Félix Crespo Ramos es médico de familia, psiquiatra y psicoterapeuta. Imparte charlas sobre: "la adolescencia en estos tiempos difíciles" (COVID-19).

¿Existen datos fiables que indican que el colectivo de adolescentes es uno de los más afectados por la pandemia? ¿Tiene esa sensación?

Mi sensación es que, por un lado, nos enteramos menos de lo que les ocurre a los adolescentes porque tienen una dificultad para contárnoslo directamente y, por otro, la forma en que a veces consiguen expresarnos su malestar transmite una angustia muy elevada a su entorno que dificulta pensarlo y afrontarlo. Probablemente las medidas de alejamiento social y restricción a la movilidad interfieren con necesidades básicas de los adolescentes de una forma y con una intensidad especialmente importante, por lo que diría que sí, los adolescentes están siendo más afectados.

¿Cuáles son los principales síntomas que presentan? (insomnio, cansancio, irritabilidad, angustia…)

Hay una serie de síntomas que se están observando en toda la población y que yo diría que no solo no tienen por qué ser patológicos sino que incluso son sanos, en el sentido de que se corresponden con intentos adaptativos. Eso no quiere decir que no generen malestar o que no debamos atenderlos, tan solo que, quizá, no deberíamos entenderlos desde la patología. En el caso de los adolescentes ocurre igual. También es cierto que estamos viendo algunos síntomas que aparecen con más frecuencia, especialmente los vinculados al cuerpo, tics, síntomas alimentarios, inhibición o cansancio, intranquilidad e inquietud, y distintos tipos de autolesiones.

¿Es fácil detectarlos? ¿Cómo se puede hacer para notar que algo va mal, es decir, que la pandemia está afectando demasiado y perjudicando su vida diaria?

Es fácil pensar que algo está pasando. Lo más frecuente es que notemos un cambio que nos inquieta, aunque a veces al intentar explicar el motivo de la inquietud lo que podamos nombrar sea un síntoma pequeño o en apariencia banal. También es frecuente que lo académico funcione como “alarma” de que algo está pasando, un cambio en la aplicación o el rendimiento o la motivación por los estudios, por ejemplo. Es más difícil distinguir si eso que está pasando es algo que tiene que ver principalmente con la etapa vital o es algo con un significado que va más allá de ésta. Y muchas veces es muy difícil saber en qué consiste eso que intuimos que pasa, porque a veces no lo sabe ni el propio adolescente. Diría que una alarma excesiva no ayuda y que lo mejor es tratar de no precipitarnos con medidas improvisadas, tampoco dejarlo pasar, no actuar desde la angustia. Incluso el silencio, la ausencia de síntomas en medio de la tormenta puede ser una señal de alarma. En cualquier caso, tratar de ver si hay un desencadenante claro o si es algo transitorio, comentarlo.

¿Qué hacer desde la escuela?

En la escuela, los colegios y los institutos, además de poder detectar cambios muy bruscos o muy marcados en el trabajo escolar, tienen acceso a una interacción particular con los adolescentes que también es sensible a los cambios que se dan en estos y funcionan como un buen observatorio de la interacción entre el grupo de iguales. Además, los profesionales de la educación tienen mucha experiencia en el trato con adolescentes y una muy buena intuición para sospechar que algo que no es habitual está ocurriendo. Mantener abiertos los ojos y no dejarse atrapar en protocolos, que tendrían que ayudar y, lamentablemente, a veces nos distancian del sujeto.

¿Cómo detectarlos desde el propio hogar?

Ya digo que es fácil que nos descubramos inquietos o angustiados sin saber muy bien porqué. En realidad esto puede ocurrir, y ocurre normalmente, por la propia adolescencia. A veces el trabajo de los padres más que intervenir sobre la causa consiste en sostener su propia angustia y observar. También tratar de entender qué puede estar ocurriendo al mismo tiempo que tendrán que aguantar el no llegar a entenderlo. La persistencia y la intensidad en que afecte a cosas que para el adolescente eran importantes o le gustaban sería la señal de alarma.

