Álvaro Bilbao, neuropsicólogo: «La capacidad de lectoescritura de los niños, el mayor predictor de inteligencia, está disminuyendo»
Hablamos con una de las voces más influyentes en el mundo de la crianza con motivo del décimo aniversario del manual que lo dio a conocer

El neuropsicólogo Álvaro Bilbao. / Cedida
El cerebro del niño explicado a los padres cumple 10 años. ¿Cree que el libro es hoy más necesario que hace una década?
Creo que hace una década descubrí a muchos padres el mundo del cerebro del niño, muchas ideas que no conocían acerca de cómo los niños piensan y sienten distinto a nosotros. Y sobre todo, una cosa que me gusta mucho es que siento que ahora se aprecia un poco la idea de educar bien, que los padres tienen más interés por educar bien a sus hijos, que es una labor importante. Eso para mí es algo muy bonito. Quizás los problemas de hace 10 años eran unos y ahora igual son otros, pero la solución yo siempre digo es la misma: intentar mantener el equilibrio en la educación.
Algunos expertos afirman que las familias están hoy más perdidas que nunca. ¿Comparte esa opinión?
No sé si más que nunca, pero sí vemos a un grupo de padres que se ha extremizado. Tienen mucha información, intentan hacerlo todo bien y, a veces, vemos que no están siguiendo el sentido común. Vemos padres de niños de seis años que los persiguen con la comida porque el niño no come sentado a la mesa o niños que igual tienen ya 15 años y que siguen durmiendo en la cama con pegaditos a la mamá…Sí, vemos cosas que nos preocupan y que a los niños parece que les están generando más inseguridad y ansiedad, pero también hay muchos padres que tienen muy claro algunas de las cosas que necesitan los niños, que les dan más cariño, que están más presentes en su vida. Y esas son cosas positivas también, ¿no?
Uno de los grandes retos de la infancia es abordar el abuso de las pantallas. ¿Hasta qué punto repercutirá en el desarrollo cerebral de los niños a largo plazo?
Yo soy de los que cree que va a tener una repercusión importante. Para empezar, por el efecto neurológico del desplazamiento. Todo el tiempo que un niño de seis años dedica a las pantallas es tiempo que está desplazando de otras actividades importantes como el juego en la vida real o hablar con un amigo cara a cara.
Tenemos datos “muy bonitos” que nos hablan de cómo los adolescentes parecen estar procesando peor sus emociones porque muchas veces las expresan a través del teléfono móvil con un mensaje de WhatsApp. El lenguaje no verbal es fundamental para el bienestar humano. También se está desplazando mucho la lectura. La capacidad de lectoescritura de los niños, que es el mayor predictor de inteligencia y de coeficiente intelectual, está disminuyendo, porque cada vez prestamos menos importancia a la ortografía en los planes académicos y porque cada vez pasamos más tiempo viendo vídeos y menos tiempo leyendo libros.
Y de todas esas consecuencias, ¿cuál es la que más le preocupa?
Creo que una de las más importantes es que tenga una repercusión en su capacidad de tolerancia a la frustración y al tiempo de espera. Los niños están viendo una serie y el móvil a la vez mientras hablan con sus amigos y juegan. Eso no solamente repercute en su capacidad de prestar atención a películas, sino que también tiene repercusiones en la capacidad para soportar ciertas frustraciones normales de la vida. Por ejemplo, a la hora de convivir en pareja o dar más el callo al principio en un trabajo nuevo. No quiero decir que tengamos que aguantar todo como igual hacían nuestros abuelos, pero sí que tenemos que tener un poquito de constancia para poder mantener cosas que valen la pena.
Hay un estudio que ha salido hace muy poco que habla de la curva de la infelicidad, cuyo punto más álgido siempre ha estado alrededor de los 40 años, cuando tenemos más presión laboral y estrés doméstico por cuidar de los niños y de la familia. Pues parece que esa curva se está desplazando y ahora, los chicos y las chicas se sienten más infelices entre los 18 y los 20 años. Obviamente tiene que ver con la gratificación inmediata y la dificultad para demorar esas recompensas. Es curioso que en redes sociales estén triunfando cada vez más entre los adolescentes mensajes estoicos y de emprendimiento. Yo creo que es porque sienten que les ha faltado algo en su educación y ahí están encontrando algunas respuestas. Y sí, el cerebro es muy plástico y cualquier persona puede mejorar mucho su capacidad de gestión del estrés, de la frustración, pero hay que ponerse con ello.
¿Hay algún consejo que le hayan dado que le siga acompañando a día de hoy?
Me han dicho tantas cosas…pero creo que hay una en la que pienso a menudo con los niños y conmigo mismo y es que hay tiempo. Cuando vemos a un niño con problemas de comportamiento no podemos descuidarlo, hay tiempo para que vaya evolucionando. Vemos casos preciosos de chavales que al inicio de la adolescencia son auténticos casos perdidos y que con mucho trabajo y cariño de sus padres consiguen recuperar su vida y acabar un bachillerato. O con los más pequeños: no tiene que gustarle el brócoli ya, lo importante es la constancia y tener esa perspectiva de conseguirlo.
Usted defiende con fuerza la educación emocional y la crianza consciente. Sin embargo, parece que en este contexto actual tener paciencia es un reto mayor, ¿no?
Sí, muchas veces es difícil. En algunas edades cuando son muy pequeños y ya llevan siete rabietas durante el día es difícil mantener la calma. Todos hemos perdido los nervios alguna vez y es normal. Nuestros hijos nos entienden, nos perdonan y nos quieren. Nuestro trabajo es intentar aprender de nuestros errores, ir mejorando poco a poco para la siguiente ocasión e intentar ver qué cosas han influido cuando perdemos la paciencia con mucha regularidad. Como decía, hay tiempo: puede que el padre que no sea muy paciente cuando sus hijos tienen cuatro años consiga una relación maravillosa cuando tengan siete. Todos perdemos los papeles en alguna ocasión, lo importante es revisarnos y aprender de los errores.
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