“Hay cosas que uno debe hacer por sí mismo. Presionar es contraproducente”
Yaisa tenía 14 años cuando detectó que sufría anorexia: “No hubo un único motivo. Supongo que ya estaba ahí, pero yo no le había puesto nombre. Pasaba mucho tiempo sola y eso jugaba en mi contra porque nadie sabía qué hacía con la comida. Empecé a ir mal en el colegio y ese fue mi choque de realidad. Pensé: si esto va mal es que otras cosas también. Entonces fue cuando le dije a mi madre que tenía que ir al médico”.
“He estado tan mal y ahora estoy tan bien que sé que merece la pena. Lo ves todo tan imposible, tan oscuro…, pero, aunque ahora no lo creas, vas a volver a disfrutar de lo cotidiano, de salir a tomar algo a una terraza, de quedar con amigos; y a pensar: ‘Ha merecido la pena’ porque siempre hay un motivo por el que luchar: sobre todo tú misma”.
Lo primero que hay que saber de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) es que pueden superarse y que, de hecho, así ocurre en la mayor parte de las pacientes —en femenino porque nueve de cada diez son mujeres; y en un suplemento de educación porque, de las 400.000 personas que la sufren en España, 300.000 son jóvenes de entre 12 y 24 años— .
“Los contenidos que fomentan los TCA en RRSS han aumentado un 470% en los últimos 5 años, con retos virales como medirse la cintura con un folio A4”
Lo segundo, que no son ni una moda ni un capricho, sino enfermedades de salud mental graves y complejas, que a menudo aparecen asociadas a otras patologías como los trastornos del estado de ánimo (40 - 80 %) o los trastornos de ansiedad (10 - 40 %); y que requieren de un tratamiento específico largo y complejo, en el que el papel de la familia se ha demostrado fundamental.
“¿Cómo hemos llegado a esto?”
“Piensas: ‘¿en qué fallé?’, ‘¿cómo hemos llegado a esto?’, pero no puedes pensar en eso. Es una enfermedad como otra y de lo que se trata ahora es de llenarte de fuerzas para ayudarla”.
La hija de María tiene actualmente 15 años y, si todo va bien, pronto le darán el alta. Hace ahora dos que le diagnosticaron bulimia nerviosa: “Le faltaba la regla y empezó a tener dolores de espalda, le hicimos pruebas y salió una anemia muy fuerte, pero no sabíamos lo qué era hasta que un día encontré restos de comida en el baño. Entonces se me vino el mundo encima hasta que se lo pregunté directamente y ella lo reconoció. Esa fue mi salvación”, nos cuenta y reflexiona: “Una niña estudiosa, responsable, que sale con sus amigas. Es lo último que te imaginas”.
Cuando la presión por tener un cuerpo perfecto es mayor
“Las familias se culpan y se preguntan cómo no lo vi venir. Es necesario apoyarlas”
“Son trastornos que avanzan poco a poco hasta que estallan; las familias piensan ‘cómo no lo vi venir’ y se culpan porque, al principio, los cambios de conducta llegan a asociarse incluso con hábitos positivos. Por eso es fundamental trabajar tanto con la paciente como con el entorno”, explica Ana Rodríguez, directora terapéutica de la Asociación de Bulimia y Anorexia de Pontevedra (ABAP Vigo), que no solo confirma el incremento de casos, sino también su aparición a edades cada vez más tempranas. Una enfermedad para la que la prevención y la detección precoz se han demostrado clave.
Y si una mirada atenta a la infancia y a la adolescencia y una buena comunicación durante todo el año pueden marcar la diferencia, la primavera es una de las épocas en las que conviene recordar las que pueden ser primeras señales de alarma de estas enfermedades porque llegan meses de “repunte” en los que “la presión por tener un cuerpo perfecto es mayor”.
- En la ropa: la vestimenta pasa a ser más holgada, con prendas que ocultan el cuerpo.
- En la comida: se eligen los alimentos, se esparcen, se le da vueltas al plato. Se oculta la comida y se evitan las situaciones que tienen que ver con ella.
- En clase: mayor perfeccionismo. La necesidad de control es absoluta.
- Emocional: se va dando un alejamiento del grupo y del ocio habitual. El nivel anímico es más bajo y puede haber cambios de humor.
Frente a bulos y ‘challenges’, educación para la salud
“Hace falta más concienciación. Los TCA no son una moda ni una tontería”
Sonia Camino Mata es orientadora y directora del Colegio Possumus de Vigo y también se muestra preocupada por el aumento de este tipo de trastornos que se siente en las aulas, además de por los bulos que todavía existen sobre una enfermedad con la que convivimos estrechamente al menos desde los 90.
