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Opinión | Sálvese quien pueda

¿Violencia de género? Justicia bonoba

Los bonobos rompen códigos

Los bonobos rompen códigos / FDV

Se creía que los bonobos, esa especie de simios más cercana al humano, eran animales pacíficos hasta que en 2015 se documentó en el Congo cómo 5 hembras machacaban literalmente a un poderoso macho pisoteándolo, mordiéndole por todo el cuerpo, arrancándole una oreja, atacando sus genitales, practicando frotamientos sexuales entre sí encima de él... El gran macho había tenido la ocurrencia de amenazar la vida de una cría y ese fue su castigo por una coalición de hembras, diferenciándose de los chimpancés, cuyos machos mandan con mano de hierro, o de sus equivalentes humanos, que aún siguen practicando la violencia de género.

Dice el artículo que me sirve de referencia que el 85 por ciento de las coaliciones violentas las protagonizan hembras reunidas que tratan de mantener a raya a los machos y ganan el cien por cien de los conflictos, lo que muestra que el dominio es estructural y que las alianzas agresivas certifican que el poder puede nacer no de la fuerza física sino del apoyo social. Cada vez que leo una noticia relacionada con la violencia ejercida por un humano sobre su anterior pareja femenina, que en nuestra sociedad humana resolvemos por la vía de la Justicia, me vienen a la cabeza pensamientos bonobos contra la violencia de mi propio sexo sobre el femenino que debo reprimir: ojalá un colectivo femenino le pisotee sus genitales y le reduzca a puñetazos su criminal testosterona. Y es que la cárcel parece poco. Dicen los estudiosos del fenómeno que la agresión contra una cría constituye una violación grave de las normas de la sociedad bonoba y provoca represalias por parte de las hembras. ¡Qué menos a falta de jueces entre esos simios que no han llegado al grado de organización de los humanos cuyo sistema punitivo solo envía a estos agresores a la cárcel, y a veces parece poco!

Como respuesta al imperialismo del macho humano sobre el territorio corporal femenino han surgido coaliciones feministas del más diverso signo pero ni aún las más radicales lo han hecho para practicar la violencia física sobre el hombre, quizás porque el cerebro femenino está más desarrollado para la buena convivencia que el del varón. Desde la vertiente biológica dicen los que saben que los varones presentan mayores niveles de testosterona, que precipita la agresividad, y menores niveles de estrógenos, que propician una menor violencia.

Sea como sea, esa ideología patriarcal basada en la subordinación del otro ya no es la hegemónica. Estoy leyendo ahora Dina, mujer de Job, un libro intragable por su excesiva erudición y complejidad de su lenguaje, que es un ensayo sobre lo contrario: la dominación femenina. Roto el antiguo régimen de las relaciones, sostiene que las mujeres desean un dominio, un poder que se ejerce ora con consentimiento del otro, ora con violencia practicada sin contemplaciones. Como no habla de bonobos, no sé a qué violencia femenina se refiere. «Hay una ley de los sexos –dice– que los mantiene separados, que los hace ajenos y no hay magia capaz de aniquilar esa distancia».

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