Resulta evidente que el sistema educativo tiene grandes carencias a la hora de afrontar la diversidad. El adaptarnos a las características de cada niño exige no solo inversión por parte de las autoridades sino también responsabilidad por parte de todos, incluyendo a los docentes y a las familias.

Los niños de necesidades especiales, por ejemplo, merecen que estemos a la altura y sepamos llevarlos de la mano en el proceso de enseñanza-aprendizaje, y esto no siempre se consigue. Hablamos de una educación inclusiva que garantice una educación justa y equitativa para todos pero el objetivo de lograrlo todavía queda lejos.

Oportunidades

Si como está claro debemos ofrecer a todos los alumnos y alumnas las oportunidades educativas y las ayudas (curriculares, personales, materiales) necesarias que precisan para su progreso académico y personal, para el desarrollo de su autonomía, resulta evidente que en el caso del alumnado con altas capacidades el sistema fracasa. Son, sin duda, unos de los grandes olvidados de la educación actual.

Los docentes se encuentran en la mayoría de los casos faltos de la formación necesaria para enfrentarse al reto, y las familias aceptan el diagnóstico de que su hijo es de altas capacidades con el miedo de las consecuencias negativas que esto podría tener si la educación no sabe adaptarse a su hijo o hija. Porque sí, a día de hoy ese diagnóstico sigue generando ansiedad.

A día de hoy el diagnóstico de altas capacidades sigue generando ansiedad

Perfiles

“A mí no me parece” es una frase que se repite cuando alguien muestra las sospechas de altas capacidades de un niño. Los docentes, igual que el resto de la sociedad, siguen teniendo evidentes prejuicios y falta de conocimientos a la hora de reconocerlas.

Se da por hecho que un niño/a de altas capacidades es aquel de notas inmejorables, de curiosidad innata y que con tres años leía ya a Dostoyevski. Y no suele ser así. Casi nunca es así. Todo lo contrario.

En el alumnado de altas capacidades podemos encontrar niños con baja autoestima, dislexia, un altísimo grado de fracaso escolar, mala socialización, mal comportamiento, etc. (El propio Ministerio de Educación se atreve a dar cifras: «El 70% de los alumnos superdotados tiene bajo rendimiento escolar y entre un 35 % y un 50 % están en el fracaso escolar»).

Evidentemente, no existe un prototipo de niño de altas capacidades. Y si para los profesores resulta difícil reconocerlos (suelen ser derivados al Departamento de Orientación del centro por su bajo rendimiento escolar, raramente por sospecha de alta capacidad), complicado será poder ajustar la enseñanza para que desarrollen sus capacidades y su potencial. Seguimos creyendo que el niño de altas capacidades es más inteligente, cuando en realidad es un modo distinto de serlo.

Indicadores

Mucho se habla de la competencia “Aprender a aprender”, pero yo diría que es más importante que aprendamos a “desaprender”. Tal como afirmaba Eduard Punset el desaprendizaje debería comportar un esfuerzo educativo para poder «limpiar» determinadas estructuras cerebrales basadas en conceptos o explicaciones erróneas.

A estas alturas persiste la permanente confusión de los docentes entre capacidad intelectual y rendimiento escolar. Los docentes solemos considerar superdotados a los alumnos brillantes que en el aprendizaje no requieren ninguna atención especial. Y seguimos asociando el coeficiente intelectual a la sobredotación, creyendo que si en un test alcanzamos el 130 nuestro cerebro automáticamente funciona de distinta forma.

Nuevo paradigma

El paradigma actual de la alta capacidad intelectual se aleja del modelo tradicional basado en un modelo caduco de inteligencia monolítica y en la medida de un alto cociente intelectual. Como indica el Dr. Javier Tourón, Catedrático de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación:

«En la actualidad no es posible encontrar, en la investigación científica internacional, a un solo autor mínimamente relevante que admita el Cociente Intelectual, ni encontrar a nadie que admita ningún punto de corte como medida para determinar quién es o quien no es superdotado. Lo que tenemos que conocer es el perfil intelectual diferencial de la persona. El mayor favor que podemos hacer a los niños, a las familias y a las escuelas es olvidarnos de los puntos de corte y olvidarnos de las clasificaciones de las Administraciones Educativas. Evaluemos las capacidades que cada uno tiene y planifiquemos una intervención educativa acorde a esta capacidad. Todo lo demás es marear la perdiz, porque mientras tanto el talento de los niños no se desarrolla, muchos fracasan".