Cree que debería haber más y mejores campañas de concienciación para contrarrestar la desinformación tanto en lo que respecta a familias — “Lo primero que buscamos es que comprendan que no es tanto un problema con la comida como un problema que se refleja en la comida, que acepten la enfermedad y que entiendan que no es ninguna tontería” — como para el alumnado, sometido a un énfasis cultural en la delgadez que parece ir cada vez a más en y que, sumado a otros factores, puede ofrecer el telón de fondo perfecto para comportamientos de riesgo.
Y es que, por poner solo un ejemplo, en los últimos cinco años, los contenidos en redes sociales que fomentan la anorexia o la bulimia han aumentado un 470% con retos virales como rodear se la cintura con el cable de los auriculares o medirla con un folio A4. El dato lo recoge en la guía de prevención de TCA del Instituto Aragonés de la Juventud, una de las entidades de referencia en este sentido, que respalda esa necesidad de incluir la educación para la salud y la prevención de los TCA en las programaciones de los colegios, institutos y centros de salud.
“Las familias tenemos que saber a dónde acudir”
Resulta fundamental que familias y centros sepan con qué recursos cuentan a su disposición:
- Lo primero es el Médico de familia o Pediatra del Centro de Salud, que, confirmado el diagnóstico, derivará a la paciente a las Unidades de Salud Mental Infanto-Juveniles o de adultos.
- En los casos moderados y graves se remite a unidades especializadas. En Galicia, la unidad de referencia es la UDAL del Hospital de Conxo, en Santiago, con servicios ambulatorios, hospital de día e ingreso hospitalario; y se espera que después del verano abra sus puertas un área similar en el Hospital Álvaro Cunqueiro. Además, también en Vigo, el hospital de día Nicolás Peña cuenta con un comedor terapéutico.
- Con todo, los implicados consultados coinciden en que los recursos públicos no son suficientes. Son muchas las familias que recurren a centros, psicólogos y psiquiatras privados y/o asociaciones como la propia ABAP, cuyo papel califican de fundamental.
“Al principio te sientes muy perdido, las familias tenemos que saber a dónde acudir. Me puse el contacto con el SERGAS y nos derivaron a psiquiatría, pero no tienen un equipo coordinado de salud mental y nutrición, a no ser que la vida de la niña corra peligro”, recuerda María: “Fue cuando recurrimos a la ABAP. Fue nuestra salvación, te ayudan muchísimo a entender la enfermedad con consejos y terapia. Tanto en ella [su hija] como en mí se nota mucho el cambio en los días que vamos a la asociación. Quería saber cuando iba a superarlo, pero eso es algo que nadie te puede decir. Es muy difícil, pero no puedes presionarles ni estar todo el día encima de ellos. Hace falta paciencia, dejarle su espacio y saber que va a haber recaídas, pero se supera, claro que se supera”.
Jesús Pérez Hornero »» Psicólogo clínico en la Unidad de Desórdenes Alimentarios (UDAL) del Hospital de Conxo
“El 80% de las pacientes recupera una vida normal”
»» “Los tratamientos son largos y requieren de mucha paciencia por parte de las familias”
»» “Algunas niñas de 8 y 9 años ya empiezan a preocuparse por el cuerpo de forma obsesiva; es una enfermedad de nuestra sociedad”
Después de verano. Es la fecha de apertura prevista para la Unidad de Ingreso de Salud Mental para Menores en el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo. Mientras tanto, la Unidad de Desórdenes Alimentarios (UDAL) del Hospital de Conxo, en Santiago, sigue siendo la única unidad pública de referencia en Galicia para pacientes con Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA). Jesús Pérez Hornero es psicólogo clínico allí desde el año 99.
24 años después, ¿cómo ha evolucionado la incidencia?
Los casos se dispararon en los 80 - 90 y después nos fuimos a una meseta. Con la pandemia, hemos vuelto a ver un incremento importante y se ha ampliado la horquilla de edades, tanto por abajo: hay algunas niñas de 8 y 9 años que ya empiezan a preocuparse por el cuerpo de forma obsesiva, como por arriba.
Superado lo peor de la pandemia, ¿hemos vuelto a la “meseta”?
Quiero pensar que vamos a hacerlo, pero todavía estamos recibiendo ahora a pacientes que nos explican que empezaron a obsesionarse entonces.
