La arqueología no estudia solo templos y tumbas, puede también analizar desde trozos de satélites que orbitan la Tierra hasta los restos de tu merienda de ayer.

Cuando salen arqueólogos y arqueólogas en la tele suelen estar buscando ciudades perdidas en la jungla o excavando tumbas en Egipto. Y esto es ciertamente arqueología, pero el trabajo arqueológico va mucho más allá. El objetivo de la arqueología es estudiar lo que hacía la gente del pasado a través de sus restos materiales, es decir, las cosas que dejamos. Nuestro trabajo empieza por tanto con la aparición de los humanos (Homo sapiens) hace 300,000 años, y llega hasta ayer mismo (y no, esto desgraciadamente no incluye a los dinosaurios, pero algo había que dejarles a los paleontólogos). El caso es que durante mucho tiempo se pensó que la arqueología era útil solo para los periodos más antiguos en que no hay textos escritos, pero poco a poco nos hemos dado cuenta de que es también necesaria para estudiar épocas más recientes, por dos razones principales:

1)     La gente se inventa cosas: En los años 70, unos arqueólogos en Arizona (EEUU) hicieron un experimento: preguntaron a la gente de un barrio qué comía y les pidieron permiso para registrar su basura. El registro demostró que casi todo el mundo decía comer mucho más sano de lo que realmente comía. Esto de decir una cosa y hacer otra no es nuevo: hace tres mil años, el faraón Ramsés II cogió la costumbre de escribir que ganaba las batallas incluso cuando las perdía, y el resultado fue que casi nos engaña a todos. Es decir, que nuestras cosas tienden a contar una historia mucho más exacta de la que contamos nosotros mismos.

2)     La historia no son solo los ricos: la mayoría de nuestros antepasados no vivía en castillos o palacios y tampoco sabía escribir. Por tanto, si leemos sólo las grandes crónicas, nos vamos a enterar únicamente de lo que hacía una parte muy pequeñita de la población; si queremos entender como vivía y qué hacía la mayor parte de la gente, la mejor fuente de información son las cosas que nos dejaron: sus casas, lugares de trabajo, objetos, etc. Aquí nos encontramos con dos obstáculos: el primero es que los ricos suelen tener más cosas (y en general más chulas) que la gente normal, así que tenemos que esforzarnos más porque hay menos material. El segundo es que la gente no suele tirar cosas que están en buen uso, sino que las gastamos hasta que se rompen o son inservibles, y solo entonces las tiramos. Esto quiere decir que salvo en casos excepcionales, como tumbas o grandes catástrofes (barcos hundidos, erupciones volcánicas, etc.), el 90% de lo que estudiamos los arqueólogos son ruinas y basura. Esto puede sonar poco glamuroso, pero es interesantísimo: como detectives en una escena del crimen, los arqueólogos reunimos pistas y trocitos de información para ir recomponiendo y entendiendo poco a poco como vivían las gentes del pasado desde la prehistoria hasta hoy, a través de lo que nos cuentan las cosas y sitios que nos dejaron. ¿Qué historias crees que contarán tus cosas a los arqueólogos del futuro? 

*Esta sección de "Ciencia para o día a día" se elabora con la colaboración de investigadores/as del CSIC a través de la Unidade de Cultura Científica CSIC-Galicia.

Sirio Canós es investigadora del Instituto de Ciencias do Patrimonio (Incipit). CSIC-Galicia FdV