder participar en la edición anterior. Esta vez, nos explica cómo cambiar la forma de educar a los más pequeños en la conferencia “Educar distinto”.
¿Cómo de importante es vivir la docencia para poder ejercerla?
La docencia es de esas profesiones que te toma de cuerpo entero. No solo estamos enseñando cuando estamos en el aula o con los alumnos, también lo hacemos en nuestras casas, planificando clases, corrigiendo... Y es algo muy bello, porque no solo trabajamos como docentes, sino que somos docentes. Llevamos una “camiseta” que hace que allá donde vayamos seamos maestros.
Hablas en alguna de tus publicaciones sobre educar “mentes curiosas”. La curiosidad, ¿se aprende, se entrena o incluso se pierde?
La curiosidad es innata en los seres humanos, somos seres aprendices. Nos gusta curiosear, explorar... y nos da placer hacerlo. Cuando algo nos produce curiosidad, en nuestro cerebro se enciende el llamado “circuito de recompensa” y se libera dopamina, se ilumina una llamita. Por eso es tan importante que lo que hagamos en el sistema educativo y en el hogar ayude a que no se apague.
¿Y cómo se consigue mantener viva esa “llamita”?
Hay un camino muy importante para los docentes: buscar dentro del curriculum o programa qué es lo más apasionante, cuáles son las grandes preguntas del tema que tengo que enseñar. Por ejemplo: la Revolución Francesa ¿quiénes fueron sus protagonistas? ¿qué no me puedo quedar sin conocer de sus grandes ideas? ¿qué huellas ha dejado a día de hoy?
Pero también debemos preguntarnos: a mí, como educadora, ¿qué me despierta este tema? Eso me ayudará a encontrar una vuelta para transmitirlo, para crear actividades contagien mi propia curiosidad.
¿Y qué fallos cometemos en la educación hoy en día que pueden ser reparables? ¿Qué debemos hacer y qué no?
Como investigadora, y lo digo de forma genérica (ya que cada escuela es un mundo y hay una hermosa variedad de sistemas de educación), observo de forma sistémica que, en muchas ocasiones, todavía se enseña lo que llamamos “conocimiento inerte”, o “frágil”. Conceptos que los alumnos escuchan e incorporan a medias, que no terminan de entender pero siguen adelante. Después los reproducen en el examen con más o menos suerte, pero ni los retienen, ni saben cómo usarlos.
“Hay que fomentar la curiosidad como la pasión: no dejar que se apague su llama”
Si hacemos memoria seguro que tenemos muchos ejemplos de conceptos a los que les hemos dedicado mucho estudio sin entenderlos del todo: los logaritmos, la tabla periodica, el análisis sintáctico… Más allá del area de conocimiento, lo imporante es que lo que aprendamos en la escuela nos ayude a comprender el mundo fuera de ella, sin sentir que cargamos un saber fragmentado que no sirve en nuestras vidas.
¿En qué consiste eseñar “distinto”? ¿Qué hay que cambiar para no seguir “igual”?
Primero (y creo que es la base de cualquier innovación, aunque a veces se nos olvide)hay que reconocer qué es lo que no hay que cambiar. Atesorarlo, profundizar en ello y pararnos con la seguridad de que mucho de lo que hacemos sí funciona. Y luego, analizar qué cambios estratégicos tenemos que hacer para fomentar la cultura del pensamiento y el aprendizaje profundo.
Ayuda mucho establecer ciertas rutinas en el aula, como la de trabajar con la metacognición. Esto es: los alumnos toman un momento para reflexionar sobre lo que entendieron, lo que todavía no, cómo se lo explicarían a sus compañeros, qué preguntas se llevan... Y también introducir prácticas que, aunque se trata de un contexto educativo, nos dejen ese “saborcito de futuro”.
Entiendo que podemos aplicar esas estrategias también en nuestras casas ¿Qué ideas o consejos le darías a padres y madres que no son docentes?
El primer consejo para las familias en general es darse cuenta de que, cuando se trata de construir el amor por el conocimiento, el tiempo que compartimos en casa es tan importante o incluso más que el tiempo que los niños pasan en la escuela.
En casa se teje ese vínculo con el saber, sobre todo los primeros años. A veces pensamos que lo importante es escoger una buena escuela, pero lo que hacemos en casa aporta mucho más.
¿Y qué hacemos en casa?
Ahí no hay recetas, pero hay que usar lo que nos apasiona como adultos para transmitírselo a los niños: en alguna familia será la música, en otra la lectura, en otra tal vez las matemáticas, o las salidas al aire libre… Compartir actividades que nos apasionen y con las que podamos llevarlos de la mano a mundos nuevos.
“Hay que buscar prácticas que nos dejen ese saborcito de futuro”
La base para todo lo demás es empezar a instalar el gusto por la lectura desde bien pequeños. Para ello es clave leer juntos, que tengan libros en casa donde elegir, donde mirar. Y no solo leer por el hecho de disfrutar, que también, sino establecer pequeñas pausas para conversar sobre la lectura: ¿Qué habrías hecho tú? ¿Cómo deseas que termine? ¿Cómo se lo explicarías a tus amigos?
¿Y qué ocurre con los alumnos que el sistema deja de lado o que no tienen tanto apoyo en casa?
Siempre se puede despertar el amor por aprender. Nosotros como docentes tenemos especial responsabilidad en estos casos en los que los estudiantes están perdidos o tienen poco apoyo. No es fácil, por supuesto, pero cuando uno ve historias de adultos que cuentan cómo se les rescató, cómo se dieron cuenta de lo que les mueve, sabe que es posible entrar en ese mundo cerrado. Es clave para que sientan que hay alguien ahí, del otro lado.