Se lo pregunto porque, aunque las cifras varían, parecen apuntar más a un problema social que a casos aislados. Se habla mucho de la pandemia, pero ¿es realmente la causa de la tendencia o simplemente sirvió para acelerarla?
Hay cuadros similares a la anorexia documentados del S XVI, cuando el ayuno estaba bien valorado por motivos religiosos, pero eran los menos.
Evidentemente, sí es una enfermedad de nuestra época, de nuestra sociedad, en la que hemos pasado a asociar la delgadez con la belleza, la salud e incluso el éxito, pero a las causas sociales (valores estéticos), se unen también factores individuales, familiares y factores de riesgo.
Menciona a las familias. Muchas sienten culpa y se preguntan “cómo no lo vi venir”, ¿cómo se les apoya desde la unidad?, ¿es una enfermedad que realmente se puede prevenir?
Hay factores de prevención: una buena autoestima, una buena comunicación, evitar la sobreprotección, fomentar las comidas en familia (al menos una al día), pero ninguna de las causas que hemos mencionado es suficiente por sí misma ni necesaria para que se desarrolle una enfermedad que es resultado de la conjunción de muchos factores: incluso genéticos.
Basta con que una amiga empiece una dieta para que varias de la clase la imiten; y no necesariamente enfermará la primera que se propuso adelgazar, sino aquella cuyos rasgos de personalidad (perfeccionismo,autoexigencia, etc.) la lleven a llevarla más lejos.
Las familias lo hacen lo mejor que pueden y los niños no vienen con un manual de instrucciones. Eso, y saber que pueden ayudar, que les necesitamos, es lo que funciona.
¿Qué hay de los hermanos?
Siempre me ha preocupado. El esfuerzo que se le pide a las familias desde luego puede eclipsar al resto. Hay que seguir buscando momentos para ellos porque corremos el riesgo de que les este pasando algo y no lo sepamos o, incluso, que aprendan que la forma de que se les haga caso es poniéndose enfermos, aunque insisto en que no es lo común.
Quienes conocen bien la enfermedad como usted coinciden en que ese “querer estar delgada” del que hablábamos es la punta del Iceberg, ¿cómo se pasa de hacer una dieta a no querer comer?
Tiene que ver con cómo se desarrollan los miedos. La propia evitación los aumenta y fomenta conductas cada vez más rígidas, sobre todo en personalidades disciplinadas y autoexigentes que no se permiten flexibilizar. Luego, la propia desnutrición aumenta esos síntomas. Por eso es tan importante que ganen peso, no solo por el estado físico.
Es el principio de la recuperación, ¿la mayoría de las pacientes lo logra?
Si, vamos con los datos: en torno a un 45% de las pacientes se recupera totalmente; el 35% sigue una evolución intermedia: también lleva una vida normal, pero tiene que seguir yendo a consulta ambulatoria o a lo mejor tiene el peso un poco más bajo. Luego, hay un 20% de pacientes que evoluciona de forma crónica.
¿Qué decanta la balanza?
Es difícil saberlo, ayuda la detección precoz y también que no existan comorbilidades graves asociadas como trastornos de la personalidad.
Y al contrario: ¿no funciona presionar?
Nadie puede comer por nosotros. Nos toca ponérselo fácil, pero es la paciente la que debe hacerlo. Depende mucho de la fase de la enfermedad: si acaba de salir de un ingreso sí pedimos una mayor supervisión, pero desde luego que presionar puede ser contraproducente.
Entonces, ¿qué es lo que podemos hacer?
Los tratamientos son largos y las familias van a tener que tener mucha paciencia. Tratamos de que sean las propias pacientes quienes entiendan las consecuencias de la enfermedad, motivarlas para que sean las primeras interesadas en superarla: ‘para entrar en X estudios, necesitas recuperar tu capacidad de concentración’. También en lo tocante a los ingresos, intentamos que lo decidan voluntariamente. En la medida de lo posible, esperamos hasta que se dan cuenta de que ellas solas no pueden.
Entre familias, asociaciones y docentes, la sensación es de que faltan recursos públicos para el tratamiento de los TCA, ¿usted coincide?
Ahora se están desarrollando más los servicios de infanto-juvenil, pero, con todo, sí son necesarios más recursos. Quizás no tenga que haber una unidad por cada área sanitaria, pero hace tiempo que se viene hablando de la conveniencia de una en el área norte y otra en el área sur de Galicia para que las pacientes no tengan que recorrer distancias tan largas.