Educación emocional

«Un mundo de colores y sabores» para entendernos mejor

El proyecto del colegio Marcote Mondariz enseña al alumnado de Infantil y Primaria a poner nombre a sus sentimientos y les ayuda a gestionarlos

Marcote

Marcote / Cedida

«El control emocional es la base de la educación», afirma Begoña Iglesias, profesora del colegio Marcote Mondariz. Con esta frase resume la esencia del proyecto educativo multidisciplinar ‘Un mundo de colores y sabores’, que coordina ella misma y que se está llevando a cabo este curso con el alumnado de Educación Infantil y Primaria del centro. 

Continuando con la línea de trabajo del Marcote, que lleva años poniendo la educación emocional en el centro, esta iniciativa enseña a los niños y niñas a identificar lo que sienten, a ponerle nombre y, lo más importante, a enfrentarse a esos sentimientos con herramientas que les acompañarán toda la vida.

¿Cuáles son las emociones básicas? ¿Qué otras emociones experimentamos? ¿Cómo funciona nuestro cerebro? Estas y muchas otras preguntas son las que se plantean junto a los estudiantes para «conocerse desde dentro» y dotarlos de estrategias «que les ayuden a enfrentarse a los diferentes retos con los que se van a ir encontrando en las diferentes etapas». 

En este sentido, las propuestas de ‘Un mundo de colores y sabores’ van adaptadas a cada nivel educativo: «Los más pequeños trabajan con las emociones básicas, como la tristeza o la alegría, mientras que con los mayores tratamos lo que serían las ‘emociones escondidas’, más complejas», ejemplifica Begoña Iglesias. 

¿En qué consiste?

La iniciativa recurre a los cuentos, a las películas, al yoga o a las manualidades para hablar con los niños y las niñas sobre las emociones.

La iniciativa recurre a los cuentos, a las películas, al yoga o a las manualidades para tratar las emociones. / Cedida

Siguiendo el enfoque ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos), el método Hands-on-Learning(aprendizaje basado en la experiencia) y la Flipped-Classroom (aula invertida), el proyecto se divide en tres fases (una por cada trimestre del curso escolar), aunque como explica su coordinadora, «no es algo cerrado» y va creciendo según las demandas de los alumnos y alumnas, que están «encantados». Además, no se trabaja en un momento determinado de la semana, sino que todo el profesorado del colegio Marcote Mondariz está implicado en ponerlo en práctica.

«Aunque parte fundamentalmente de las clases de Valores y Proyecto, si no se tratase en el resto de asignaturas no tendría sentido», apunta Iglesias. De esta forma, en la primera fase emplearon la proyección de cortos, películas y libros como recurso motivador para indagar sobre las emociones. 

Adicionalmente, los mayores del cole crearon un personaje llamado ‘NONO’ que va pasando por diferentes situaciones y dificultades y les enseña a desarrollar esas primeras estrategias de gestión emocional.

Durante la segunda etapa, el alumnado trabaja principalmente con los cuentos de la neurocientífica Nazaret Castellano. «¡Les molan un montón! De hecho, los íbamos a usar solo para explicar el funcionamiento del cerebro, pero hemos tenido que ampliarlo a otros órganos porque querían saber más», cuenta Begoña. 

Por último, la tercera fase está relacionada con el arte y las diferencias culturales. En ella emprenderán un viaje a través de las diferentes formas de expresión y su unión con las emociones: «Es importante que aprendan a respetar los límites y las diferencias con los demás».

Tomando la temperatura a nuestras emociones

El alumnado está muy implicado en el proyecto.

El alumnado está muy implicado en el proyecto. / Cedida

A lo largo de todo el proyecto, los niños y las niñas llevan a cabo diferentes manualidades y aprenden técnicas de yoga y mindfulness que les permiten continuar explorando su mundo interior. 

Además, tal y como explica Begoña Iglesias, cada uno tiene su propio ‘emocionómetro’, un círculo de papel en el que se recogen los días de la semana y que deben colorear al final de cada jornada en función de cómo se han sentido. «También tienen que explicarlo y contar cómo lo han arreglado, en el caso de que sea una emoción “negativa” como el enfado», cuenta la docente.

Durante el fin de semana, cada alumno se lleva a casa su ‘emocionómetro’ y el lunes siguiente tiene que presentar un dibujo que represente sus conclusiones, en el caso de los más pequeños, o un texto que resuma su aprendizaje semanal, en el caso de los más mayores. Cuando termine el curso, todos se llevarán a casa su propio ‘Libro Emocional’ para que vean su desarrollo a lo largo del año.

En cuanto a las familias, aunque al principio «les chocaba», cuando vieron cómo el proyecto influía positivamente en los niños empezaron a entender su importancia. «Tenemos mucha suerte con los padres, se implican mucho en todo lo que pedimos, son unos cracks», admite Begoña.

Y es que ‘Un mundo de sabores’ también permite reforzar los vínculos con sus propios hijos y la comunicación con el centro. ¡Esperamos leer más sobre él en el periódico escolar de Marcote Mondariz!

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