¿Ha aumentado el número de consultas/terapia?

Creo que la demanda de atención no traduce directamente el momento en que nos encontramos. Probablemente haya un incremento de solicitud de consultas más adelante.

¿Cómo les perjudica a esas edades no poder socializar?

En la adolescencia el grupo de iguales tiene mucho peso y es muy importante en su desarrollo, en la tarea que tienen que realizar de alejamiento de la familia y de descubrimiento y construcción de una identidad propia. El que el contacto con este grupo de iguales esté más regulado o restringido hace que este trabajo se vea dificultado, aunque creo que están encontrando formas de suplir o soslayar esto, a veces transgrediendo las restricciones y otras haciendo un uso intensivo de las redes sociales.

¿Puede haber secuelas a largo plazo derivadas de esta situación?

Creo que los pronósticos a largo plazo, los que leo en artículos y comentarios, tienden a ser catastrofistas, pero principalmente porque la preocupación y la angustia que sentimos nos ancla a situaciones actuales y al momento presente. Hace poco, una profesora jubilada con una sensibilidad especial con los adolescentes me decía algo así como que los adolescentes en realidad son médicos, abogados, artistas…, que todavía no saben que lo son y pasan una mala época. Esta reflexión me gusta especialmente porque invoca una capacidad del adulto para reconocer potencialidades y proyectar lo mejor del adolescente más allá de las dificultades que este atraviesa y más allá del ánimo nihilista en el que a veces se instala. Es cierto que hay un trabajo y un camino por realizar pero las capacidades y la posibilidad están y somos los adultos quienes podemos anticipar en nuestra mente todo lo bueno que puede llegar. En este sentido confío mucho en la capacidad de los adolescentes para encontrar soluciones y continuar creciendo. El que una situación de crisis como la que vivimos deje huellas no es necesariamente malo. Que no las deje o que hagamos como que no las va a dejar probablemente es lo peor. Para que una situación sea traumática no solo son necesarias unas circunstancias, también una elaboración de las mismas, la construcción personal y colectiva de un relato íntimo de lo sucedido que puede ser traumático o no, podría ser positivo, en el caso de que se traduzca en un aprendizaje y una oportunidad para el crecimiento y la maduración.

¿Qué consejos daría a los profesores?

No me gusta mucho dar consejos. No me gustan los consejos en general, no creo que haya recetas que sean válidas para todos. El consejo principal sería ser conscientes de las dificultades, algunas compartidas también por ellos, que tienen sus alumnos, y tratar de pensar desde la individualidad, sin dejar de entender al otro como sujeto. Pensar a veces no es fácil, especialmente a solas, otro consejo sería buscar a otros docentes para compartir lo que sucede y también las dificultades que están encontrando, para tratar de generar este espacio mental que permita el pensamiento. Esta búsqueda común de un espacio mental para la reflexión puede ser informal, el trabajo “de pasillo”, o estructurarse mediante técnicas de encuentro entre profesionales como, por ejemplo, los grupos Balint, enfocados al abordaje grupal de las emociones que se generan en cada profesional en relación con situaciones concretas de especial complejidad en el ámbito laboral.

¿Y a los padres/madres?

Que hagan un esfuerzo por recordar la propia adolescencia, los conflictos que tuvieron, las preocupaciones que generó ese momento de su vida en los adultos que les rodeaban. Que traten de colocarse desde ese momento de sus vidas en las circunstancias de sus hijos, y que lo hagan sin miedo al juicio que sus hijos puedan hacer de ellos como padres en el momento actual. Que no tengan miedo de que surjan conflictos, que no son agradables pero sí vitales, y que sostener y aguantar embates puede ser cansado pero es lo que el adolescente necesita.

Y que el tiempo pasa y pasa a favor, el adolescente crece y madura, como también les sucedió a ellos.