El gran misterio de la amnesia infantil

¿Por qué no recordamos los primeros años de nuestra vida?

¿Por qué no recordamos los primeros años de nuestra vida? / Envato

Les propongo un juego: tomen aire y zambúllanse en su propia memoria, braceen todo lo que puedan hasta tocar el fondo y saquen a la superficie el primer recuerdo que encuentren. Salvo contadísimas excepciones, lo más probable es que se corresponda con algo que ocurrió cuando tenían tres o cuatro años, ¿verdad? 

Esa es la edad a la que, por norma general, se empieza a tener recuerdos «conscientes y duraderos», aquellos que se almacenan en lo que se conoce como memoria episódica, uno de los diversos tipos de memoria con los que cuenta nuestro cerebro. Es una memoria a largo plazo que nos permite ‘guardar’ vivencias personales de nuestro pasado y traerlas al presente.

Sin embargo, todo lo que sucede antes de la frontera de los tres años parece que no existe, porque recordarlo es prácticamente imposible, si bien numerosos estudios indican que los primeros mil días de vida son decisivos para el lactante, tanto en el ámbito de la salud como en su desarrollo cognitivo y emocional. «Podemos tener algunas "huellas" emocionales o sensoriales, pero no recuerdos episódicos completos», explica la neuropsicóloga pontevedresa Cecilia Otero

Este fenómeno se denomina amnesia infantil y a día de hoy sigue siendo todo un enigma para la ciencia, a pesar de los avances recientes. Pero todo a su tiempo. Para entender qué es lo que ocurre en nuestro cerebro durante esos años, necesitamos plantear antes una cuestión mucho más básica: ¿cómo funciona la memoria?

Los mecanismos de la memoria

«El funcionamiento de nuestra memoria no es básico ni sencillo, ni lo conocemos 100%», reconoce el neurocientífico Santiago Canals, profesor de Investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y director del Laboratorio de Plasticidad de Redes Cerebrales en el Instituto de Neurociencias (CSIC-UMH) en San Juan de Alicante. 

La memoria episódica es solo una de las muchas que tenemos. Así, el primer paso para generar un recuerdo es la llegada de estímulos desde las cortezas sensoriales al hipocampo. El hipocampo es una estructura cerebral localizada en el lóbulo temporal del cerebro encargado de establecer asociaciones entre esas «piezas de información».

«El funcionamiento de nuestra memoria no es básico ni sencillo ni lo conocemos al 100%»

Santiago Canals

— Director del Laboratorio de Plasticidad de Redes Cerebrales en el Instituto de Neurociencias (CSIC-UMH)

Por ejemplo, como explica Canals, el hipocampo asocia algo tan básico como una pelota, su forma y el sonido que hace al botar y su funcionamiento es esencial para poder generar recuerdos. «Si te falta el hipocampo no se forman nuevas memorias», apunta. Con todo, como se descubrió a través del caso de Henry Molaison (un paciente estadounidense ampliamente estudiado durante el siglo XX, al que se le extirpó el hipocampo para tratar una epilepsia grave), la falta o deterioro del hipocampo no afecta a la memoria lejana. ¿El motivo? Porque una vez que se forma la memoria, esta se consolida en otros lugares, de manera distribuida en la corteza cerebral y otras regiones del cerebro. 

«Tenemos ‘compartimentos’ en nuestro cerebro, pero no son ni mucho menos estancos, está todo súper interconectado e interrelacionado», declara el catedrático, «y por supuesto, la memoria no es algo fijo, evoluciona. No hay que pensar en la memoria como un repositorio de información o como un USB de memoria».

De este modo, tras la captación de estímulos a través del hipocampo (lo que se conoce como ‘codificación’), el siguiente paso es la consolidación (la distribución de esos estímulos en las áreas cerebrales correspondientes) y finalmente, el recuerdo. 

Eso sí, «olvidar es fundamental», subraya Canals, por lo que no todo lo que se almacena en nuestra memoria episódica perdura eternamente. ¿Cuáles son entonces los ‘ingredientes’ necesarios para que nuestro cerebro guarde unos momentos u otros? La neuropsicóloga Cecilia Otero apunta los siguientes: 

  • Madurez cerebral: especialmente del hipocampo y la corteza prefrontal.
  • Lenguaje: para organizar mentalmente los eventos.
  • Conciencia temporal: saber que algo ocurrió ayer o el año pasado.
  • Relevancia emocional: «los eventos con carga emocional se recuerdan mejor».
  • Repetición y narrativa: «contar o escuchar la experiencia varias veces ayuda a consolidarla. Por eso nos gusta tanto rememorar o hablar de recuerdos. Eso nos hace volver a vivir experiencias pasadas, pero también nos da seguridad saber que aún lo recordamos».

