En San Petersburgo, una ciudad donde la historia se te cae a toneladas cada vez que paseas por una de sus inacabables vías, se asoma esta tarde la imberbe España de Luis Enrique a un partido que determinará no solo su futuro inmediato –no todos los días se llega a una semifinal de la Eurocopa–, sino también a medio y largo plazo.

Prueba de madurez para España marcos lópez

Hay partidos, y el de esta tarde en el moderno e imponente estadio de la ciudad rusa donde habitaban los zares, es el partido. Y con mayúsculas. O, al menos, el más importante y decisivo para este grupo d e jóvenes, a los que la veteranía de Busquets (32 años), Jordi Alba (32), Azpilicueta (31), Koke (29) y Morata (28) ha dado el cobijo necesario, arropados todos por el indiscutible liderazgo de Lucho, para que vuelen felices.

Felices van recorriendo la extraña Europa del covid-19 (Sevilla, Copenhague y hoy San Petersburgo). Felices e inconscientes se han acercado en dos ocasiones al abismo. En ambas han sobrevivido saliendo con orgullo de pruebas que chicos como Unai Simón, Èric Garcia, Pedri, Sarabia, Ferran Torres… jamás habían vivido. Son hoy mejores que hace tres semanas. Pero no únicamente desde el plano futbolístico, sino también desde la gestión de las emociones tras sortear una montaña rusa que habría acabado con el tipo más experto. Ellos, en cambio, aún sonríen, aliviados como están tras verse muy cerca de la caída.

Cuando más difícil se ponía el desafío, mejor rendían, asumiendo, por supuesto, que Suecia, Polonia, Eslovaquia no eran rivales de tronío. Pero en este acelerado Erasmus han madurado en tiempo récord, acortando, también en tiempo récord, el proceso de regeneración de una selección que se había extinguido, atrapada en la nostalgia de lo que fue y ya nunca más podría volver a ser. Y en un solo partido, el ya inolvidable 3-5 con Croacia, han conectado con su gente, la misma que la miraba con cierto desdén, pensando: ¿Dónde creen que van estos ingenuos? Ingenuos a los que no conocían porque no los ven en el día a día, esparcidos como están por la Premier (10 de los 24 convocados militan en clubs ingleses), Italia (2), Alemania (1) y Francia (1).

Pues, los ingenuos han llegado adonde nadie llegó en los últimos nueve años de las grandes citas de selecciones, desde la Eurocopa de 2012 con la que España completó su ciclo glorioso de seis años (Eurocopa, Mundial y Eurocopa). Tras enviar a casa a Croacia, actual subcampeona del mundo, que todavía sigue preguntándose qué demonios ocurrió en esa volcánica primera mitad de la prórroga, los chicos de Lucho topan con Suiza, invitada inesperada y último obstáculo camino de la moderna catedral de Wembley.

Poco a poco han ido perdiendo el anonimato. Y, sobre todo, esa desafección que sentían en el inicio, aumentada por los dos empates (Suecia y Polonia) que convirtieron Sevilla, su tradicional casa, por mucho que jugaran en el incómodo y árido La Cartuja, en un templo de inacabable debate, simbolizado en los pitos a Morata. Ahora, ya vuelven a ser la selección de todos, aunque no haya nadie del Real Madrid, un detalle que inevitablemente jugaba en contra a la hora de buscar complicidades.

Cariño ocasional

Pero tanto Luis Enrique como sus soldados futbolísticos saben que es un cariño ocasional. Al más mínimo detalle, retornarán a la soledad. Todo, por lo tanto, anda en juego esta tarde en el modernísimo estadio de San Petersburgo, un recinto ubicado en la que fue la capital del imperio ruso durante más de dos siglos. Es el partido que España lleva, en realidad, esperando desde la final del 2012 cuando tocó la cima con su segunda Eurocopa consecutiva sin saber entonces que a partir de ahí emprendería el descenso hacia la mediocridad.

En la antigua Leningrado, una hermosa ciudad agujerada por canales donde ver a alguien con una mascarilla tapando su cara resulta casi todo un acontecimiento, a pesar de que Rusia vive registros récords de mortalidad por el coronavirus, está la emergente España de Luis Enrique, un técnico terco y flexible a la vez, inteligente en la dirección del grupo a la que ha hecho suya ya desde la polémica lista inicial de 24 jugadores. Y no de 26 como le pedían todos. Tiene una breve, intensa y emocionante vida esta inexperta selección. Ha transitado del tumulto permanente en Sevilla al éxtasis de Copenhague, prólogo de la tarde en que anhela liderar su particular revolución rusa. Es el partido de su vida...por el momento.