Despedidas

¡Se jubilan!, pero nunca se van del todo: «Profe, esto es gracias a ti»

Como Begoña Jara, unos 900 docentes dicen adiós cada año a las aulas gallegas, dejando recuerdos imborrables y la convicción de que la enseñanza deja huella

La docente del CEIP Pintor Laxeiro Begoña Jara, rodeada de su clase.

La docente del CEIP Pintor Laxeiro Begoña Jara, rodeada de su clase. / Cedida

María Bueno

María Bueno

Vigo

La enormidad que encierra la vida de cada persona acaba de adquirir nombre y apellidos en la voz quebrada de Begoña Jara, mientras hablamos de los días previos a su jubilación. Se va después de 25 años en el CEIP Pintor Laxeiro y 38 dedicados a la docencia. Son los mismos que lleva en Galicia, comunidad a la que se mudó desde el País Vasco por amor a Eloy, su todavía hoy marido y padre de sus dos hijas: Iratxe y María.

De respuestas breves y apariencia práctica, cuenta que eligió Magisterio porque le gustaba enseñar. Que sus comienzos fueron «como los de todos»: de aquí para allá, hasta conseguir plaza. Que han sido «muchos, muchos los alumnos y compañeros; muchas alegrías y complicidad». A veces, continúa, le han dicho que tiene «mucho carácter, pero…», y entonces ya no puede seguir. 

Se le quiebra la garganta, se le saltan literalmente las lágrimas al pensar en lo que más va a echar de menos. Qué pregunta la mía, pienso, porque estaba claro desde el principio: son ellas y ellos, su alumnado.

—¿Puedes hablarnos de los momentos más especiales que te llevas?

—«Bueno, sin ponerme a llorar, no», dice con acento de Barakaldo, y sonríe. Otra vez noto en el brazo y en la nuca esa piel de gallina que dejan las emociones cuando se asoman sin aviso, cuando se le escapan, sin querer, a personas honestas que intentan contenerlas. Al otro lado del teléfono se hace un silencio breve. No incómodo, solo el justo para que Begoña recomponga en tiempo record cuarenta años de recuerdos llenos de «inocencia y ganas de aprender».

—«Los mejores son esos momentos en los que los propios alumnos te devuelven lo importante que has podido ser para ellos. Me pasó hace muy poquito con una alumna que se marchó al instituto. La tuve en tercero y cuarto de Primaria. Cuando se fue, se giró hacia mí y me dijo: ‘Profe, esto es gracias a ti’», cuenta casi sin poder acabar la frase.

Se ha vuelto a emocionar. Me pide disculpas; y yo —que no tengo nada más que agradecerle lo que, sin saberlo, me está enseñando— pienso que quizás esta sea, con suerte, la sensación que deja una vida vivida con propósito, con ganas y compromiso, en el a uno le importa de verdad lo que hace. Tal vez eso sea lo que más vale: no lo que hicimos por deber, ni los epígrafes que tachamos de esas odiosas listas de tareas, sino todo aquello a lo que nos entregamos por convicción, por afecto, por sentido; por lealtad a los demás y al mundo en el que vivimos, y por respeto a nosotros mismos.

Me lo había dicho Esther Fernández, la directora del CEIP Pintor Laxeiro: que este curso se marchaba una de las «profes referentes del cole»; que es una «gran compañera»; que «todos la adoran, pero las familias y los niños aún más». Le pregunté cómo la definiría como docente y accedió con una larguísima lista de adjetivos y una idea por encima de todas: «Sobre todo, destacaría su compromiso con los niños que más lo necesitan: los involucra, los impulsa, los apoya… y tira de ellos hasta que consigue resultados que muchos otros, a lo mejor, no somos capaces de lograr».

«Bueno, creo que quise ser profesora porque de niña siempre tuve dificultades en el colegio. Y poco a poco, se fue forjando en mí esa forma de enseñar diferente, buscando otras formas de llegar», prosigue por su parte Begoña. Qué tremenda belleza cuando, con el tiempo, los relatos de vida se revelan, conectan sus puntos sin que a veces sus protagonistas ni siquiera se den cuenta. 

La historia de Begoña, que recuerda con nitidez su primera clase con plaza provisional en una escuela de Tomiño —«Es un recuerdo precioso»—; que se siente agradecida por las personas que le han acompañado en el camino —«Es que con Esther, por ejemplo, ha sido una complicidad total. Nos terminábamos las frases. No creo que mucha gente pueda decir que la relación que mantiene dentro del trabajo traspasa los muros del colegio»—; que ahora que se marcha con «muchos sentimientos encontrados», mantiene la misma actitud que seguramente la ha traído hasta aquí —«pero bueno, hay que mirar hacia adelante»—, es sin duda el ejemplo perfecto que podría llevarse a colegios como el suyo para explicar lo qué es el éxito.

Como ella, alrededor de 900 docentes se despiden cada curso de las aulas gallegas con la satisfacción de haber dejado una huella en decenas de generaciones. Historias como la de Begoña Jara no son solo el cierre de una etapa profesional: son también la prueba de que la educación importa y de que el trabajo en el aula transforma e impacta. 

«Muchos de los que ya han dejado el cole, que ahora están en el instituto, incluso en la universidad, me decían que aprendíamos mucho en clase, pero que lo mejor era lo bien que nos lo pasábamos», se despide y, claro, ahora lo entendemos: es por eso que, aunque se vayan, nunca se van del todo.

Ahora toca dedicarse más tiempo a una misma y a la familia, estar presente, viajar a algún lugar con sol, disfrutar de la costura y tener tiempo —y cabeza— para leer, por ejemplo, El Albatros Negro, de María Oruña. Qué hazaña, reflexiono, mantener viva la pasión por lo que uno hace durante cuarenta años. Y marcharse, aún con todo lo vivido, aún después de tanto tiempo, con un «pellizco en el estómago». 

Tracking Pixel Contents