¿Lo recuerdo o me lo han contado?

El protagonista de la película Her (Spike Jonze, 2014), en uno de sus paseos por la ciudad, hace la siguiente reflexión: «El pasado es solo una historia que nos contamos a nosotros mismos». ¿Pero qué ocurre cuando nos lo cuentan los demás? A menudo, los recuerdos de la infancia coinciden con los momentos que están fotografiados y recogidos en los álbumes familiares y que protagonizan las anécdotas más recurrentes. ¿Son entonces recuerdos guardados realmente en nuestra memoria?

La neuropsicóloga Cecilia Otero explica que «técnicamente» son recuerdos reconstruidos, pero eso «no significa que sean inventados». Tal y como apunta, esas memorias no provienen de una experiencia recordada de forma directa, sino de «una mezcla de información externa e interpretación de esa información».

«Cuando no recordamos una experiencia o evento directamente y nos lo cuentan, el cerebro los reconstruye como si fueran propios, especialmente cuando nos los han contado muchas veces», repone la experta. «Probablemente, si ese recuerdo proviniese de nuestro recuerdo directo, sería diferente al que hemos construido por la narrativa de otros: mismo evento en esencia, pero con matices, detalles e interpretaciones propias».

Además, Otero subraya que nuestra memoria es constructiva y susceptible a la influencia del entorno.

Teorías del vacío

Con este mapa generalizado del funcionamiento de nuestro cerebro ya podemos sumergirnos de nuevo en la piscina de los recuerdos y tratar de encontrar el porqué de la ausencia de vivencias de nuestros primeros años de vida, la amnesia infantil. Un estudio publicado recientemente en la revista Science, realizado por científicos de la Universidad de Yale, ha dado tímidos pasos al respecto. 

A través de estudios de resonancia magnética funcional (MRI) en varios menores de edad intentaron comprobar una teoría que ya se venía consolidando en los últimos tiempos, y es que los bebés sí codifican recuerdos. «El hipocampo inmaduro y sus conexiones con esa corteza cerebral inmadura son suficientes para ello. No había duda en que los niños almacenan información», explica el neurocientífico Santiago Canals. «La pregunta que queda por contestar entonces es ¿qué sucede? ¿Que luego la olvidan porque ya no existe esa información o lo que pasa es que los mecanismos para recuperar la información fallan?».

«No hay que pensar en la memoria como un repositorio de información o como un USB de memoria»

Santiago Canals

— Director del Laboratorio de Plasticidad de Redes Cerebrales en el Instituto de Neurociencias (CSIC-UMH)

En ese segundo caso, sería «como guardar un archivo con un formato que el programa actual ya no reconoce: la información está ahí, pero no podemos acceder a ella de forma consciente», describe Cecilia Otero. Aunque «desgraciadamente» el estudio de los investigadores de Yale no da una respuesta concluyente, sus datos apuntan hacia ese camino.

Una posible explicación de este fenómeno es que los engramas (estructuras de interconexión neuronal estables) en los que se almacenó en su momento la información se hayan visto modificados. Cuando nacemos, tal y como describe Canals, el cerebro cuenta con «una intensidad de cableado muy alta, se están formando nuevas conexiones, se están fortaleciendo otras y algunas se están perdiendo».

De este modo, la conexión neuronal en la que se había ‘consolidado’ el recuerdo podría haber «cortocircuitado» durante el proceso tan dinámico que atraviesa nuestro cerebro en la infancia. 

«Imagínate que hueles una sopa que solía preparar tu abuela. No solo la hueles; con ese olor recuerdas inmediatamente la cara de tu abuela e incluso podrías recordar el salón donde tomabas esa sopa cuando tenías 10 años», ejemplifica el investigador, «la llave que abre esta memoria es, en este caso, el olor de la sopa, porque el engrama está conservado porque lo has tenido cuando eras un niño mayor. La llave que dispara tu memoria encaja en la cerradura adecuada. Si ese recuerdo lo hubieras generado durante el periodo de amnesia infantil, esa llave ya no encaja porque han crecido nuevas conexiones».

Así, a pesar de que la amnesia infantil sea una cuestión que genera gran intriga (y no solo dentro de la comunidad científica), sigue siendo un misterio. En parte, por la dificultad técnica que conlleva realizar estudios de resonancia válidos con niños tan pequeños, pero también porque la memoria general del ser humano todavía es un ámbito lleno de enigmas por resolver.

Tracking Pixel Contents