El pie de Unai. Y las manos de Simón. Sí, es el mismo. El zurdazo de Morata que levantó a España cuando estaba noqueada, salvada por ese portero vasco que se rebeló contra sí mismo. La infinita magia de Pedri, el niño que parece un anciano de la sabiduría que acumula. El orgullo de Croacia, enganchado a una bandera que llevó a la selección de Luis Enrique a una angustiosa prórroga, de la que salió viva con la grandeza que se le reclamaba para tirar la fatalidad de los octavos de final. Se llevó por delante a la subcampeona del mundo en una tarde que figura ya en los libros de historia porque se coló con fútbol y orgullo entre los grandes del continente.

Tuvo el inevitable aire de sufrimiento que le da un carácter épico a un partido irracional, terminando España tocando el balón en la segunda parte de la prórroga, al que solo le faltó ponerle su nombre a la pelota, con Unai y Simón, sí es el mismo, poniendo a prueba los desfibriladores demostrando una personalidad asombrosa. La misma de Luis Enrique, el seleccionador que guía con una firmeza a un grupo de jóvenes, liderados por Busquets, capaces de rubricar uno de los encuentros que se cuelan en la memoria de la gente porque resume todo lo que es este bendito deporte. Todos sabrán dónde estaban el día del 3-5 de España en el Parken de Copenhague. No podrán explicarlo, solo recordarlo. Hay cosas tan irracionales que no hallan argumento alguno.

Hubo drama, pasión, fútbol y, sobre todo, angustia porque hay goles en contra. Y goles que te perseguirán por los siglos de los siglos. Allí donde esté Unai Simón dentro de 20 años siempre habrá que le recordará lo que sucedió en una calurosa tarde veraniega de 2021. Un balón largo de Pedri, casi 50 metros, se convirtió en lo que parecía una condena definitiva del meta del Athletic. Y de la selección. Y de España, un equipo tan caritativo que regaló tres goles. ¡Sí, tres!

No imaginaba la piedosa España que esos dos dramáticos errores serían el prólogo de la tragedia simoniana, anticipo, por supuesto, de la redención. No se entiende lo que sucedió luego sin valorar el sufrimiento anterior. Ese 1-0 croata fue obra española. De hecho, iba perdiendo la selección y era el único equipo que había disparado a portería.

Luis Enrique, valiente como acostumbra, metió mano en España desde la pizarra. Sacó a Gerard Moreno y apostó por Ferran Torres porque quería abrir el campo junto a Sarabia para tener espacio que le permitiera crear juego interior, mientras que sentó a Jordi Alba, uno de los capitanes de la selección, para darle la banda izquierda a Gayá, el lateral zurdo del Valencia. Y la puesta en escena inicial de ‘La Roja’, que iba vestida de blanco, permitió alumbrar el camino de la esperanza. Jugaba bien, movía con rapidez el balón hasta que el balón se burló de Unai.

Pero el fútbol, un retrato de la vida, tiene también un aire poético, a veces hasta irreal. Tenía Laporte la pelota en el flanco izquierdo cuando giró hacia atrás y vio a Unai. No tembló el portero. Ni él ni su pie derecho. Esperó y aguardó. Esperó a que Croacia adelantara su posición. Aguardó a que el rival se sintiera tranquilo a casi 100 metros de su portería. ¡Ingenuos ellos! Y, de repente, otra acción simoniana. Pase tenso y preciso para que Azpilicueta iniciara la cabalgada de su vida, quebrando defensas, que iban cayendo a su paso, hasta que, tras 50 metros, detectó a Pedri, que dio continuidad a la jugada para que Ferran Torres, un extremo haciendo de extremo, asistiera al delantero. ¿Quién era? Pues, Azpilicueta. Lateral, extremo, volante,y nueve para firmar el 1-2, que nació en el delicado pie de Unai.

Portero con pies y con manos en medio del caos de los minutos finales que permitió a Croacia llegar a la prórroga. Ahí tampoco nada se entendería sin Unai, el furioso disparo de Morata, los pases precisos de Dani Olmo y la personalidad de un grupo de jóvenes imberbes, guiados en el campo por Busquets y en el banquillo por Luis Enrique, más atrevido que nadie. Y a un equipo que no tenía gol presume ya de 10 en dos partidos. Derribó España la puerta maldita, pero ese no es el gran triunfo. Es la reconciliación con la selección.