Chalecos hápticos: ¿sentir dolor es divertido?
Los videojuegos añaden cada vez más accesorios con los que convertir la experiencia en una realidad: desde gafas virtuales hasta mandos ergonómicos, llegan los chalecos que nos permiten sentir las balas en la piel
La realidad virtual está tan presente en nuestras vidas que a veces se nos olvida que es un término que engloba mucho más que metaversos y asistentes digitales en nuestros teléfonos móviles: es también uno de los mayores avances en materia de videojuegos, lo que convierte a una gran cantidad de adolescentes en expertos y sus principales usuarios.
Primero aparecieron las gafas, después los guantes… ahora llegan los chalecos hápticos, un accesorio más para divertirnos sintiendo el juego en primera persona: y también el dolor de las balas.
“Al cerebro le cuesta diferenciar lo real de lo ficticio, detecta señales de peligro y amenazas y trabaja para ponerse a salvo. Si aún encima experimentamos situaciones físicas donde sentimos ese daño o ese peligro de manera real... se pondrá a trabajar a tope y los límites serán cada vez más difusos” explica la psicóloga educativa y general sanitaria Alba Fernández, que habla con FARO EDUCA para delimitar si esa exposición voluntaria al dolor a través de los videojuegos puede dañar y afectar al crecimiento a los más pequeños.
Y es que esos “nativos digitales” están expuestos a estímulos constantes. No hablamos ya de tecnologías interactivas al uso, si no de experiencias que afectan al desarrollo emocional y social: la exposición a la pornografía, imágenes violentas reales a un solo click (hace unos días se viralizaba en la red social X la fotografía sin ningún tipo de censura de la cabeza decapitada de un policía mexicano) y, sobre todo, la sensación de irrealidad que lo acompaña. ¿Hemos dejado de sentir por nosotros mismos? ¿Estamos desensibilizados? ¿Necesitamos cada vez sensaciones más fuertes?
“No es que dejemos de sentir por nosotros mismos, pero sí que ocurre un fenómeno que se llama habituación, que hace que cada vez necesitemos experiencias más intensas y solo seamos capaces de prestar atención o conectar con estímulos fuertes o de gran carga emocional” explica la psicóloga.
Efectos sociales: cuando crecemos sin empatía
A efectos médicos el efecto que tiene este dolor “voluntario” a través de un accesorio como el chaleco es sencillo: “Ante ese daño, el cerebro intenta protegernos, y la amígdala comienza a disparar una serie de substancias que preparan a nuestro cuerpo para elaborar un plan, de lucha o huída, que garantiza nuestra supervivencia” explica Alba Fernández “Entre esas sustancias se encuentra el cortisol, o lo que es lo mismo, la hormona del estrés, y adrenalina” .
Si mantenemos el cuerpo en estado de estrés de forma constante, corremos el riesgo de inflamarnos: “El exceso de cortisol altera el sistema inmune debilitando nuestra salud física y psicológica. Consecuentemente, las personas que sienten estrés y tensión gran parte del tiempo y pierden la función de relajarse son más propensas a presenciar síntomas como problemas digestivos, trastornos del estado de ánimo como la ansiedad o la depresión, trastornos autoinmunes, cuadros inflamatorios, migrañas, o problemas de aprendizaje”.
Frente a esa hiperactividad de la amígdala se producen más emociones desagradables como la irritabilidad o la ira. Además, ante ese peligro o amenaza constate, otras funciones cognitivas de nuestros cerebros acaban mermándose, influyendo en nuestra vida cotidiana. Y es ahí, cuando llega el m omento de estar en grupo, en pleno proceso de desarrollo cognitivo y social, donde comienzan a notarse estos efectos: “Desde alterar los circuitos cerebrales, dificultar las relaciones sociales o afectar a nuestro sistema de aprendizaje. Además de esas emociones desagradables, si el cerebro se acostumbra a estar en alerta pierde la capacidad de conectar con sensaciones positivas” continúa la experta.
En cuanto a la interacción social, esta es al fin y al cabo una herramienta que nos aleja y aisla de nuestro entorno: “Sabemos que elcontacto social está entre las capacidades humanas que nos ayudan a desarrollarnos y a sobrevivir. Lo estamos privando de esa necesidad de conexión o contacto, reduciendo la capacidad de generar neurotransmisores que indicen bienestar, protección y o seguridad como la oxitocina y o serotonina, empeorando nuestra salud”.
Y la reflexión más importante, tal vez, sea la de por qué elegimos voluntariamente pasar ese dolor: “No deja de ser un acto o acción voluntario, que perjudica mi salud causándome un daño real (en este caso físico) En ocasiones, usar mano de estas vías de escape nos ayuda a corto plazo a tolerar o hacer frente a emociones desagradables que generan sufrimiento emocional. Me parece importante ser consciente de qué me escapo, para hacer uso de otras vías de regulación sanas y adaptativas”.
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