La ley educativa, a este respecto, contempla dentro de los niños de necesidades especiales, la creación de programas de enriquecimiento curricular. Pero se debe tener cuidado con esto. El niño de alta capacidad procesa la información y realiza los procesos de aprendizaje de muy distinta forma.

No se debe aumentar, ampliar o enriquecer los contenidos curriculares sin antes haberles realizado un cambio metodológico, un cambio en la forma de enseñar y aprender. Tampoco considerar el “salto de curso” sin evaluar las consecuencias emocionales que podría tener.

El Gobierno Vasco, en su libro “Educación del Alumnado con Altas Capacidades”, señala refiriéndose no a los alumnos superdotados, sino genéricamente a los de Alta Capacidad: “Con la aceleración el currículo es el mismo que el que se ofrece al alumnado de cursos superiores sin que se adapte a las características diferenciales del alumno con Altas Capacidades, en lo que se refiere a su estilo de aprendizaje e intereses y motivaciones”.

Ya Freeman, en 1993, indicaba: “A menos que un alumno/a no sólo sea altamente capacitado, sino también maduro afectiva y emocionalmente para su edad, la aceleración no es una elección adecuada”. Un nudo gordiano más que deberán deshacer las familias que, en muchos casos, no cuentan con la información necesaria para tomar la mejor decisión.

Entre el desconocimiento y algunas políticas equivocadas los niños y niñas de altas capacidades son los grandes olvidados del sistema. La mayoría camina por el sistema educativo sin un diagnóstico o sin que se tomen medidas para el desarrollo de sus capacidades. Muy, muy pocos encuentran un entorno estimulante, retador, adecuado a su capacidad. Y sin lugar a dudas, es algo que no deberíamos permitir.

¿Y cuál es la solución? Un aprendizaje basado en retos, proyectos y resolución de problemas, el desarrollo de destrezas de pensamiento superior (como el pensamiento crítico y analítico), estrategias para un pensamiento creativo y divergente, oportunidades para el aprendizaje autónomo… No solo una ampliación del currículo. Más bien, un cambio en la estrategia.

Con esta idea el Colegio Divino Salvador pone en marcha este curso un proyecto titulado “Letras de papel”, un taller de escritura creativa destinado a alumnado de Primaria con altas capacidades, con un claro enfoque estimulante y emocional. Será este un acercamiento a la literatura con la intención de crear un espacio donde puedan desarrollar sus habilidades y potenciar su socialización, dar rienda suelta a su creatividad y aprender de una forma diferente.

Un espacio, en definitiva, donde las altas capacidades no sean una etiqueta sino más bien una ventana abierta al mundo.

¿Y en qué consiste el taller de escritura creativa? Se trata de trabajar textos concretos con los chavales, en estos momentos tengo tres alumnos con este perfil (un niño y dos niñas). Voy a trabajar así, en grupos pequeños. Es establecer un diálogo a través de los textos. Trabajar la estructura, la temática. Es ir más allá de adaptaciones curriculares. Quiero decir, creo que es necesario trabajar con este perfil de alumno/a de otra manera. En este caso, me he dado cuenta hace un tiempo que a este grupo le gusta escribir. Me pasé el verano buscando textos pensados para altas capacidades, hablo de Hemingway, Cortázar, Borges... Creo que podemos hacer algo interesante y que ellos puedan escribir, sacar sus propias historias. El proyecto está programado para una duración de dos años. Espero que al final, el próximo curso, podamos publicar un libro con los textos de los chavales. Es una idea, a ver si lo logramos.

Resulta evidente que el sistema educativo tiene grandes carencias a la hora de afrontar la diversidad. El adaptarnos a las características de cada niño exige no solo inversión por parte de las autoridades sino también responsabilidad por parte de todos, incluyendo a los docentes y a las familias. Los niños de necesidades especiales, por ejemplo, merecen que estemos a la altura y sepamos llevarlos de la mano en el proceso de enseñanza-aprendizaje, y esto no siempre se consigue. Hablamos de una educación inclusiva que garantice una educación justa y equitativa para todos pero el objetivo de lograrlo todavía queda lejos.

