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La semilla de Wembley

España se marchó del torneo tras ofrecer su mejor versión y cuando el plan de Luis Enrique empezaba a dar resultado - La imagen en el adiós y la juventud del equipo hace albergar esperanzas de cara al futuro

Luis Enrique aplaude al público tras el partido en Wembley. | // REUTERS

En la salud y en la enfermedad, era la España de Luis Enrique. Para bien y, por supuesto, para mal, expuesto como estaba el asturiano a la tormenta de críticas que le supuso reunir el pasado 31 de mayo en Las Rozas a un grupo de 24 jugadores, donde no había ni uno solo del Madrid, algo que no había sucedido en ninguna gran competición europea o mundial. Por no estar, no estaba ni Sergio Ramos, el viejo capitán de La Roja. Pero el poder, sin que muchos lo entendieran al inicio, había cambiado de bando porque estaba en las manos del entrenador, quien ha completado una espectacular revolución en poco más de un mes hasta retornar a la elite europea después de estar “nueve años de travesía por el desierto”, como reconoció el propio Luis Rubiales, presidente de la federación, minutos después de perder la semifinal de la Eurocopa con Italia en la tanda de penaltis, quedándose España en el umbral de su cuarta final.

Luis Enrique se ha salido, finalmente, con la suya. Su liderazgo, tan indiscutible como cohesionador porque ha creado una identidad propia en una selección repleta de jugadores anónimos, a los que ha dado ahora una nueva dimensión, se ha basado en un método que no admitía discusión. No había estrellas por encima del equipo ni tampoco inventos tácticos sino un meticuloso trabajo previo de preparación, sostenido siempre bajo la innegociable idea del 4-3-3, la bandera de Lucho.

Al inicio, recelo, desdén, indiferencia y hasta desafección presidían los primeros días de España, agravados, además, por los dos empates (0-0 con Suecia y 1-1 ante Polonia). Pero nada modificó el plan inicial de Luis Enrique, quien cambió piezas (la entrada de Azpilicueta por Marcos Llorente, uno de los jugadores más en forma del fútbol español, dio solvencia a la defensa y el debut de Busquets, una vez superado el covid, aportó cohesión táctica y estabilidad emocional a un grupo de imberbes) sin alterar principios inviolables en su manera de entender el fútbol. La idea se matiza y se evoluciona, decía el técnico a través de sus decisiones (usó 21 de los 24 jugadores), pero jamás se discute.

Se convirtió el asturiano en la voz del país, escapando del ruido mediático, ajeno a las presiones, sin dejarse influencia por el alboroto externo, atrayendo hacia su persona todas las críticas por lo que ejercía de esponja para liberar a sus futbolistas. “Es complicado el entorno y más para un seleccionador que no lleva jugadores del Madrid”, confesó Xavi para definir el asfixiante panorama que rodeaba al asturiano. Él, sin embargo, respiraba feliz, contagiando su optimismo al grupo, que se sentía tranquilo y arropado por el jefe.

Del España no tiene gol con el que se empezó la Eurocopa (un tanto en los primeros 180 minutos) a la España que más ha anotado en una gran competición. Sí, es la de Luis Enrique, con 13 goles, superando la España de Vicente del Bosque, que fue campeona de Europa en el 2012, también jugando con un falso nueve. Entonces, fue Cesc, precisamente en la final ante Italia. El martes le tocó a Dani Olmo asumir ese rol que desnudó a la squadra azzurra. De la España que no interesaba a nadie, desenganchada del aficionado (siete millones de espectadores, un 60% del share siguieron en la tele su debut en La Cartuja ante Sevilla, donde fue pitada por su propia afición), a la España que batió récords de audiencia, con estratosféricos números (14 millones de personas siguieron los penaltis con Italia, un 77% de share).

No se entiende esa mutación (de pronto el país se enganchó de nuevo a la selección, con vínculos emocionales que no se veían desde hace casi una década) sin el liderazgo de Luis Enrique. Terco y obstinado, pero, a la vez, flexible como demostró con los cambios en las alineaciones. Pero con una convicción indestructible de que estaba en el camino correcto, por mucho que se asomara al abismo en varias ocasiones: primero Eslovaquia, luego Croacia, después Suiza y, finalmente caía con Italia, pero ya con el reconocimiento del trabajo bien hecho porque España estaba de vuelta. Fue de menos a más, apagando todos los debates que surgían (Morata y el gol, Unai Simón, ¿era necesario esperar a Busquets?, ¿por qué no rota Pedri?...) llenándose de razones, hasta incluso en la derrota final. Solo le quedó pendiente el asunto del gol. Era la principal carencia del grupo y los principales goleadores del país no estuvieron en escena. No es un detalle menor.

“Se aprende más en la derrota que en la victoria. Hay que enseñar a los niños pequeños que cuando se pierde no hay que llorar, hay que levantarse”, afirmó todavía en Wembley con un mensaje que iba mucho más allá de lo puramente futbolístico. No llegó a la final de la Eurocopa, pero tuvo mucho éxito. “Hemos sido un equipo de inicio a fin y logramos que, todos sin excepción, se sientan muy orgullosos de la selección”. En Wembley quedó la semilla de la nueva y esperanzadora España de Luis. A él le toca cultivarla y mimarla camino de Qatar-2022. Allí seguramente llegará este bloque de jugadores y aún resistirán los veteranos como Jordi Alba y sobre todo Busquets, cuya figura se ha engrandecido durante este torneo. Después del Mundial habrá que pensar en una vida sin él y eso ya será otra película.

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