Estos días preparando la vuelta al cole de mi hija he vuelto a ver “El Club de los Poetas Muertos” de Peter Weir, una película que me cautivó desde el momento de su estreno, y el gran Robin Williams y su fantástico personaje profesor Keating, que animaba a los jóvenes estudiantes a que “extrajeran el meollo de la vida”.

Porque, aunque el famoso “Carpe Diem” se convirtió en el lema de este largometraje, personalmente creo que sus protagonistas nos enseñan mucho más. Sí, debemos VIVIR, así con mayúsculas, pero la lección más importante que deja Keating a sus alumnos es que vayan más allá de lo escrito, de lo establecido como, por ejemplo, trasladándonos al siglo XXI, “los planes de educación” que sufro en mis propias carnes como madre.

Porque desde que me estrené en las lides escolares he descubierto que esos planes no han superado las guerras partidistas de ministros del ramo que buscan dejar su impronta obviando las necesidades del alumnado y las demandas históricas de los docentes. 

Es necesario un pacto de Estado sobre la Educación. Se ha logrado -peor que mejor- en temas como la violencia de género o las pensiones, ¿por qué no en algo tan importante como la formación de las nuevas generaciones? ¿Qué miedo hay en dotarlas de las armas que les permitan pensar, razonar, desarrollar su pensamiento crítico?

Y ahí está la esencia del Club de los Poetas Muertos -como la que muchas profesoras y profesores me consta persiguen cada día, a pesar de las trabas administrativas-: educar desde la libertad y para crear personas críticas, autónomas. Romper con las normas rígidas y establecidas por poderes interesados para que los alumnos, como explica Keating, los alumnos “piensen por sí mismos, porque quiero formar librepensadores.

Quiero que mi hija sea librepensadora, que el colegio, instituto o universidad le faciliten las herramientas para lograrlo. Sin duda, mucho está en nuestras manos como familias y sociedad, pero la educación académica juega un papel trascendental. Por eso es difícil entender los frenos que se topa en demasiadas ocasiones como, por ejemplo, cuestionar la enseñanza en gallego, la programación de charlas sobre relaciones sexuales, aborto o violencia de género, premiando, sin embargo, la rivalidad como valor a destacar.

Sorprende la subvención a centros de educación segregada o temarios en los que las humanidades reducen sus horas lectivas frente las ciencias, o aún peor, descubrir que el sistema educativo apenas ha cambiado respecto a mi EGB. Todo apoyado por leyes cobardes que no asumen la responsabilidad de apostar por una enseñanza pública que no se acompleje y que se debería blindar de una vez por todas pensando en el bien de las nuevas generaciones, la base de nuestra futura sociedad.

Por eso son necesarios más señores “Keating” que se suban a una mesa y desde lo alto recuerden que “debemos mirar las cosas de un modo diferente “porque quizá solo así podemos evitar caer en el peligro de la conformidad”.