Los jugadores de la selección festejan el gol de la victoria ante los aficionados españoles. // EFE

España tardó 87 minutos en derribar el muro checo y romper esa peligrosa tradición de arrancar los grandes torneos con un tropiezo para ir avanzando contracorriente. Lo tiró abajo Piqué con un certero cabezazo cuando el tiempo se le escapaba de las manos a una España que había hecho merecimientos para liquidar el compromiso mucho antes. Pero la ceguera en el área rival y el exceso de barroquismo en algunas ocasiones retardaron la solución del crucigrama que suponía tratar de penetrar en la poblada área de los checos. Pero una vez más apareció Iniesta para poner la guinda a su asombroso partido con una asistencia genial.

Este partido, como el fútbol, no se puede entender sin la figura en ocasiones infravalorada de Iniesta. El manchego es una especie única en el fútbol mundial, un mediocampista liviano que destroza las líneas del rival con una suficiencia que parecería insultante si no fuese porque estamos ante una de las figuras más discretas y modestas que circulan por el mundo del fútbol. Ayer dio un curso dejando en el aire esa sensación de no querer molestar, de ir pidiendo disculpas a los rivales por lo que les está haciendo. Un festival de arrancadas, pases, cambios de ritmo y regates que convirtieron a sus rivales en zombies incapaces de alcanzarle. Tras la marcha de algunos de los futbolistas que compartían con él el gobierno de la nave (Xavi y Alonso sobre todo), Iniesta parece haber asumido su papel estelar en el equipo nacional. Ayer tardó quince minutos en entrar en acción, pero cuando lo hizo resultó incontrolable. El barcelonista, que embrujó a los checos, ha llegado en plenitud a esta Eurocopa y eso convierte a España en un claro aspirante a cualquier cosa. Iniesta redondeó el catálogo de acciones brillantes en el minuto 87. Fue suyo el centro teledirigido a la cabeza de Piqué. Su compañero en el Barcelona simplemente tuvo que dejar que le golpease el balón. El envío era un regalo. Con la fuerza justa, a la espalda de los centrales, a la distancia justa para que Cech, siempre seguro por alto, no tuviese claro si lanzarse a por el balón. Y marcó Piqué. Otro detalle importante en un día cargado de gestos. El central barcelonista, con una natural tendencia al lío producto seguramente de cierta inmadurez, se cobró la deuda con una parte de los aficionados de la selección que le silban de forma insistente con la idea de trasladar al día a día de la selección la tradicional y a veces enfermiza rivalidad que se vive en España entre los dos grandes equipos de la Liga. La celebración del defensa, inmóvil e inexpresivo frente a la grada de aficionados españoles, parecía encerrar un mensaje reivindicativo de un muchacho del que se duda con demasiada facilidad, de quien se cuestiona un compromiso que ayer volvió a poner de manifiesto.

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El gol de Piqué hizo justicia a la España de Del Bosque y le permite encarar el resto de la primera fase sin los agobios ni las exigencias de otro tiempo. Lo mereció la selección. Jugó todo el partido en el campo de los checos, protagonizó casi cuarenta llegadas al área rival, disparó más de doce veces y se pasó el partido con las manos en la cabeza lamentando las ocasiones que iba perdiendo. Mientras, David de Gea -en quien confió Del Bosque pese al terremoto en el que se ha visto envuelto el portero en los últimos días- pasó el día fuera del foco y solo en el descuento, cuando ya había marcado Piqué tuvo que sacar los puños con energía para sacar un duro remate.

A España solo se le puede echar en cara el exceso de suspense, el haber tardado tanto en encontrar el gol. Es uno de los principales problemas que parecen tener los de Del Bosque. El seleccionador ayer eligió a Morata como referente en ataque escoltado por Silva y Nolito. El delantero de la Juventus dispuso de un par de ocasiones pero a España le costó generar peligro ante la defensa de acumulación, más propia del fútbol de otro siglo, de los checos. Sin espacio las posibilidades de desborde eran mínimas -lo que en parte complicó la tarde de Nolito, futbolista al que temían especialmente como demuestra que el seleccionador checo optase por jugar con un doble lateral en la banda derecha- y la única solución era que alguien fuese capaz de ajustar un envío en medio de aquel bosque de piernas. Para un equipo que no tiene chutadores de distancia ni grandes cabeceadores, los intentos resultaban infructuosos.

En el segundo tiempo Del Bosque, viendo que el dominio era cada vez más insultante y que los checos iban camino de meterse todos en el área chica, echó mano de Aduriz, delantero que se mueve mejor con menos espacios que Morata. España fue encontrando más líneas de pase (Nolito regaló un par de envíos sobresalientes al corazón del área) y con la entrada de Thiago por un inoperante Cesc la situación se hizo más escandalosa. Se sucedían las llegadas de la selección, las intervenciones de Cech y los disparos sin suerte. Aquello olía a cierta desesperación porque el tiempo se acababa y España parecía encaminarse de nuevo a una primera fase tortuosa, obligada a no fallar en los partidos restantes. Pero Iniesta juega a otra cosa. Para él no existen determinados agobios. Juega levitando por encima de los rivales y cuando el cansancio asoma en sus perseguidores él se eleva aún más ligero. En el minuto 87 recogió un par de balones, no encontró el camino, pero insistió hasta que colocó en una zona imposible del área un balón que cayó en la cabeza de Piqué. Pura justicia para el esfuerzo de la selección española que ahora se quita de encima un problema y disfruta de un viaje a favor de corriente.