Más allá del aula
El circo, el ‘yo’ y otros retos de la «polis»: La educación como antídoto
Frente a la sobreprotección, la confusión entre política y partidos, la desinformación o el individualismo, el presente necesita ciudadanos conscientes de su papel y dispuestos a jugarlo. Estudiosos y filósofos analizan soluciones desde la base para los desafíos democráticos
Entre todos los riesgos que afrontan los sistemas democráticos, quizás ninguno como el hecho de que sus ciudadanos dejen de creer en ellos. La confusión entre política y partidismo; la espectacularización, el circo y los zascas; esa percepción incómoda, velada, pero casi diaria, de que «aquí a nadie le interesa resolver los problemas»; el individualismo, la falta de liderazgos, la infantilización, el paternalismo.
Hace años que la opinión pública empezó a señalar estas tendencias en las democracias occidentales y a preguntarse si nos saldrían gratis. Hoy sabemos que la respuesta es que no, o que al menos no del todo: Se suceden estudios como el «Barómetro del desorden democrático» recientemente realizado por 40dB para el Grupo Prisa, que muestran la creciente desconfianza entre la población con respecto a los sistemas democráticos. Una percepción que no se limita a los jóvenes, pero que arroja datos que podrían considerarse alarmantes en estos grupos de edad.
Según este estudio, si un 72% de la población cree que la democracia funciona regular (38,6%) o mal (33,3%), el apoyo al sistema democrático se reduce entre las generaciones más jóvenes y uno de cada cuatro varones de la generación Z (entre 18 y 26 años) cree que el autoritarismo puede ser el mejor sistema en algunas circunstancias.
«¿Dime cuál fue la edad de oro de la democracia? La historia, igual que ahora, está llena de corrupción y de líos»
Miguel Anxo Bastos es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Santiago de Compostela y lo primero que hace es recalibrar la magnitud del problema. Ni cree que sea éste nuevo, ni exclusivo de la época que vivimos, ni que necesariamente haya ido a más.
«Cuando me preguntan por la decadencia democrática, siempre respondo con lo mismo: Dime cuál fue la edad de oro en la que los seres humanos vivían en armonía y analizamos en serio esa etapa y luego hablamos. La política nunca tuvo buena prensa. La historia, igual que ahora, está llena de escándalos, de corrupción y de líos», argumenta el profesor, que sí concede que «los políticos muestran las virtudes, pero también los vicios del momento histórico que viven» y en este sentido asiente ante una cierta infantilización a la hora de asumir responsabilidades y un estilo de comunicación más agresivo y espectacularizado: «Antes parecían más respetables, lo que no quiere decir que lo fuesen».
Así, reflexiona Bastos, puede ser que generaciones como la millenial o la Z sean conscientes de los problemas que en efecto tiene el sistema democrático como la corrupción; pero que, por su perspectiva temporal más corta, corran el riesgo de no dar valor, o incluso dar por hecho, todos los elementos positivos que la democracia ha traído consigo, que no son pocos y van desde una mayor estabilidad y calidad de vida hasta la convivencia pacífica. Y este, continúa el experto, puede ser el caldo de cultivo que a su vez esté dando cabida a corrientes favorables a los autoritarismos que llegan «empaquetados de forma muy atractiva» para ellos. «Sus ideas son claras y sus soluciones, rápidas», argumenta.
«Veremos en qué queda, extremismos hubo toda la vida. No digo que nos confiemos, pero yo creo que el alarmismo no ayuda», relativiza Bastos y redunda: « Lo que te quiero decir es que no estamos ante el fin del mundo todavía y que la democracia es un sistema resiliente, que se adapta y que se mantendrá mientras sea capaz de garantizar la prosperidad. Mientras lo haga, claro, como empiece a no garantizarla, ahí ya empieza a cambiar la cosa».
«Si nos educan para saber que somos ciudadanos, entendemos mejor nuestro papel y el precio de no jugarlo”
Y del análisis histórico al educativo pues sin una educación sólida, que impulse la reflexión y el diálogo, la democracia corre el riesgo de convertirse en un sistema vacío, incapaz de responder a las necesidades y desafíos de la sociedad.
El profesor de Filosofía y escritor Jordi Nomen imparte clases a alumnos de la ESO en la Escuela Sadako de Barcelona, famosa por su apuesta por la innovación educativa, y asimismo de Ciudadanía en la Universidad. Se muestra pedagógico y optimista con las generaciones que vienen y defiende la democracia como el mejor «de todos los sistemas que existen y que ha sido capaz de poner en práctica la humanidad».
