Opinión | Sálvese quien pueda
Viaje a casa del vecino y otros lugares exóticos

¿Es posible mayor necedad turística? / FDV
Leo que el turismo se traslada masivamente a los apartamentos por los altos precios de los hoteles. No me extraña. Hace unos cuantos días comprobé que un Parador Nacional en Extremadura cobraba por una habitación doble con ventanuco monacal la cuarta parte del sueldo de un mileurista. A pesar de este subidón soy más de hoteles que de apartamentos, porque siempre hallas precios más ajustados a tu bolsillo sin que el alojamiento pierda su dignidad de acogimiento. Este encarecimiento de los precios, en cualquier caso, no me afecta especialmente porque ya no frecuento el mundo del viaje como antes. Me atrevería a decir que me apetece mucho menos y hasta siento que son un coñazo a la hora de transportarte y un horror si lo haces en los meses en que los movimiento son masivos.
Hacer las maletas, moverlas, llegar al aeropuerto rezando para que no haya retrasos y acabes tirado por los suelos, hacer colas en los controles de seguridad... Ya sé, ya sé que viajar amplía los horizontes de tu mente, te cambia el rollo cotidiano y no tiene que ver con aquellos años 60 o 70 en que era una aventura, sin más que mapas por carreteras tercermundistas y con coches que estaban a años luz de la fiabilidad de los actuales. Ves las viejas carreteras por las que antes circulábamos tan tranquilos y te preguntas cómo diantres cabíamos en ellas vehículos de ida y vuelta. Si ibas en tren podías asfixiarte de calor en verano porque no había ventilación o morirte de frío en invierno porque no había calefacción.
Nuestros abuelos, salvo los ricos y los emigrantes, hacían un viaje en la vida cuando se casaban. El viajar empieza a ser más económico y confortable, permitiendo el acceso a personas que no son de las clases altas, pero ha llegado a convertrnos en manadas entre selfies, lugares masificados o cientos de tontolabas en filas subiendo el Everest o en colas para ver una puesta de sol que según la influencer o youtuber de turno es imprescindible. ¿Y si viajas en cruceros que se amontonan en los mismos puertos para vomitar por unas horas legiones de turistas que paran en las mismas tiendas de suvenires o compruebas que aquello no es el paraíso que te vendieron en fotos?
Nunca fui mochilero, no me negaría a un viaje exquisito y singular si no fuera un dispendio para mi economía y sospecho que todas estas pegas que les pongo y compongo a los turisteos masivos son disculpas para no reconocer que es la edad la causa de la desgana. Mi hija pasa días, mientras escribo, en Marrakech, y yo acabo de leer Viaje a casa del vecino y a otros lugares exóticos, en que Eduardo Gris nos relata un viaje por tierras lejanas, como Egipto, Tanzania, Siria o Turquía, o al mismo Marrakech, y menos lejanas como la carnicería del barrio o la casa del vecino. El autor asegura que de todas ellas es posible regresar con maravillosos tesoros. Y lo describe tan bien que me ahorra esfuerzos, colas dinero, y me entero de más cosas que en un viaje programado. Pásalo bien, hija mía, y ya viví de Marrakech sin salir de casa.
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