Lo único obligatorio de la literatura es disfrutarla

Repensar el por qué y el cómo se eligen los libros que se recomiendan en el instituto puede ser determinante para fomentar el hábito lector (o quebrantarlo para siempre)

Los clásicos de la literatura no tienen por qué ser un «tocho» infumable.

Los clásicos de la literatura no tienen por qué ser un «tocho» infumable. / Envato

Para la gran mayoría de personas, la literatura, más allá de los cuentos y los tebeos, llega a sus vidas en el colegio o en el instituto. Ahí es donde se juega una parte importante del «partido». En función del interés que despierten en el alumnado las lecturas que se proponen en el aula, tal vez se produzca el nacimiento de un ávido lector… o bien todo lo contrario. Por eso no es cuestión menor preguntarse: ¿tiene sentido seguir mandando leer los grandes clásicos de la literatura, esos «tochos» que han «traumatizado» a tantas generaciones? ¿Qué hacemos con las lecturas obligatorias?

«Pensamos en clásicos y pensamos en algo super distante y canónico, pero hay cosas muy variadas. Hay libros clásicos que son de aventuras, para diferentes edades, y que pueden interesar al alumnado», afirma Ana Beloso, profesora de Lengua Castellana en segundo de la ESO del IES Floriani, en Redondela. En su caso, este trimestre ha propuesto, entre otros títulos, Carmilla, una novela de vampiros de Sheridan Le Fanu publicada en el año 1872 y que está causando un gran interés en la clase.

Las lecturas obligatorias son una realidad en la vida del instituto y su elección está en manos de los docentes excepto en segundo de Bachillerato, donde el listado va marcado de acuerdo con el temario de Selectividad. En este sentido, María Dolores Camiña Pérez, más conocida como Mariló, sentencia que «la mejor manera de aborrecer la lectura es hacer bachillerato». 

Esta profesora, jubilada hace dos años tras casi 40 dedicada a dar Lengua y Literatura en centros como el IES Ricardo Mella o el Carlos Casares, considera que las obras elegidas ese curso han sido siempre «tremendas» en el peor de los sentidos: «Hay una visión de la literatura española absolutamente pesimista, negativa». Resignada a seguir el plan de segundo de Bachillerato, era en primero donde podía desplegar sus recomendaciones literarias; Frankestein, Tres sombreros de copa, Rebelión en la granja y otros tantos títulos, más adecuados a la edad del alumnado y famosos en la historia de la literatura, y sin desoír los gustos de los chavales.

Por ejemplo, Sara Flores, que imparte Lengua y Literatura en el IES de A Pinguela (Monforte de Lemos) en los dos primeros cursos de la ESO, intenta escuchar al alumnado para motivarlo más allá de las lecturas obligatorias: «Mi tutoría es muy fan del universo de Heartstopper, creado por Alice Oseman, y aunque las novelas gráficas también me encantan, he procurado guiarlos hacia las novelas escritas por esta misma autora». 

Atender a los intereses de los estudiantes y abrir la puerta a que sean ellos quienes propongan títulos o, incluso, poner sobre la mesa la posibilidad de leer una novela gráfica, son mecanismos para mejorar su predisposición a la lectura. 

La forma de evaluar si los libros han sido leídos o no también ayuda a fomentar el hábito lector. «Jamás he hecho exámenes de lectura», admite Mariló Camiña, que los califica de «detectivescos» y «sin sentido». Para ella, lo más efectivo era pedir trabajos de cierta libertad creativa: si el estudiante leía de verdad el libro, eso se reflejaba a la perfección bien hiciera un vídeo, un dibujo o una redacción literaria; una metodología que comparte Ana Beloso. 

Qué hacer con los clásicos

¿Significa esto que debemos desterrar para siempre la lectura de La Celestina, el Lazarillo de Tormes o el Conde Lucanor? La profesora del IES Floriani lo niega: «Creo que los docentes no debemos partir del prejuicio de que porque son libros antiguos no les van a gustar y que van a preferir algo que saliese el año pasado sí o sí. Muchos son clásicos por algo, porque mucha gente a lo largo de mucho tiempo es capaz de sentirse conmovida o entretenida por esos libros».

Además, Sara Flores apostilla que es importante leer a los clásicos porque forman parte de nuestro «arraigo cultural». La técnica para trabajarlos es «introducirlos poco a poco». «Aunque no los hayan leído, los estudiantes saben de qué van o, por lo menos, saben que son libros ‘muy tochos’, como me han llegado a decir», cuenta. Así, para trabajar el Cantar de Mio Cid les puso una versión en rap o, en la última unidad sobre historia de la narrativa, seleccionó un fragmento de Don Quijote en el que se explica a Sancho que no debe eructar en público.

Esa introducción progresiva y acompañada de la literatura clásica también la llevó por bandera la exprofesora del IES Carlos Casares Mariló Camiña. «Nunca mandaba leer clásicos en casa», reconoce. Su fórmula consistía en leer en voz alta fragmentos seleccionados e ir desgranando su significado en clase. 

«Los clásicos se caracterizan por tener múltiples lecturas, porque no todo lo que se dice se ve a primera vista», explica. «Yo sabía dónde poner la entonación para remarcarlo. A veces los alumnos me decían ‘no sabía que el Quijote te pudiera hacer reír’. Claro, lo hace si lo lees con cariño y entendiéndolo».

Tracking Pixel Contents