Si los vicios de cada generación política reflejan aquellos que predominan en su tiempo, como nos decía Bastos, y al preguntarle por la desafección latente entre los jóvenes y la relación de ésta con la educación, en sus respuestas identificamos al menos cuatro: sobreprotección, confusión entre política y partidos, desinformación e individualismo.
Cree el experto que uno de los errores iniciales reside en «considerar que los niños y jóvenes no son ciudadanos hasta que cumplen los 18 años», un tipo de «sobreprotección» que nos lleva a «alejarles del conocimiento de sus derechos y obligaciones, y a ocultarle los fenómenos complejos y las sombras que, al lado de las luces por supuesto, forman parte de la la realidad».
«Al final, acabamos creando ciudadanos que entienden que la participación política se limita a ejercer el voto cada cuatro años», dice Nomen, que propone así «ampliar el concepto de política» y es que, en su opinión, todos debemos darnos cuenta de que política es también ejercer de presidente en tu escalera de vecinos, asociarte con personas con tus mismos problemas o intereses, o hacer voluntariado: «Cuando les planteamos la política como una forma de participar de la polis, de lo público, no solo lo ven mucho más próximo, sino que entienden mucho mejor su papel a jugar y también las consecuencias de decidir no hacerlo».
Además, Nomen, que se muestra crítico con el paternalismo de algunos representantes institucionales — «Creo que ocultan la realidad porque piensan que la gente no piensa»—; advierte sobre los riesgos de que los chicos y chicas se informen a través de Youtubers — «De lo que se trata en Youtube es de conseguir seguidores, no de enseñar a pensar»—; y subraya la importancia de diferenciar entre hechos y opiniones —«El problema es que las redes dan el mismo valor a un necio que un sabio»—; defiende como fundamental que, frente a la desinformación, la escuela apueste por la educación del sentido crítico a través de las humanidades: «La literatura, la historia, la filosofía, la poesía. Todos estos medios nos ayudan a pensar la humanidad, nos llevan a la participación política. Tenemos que enseñar el pasado en relación con el presente o, de lo contrario, nos estaremos limitando a lo memorístico».
Por otro lado, ¿cuál es nuestra responsabilidad como ciudadanos?, ¿para qué debemos educar? El filósofo nos brinda tres pistas: informarnos, hacer el esfuerzo de conocer y entender la verdad; exigir a nuestros representantes unos estándares democráticos; y, también, pensar en los demás: «Uno no puede ser un buen ciudadano cuando piensa únicamente en uno mismo. Ya que hay que hacer también autocrítica, creo que en educación hemos cometido el error de hablar mucho de tu: tus sueños, tus metas — que está muy bien, no estoy diciendo con esto que no haya que hacerlo—, pero les hemos hablado muy poco de los nuestros, del interés general, de la necesidad que hay de proteger, por ejemplo, a los más débiles».
Crecer con esta convicción quizás no solo de más sentido al sistema, sino también a las vidas que elegimos, y a cada día de cada una de esas vidas: «Si nos educan para saber que somos un ciudadano y que de nosotros depende también todo este sistema que hemos montado — y que se puede desmontar porque esto también hay que decírselo — nos creeremos ese papel y nos implicamos más», concluye Nomen, que cita al filósofo y ensayista español Aranguren para despedirse: «O la democracia está permanentemente en construcción o se acaba destruyendo».
«Se trata de cambiar el concepto de Política, que ahora se reduce al ejercicio del poder, y recuperar su función esencial»
Precisamente pensando en los ciudadanos que necesita el mundo y para «desarrollar el talento suficiente para dar respuesta a los desafíos que vienen», el filósofo y Premio Nacional de Ensayo José Antonio Marina propone un nuevo marco educativo al que bautiza como «ciencia heurística» y con el que anima a llevar la resolución de los problemas prácticos de la vida al epicentro de todos los sistemas educativos.
Cuenta que fue, tras escribir su última novela juvenil El Club de Los Buscadores de Soluciones, en la que defiende esta visión educativa, cuando se le ocurrió crear una academia de talento político para adolescentes: «Me interesaba explicarles que «políticos» somos todos los que vivimos en la «polis», y que todos tenemos una porción de «poder político» que debemos saber gestionar».
«Se trata de fomentar una postura activa y valiente ante los problemas, saber pedir ayuda cuando uno solo es incapaz de hacerlo, y crear una cultura solucionadora de problemas. Eso supone cambiar el concepto de Política, que ahora se reduce al ejercicio del poder, y recuperar su función esencial: resolver los problemas que afectan a la pública felicidad, como decían los ilustrados», sostiene y recuerda: «Hay que aprender de la Historia. La democracia no apareció por generación espontánea. Es el resultado de una larga y con frecuencia sangrienta búsqueda de las mejores soluciones para los enfrentamientos que surgen de la convivencia».
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