Si como está claro debemos ofrecer a todos los alumnos y alumnas las oportunidades educativas y las ayudas (curriculares, personales, materiales) necesarias que precisan para su progreso académico y personal, para el desarrollo de su autonomía, resulta evidente que en el caso del alumnado con altas capacidades el sistema fracasa. Son, sin duda, unos de los grandes olvidados de la educación actual. Los docentes se encuentran en la mayoría de los casos faltos de la formación necesaria para enfrentarse al reto, y las familias aceptan el diagnóstico de que su hijo es de altas capacidades con el miedo de las consecuencias negativas que esto podría tener si la educación no sabe adaptarse a su hijo o hija. Porque sí, a día de hoy ese diagnóstico sigue generando ansiedad.

“A mí no me parece” es una frase que se repite cuando alguien muestra las sospechas de altas capacidades de un niño. Los docentes, igual que el resto de la sociedad, sigue teniendo evidentes prejuicios y falta de conocimientos a la hora de reconocerlas. Se da por hecho que un niño/a de altas capacidades es aquel de notas inmejorables, de curiosidad innata y que con tres años leía ya a Dostoyevski. Y no suele ser así. Casi nunca es así. Todo lo contrario. En el alumnado de altas capacidades podemos encontrar niños con baja autoestima, dislexia, un altísimo grado de fracaso escolar, mala socialización, mal comportamiento, etc. (El propio Ministerio de Educación se atreve a dar cifras: «El 70% de los alumnos superdotados tiene bajo rendimiento escolar y entre un 35 % y un 50 % están en el fracaso escolar»). Evidentemente, no existe un prototipo de niño de altas capacidades. Y si para los profesores resulta difícil reconocerlos (suelen ser derivados al Departamento de Orientación del centro por su bajo rendimiento escolar, raramente por sospecha de alta capacidad), complicado será poder ajustar la enseñanza para que desarrollen sus capacidades y su potencial. Seguimos creyendo que el niño de altas capacidades es más inteligente, cuando en realidad es un modo distinto de serlo.

Mucho se habla de la competencia “Aprender a aprender”, pero yo diría que es más importante que aprendamos a “desaprender”. Tal como afirmaba Eduard Punset el desaprendizaje debería comportar un esfuerzo educativo para poder «limpiar» determinadas estructuras cerebrales basadas en conceptos o explicaciones erróneas. A estas alturas persiste la permanente confusión de los docentes entre capacidad intelectual y rendimiento escolar. Los docentes solemos considerar superdotados a los alumnos brillantes que en el aprendizaje no requieren ninguna atención especial. Y seguimos asociando el coeficiente intelectual a la sobredotación, creyendo que si en un test alcanzamos el 130 nuestro cerebro automáticamente funciona de distinta forma.

El paradigma actual de la alta capacidad intelectual se aleja del modelo tradicional basado en un modelo caduco de inteligencia monolítica y en la medida de un alto cociente intelectual. Como indica el Dr. Javier Tourón, Catedrático de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación:

«En la actualidad no es posible encontrar, en la investigación científica internacional, a un solo autor mínimamente relevante que admita el Cociente Intelectual, ni encontrar a nadie que admita ningún punto de corte como medida para determinar quién es o quien no es superdotado.

Lo que tenemos que conocer es el perfil intelectual diferencial de la persona.

El mayor favor que podemos hacer a los niños, a las familias y a las escuelas es olvidarnos de los puntos de corte y olvidarnos de las clasificaciones de las Administraciones Educativas. Evaluemos las capacidades que cada uno tiene y planifiquemos una intervención educativa acorde a esta capacidad.

Todo lo demás es marear la perdiz, porque mientras tanto el talento de los niños no se desarrolla, muchos fracasan.

Taller de altas capacidades.