Opinión | Salud&Placer
Ser fuerte también cansa

@A2C_ILUSTRACIONS
Hay personas –y especialmente mujeres– que se han convertido en el pilar invisible de todos los que las rodean. Las que no se permiten derrumbarse, las que resuelven mientras los demás descansan, las que sonríen cuando están agotadas, las que escuchan más de lo que hablan. Las que, incluso en los peores días, responden «tranquila, todo bien». ¿Te suena?
Sois geniales porque no os quejáis, pero lleváis demasiado tiempo sosteniendo más de lo que os corresponde. Muchas crecieron en entornos donde la vida se presentaba jodida: enfermedades, separaciones, problemas económicos o responsabilidades que llegaban demasiado pronto. No necesariamente tragedias, sino aprendizajes intensos. En muchas casas, esa fortaleza tenía rostro femenino. Mi madre, por ejemplo, no ha cogido una baja laboral en toda su vida. Ahora ya está jubilada, y a veces pienso que su cuerpo se ha tomado, por fin, todas las bajas que no pidió. Aunque no para de moverse, viajar y vivir, al fin y al cabo. Como ella, muchas mujeres aprendieron a tirar «pa'lante», aunque doliera.
Este texto está inspirado en muchas de ellas: mujeres que llegan a consulta con contracturas, ansiedad o pérdida de deseo, y que cuando rascas un poco, no hay un gran trauma detrás, sino una vida entera de esfuerzo, cuidado y contención. Ser fuerte también cansa.
Con los años, esa fortaleza se confunde con equilibrio. Pero no todas las personas que atraviesan dificultades se recuperan igual. La diferencia no está en la dureza de lo vivido, sino en la manera de mirar lo que ya ha pasado. Hay quien se vuelve tronco rígido, erguido ante todo, hasta que la tormenta lo parte. Y hay quien aprende a ser junco: flexible, ligero, capaz de doblarse con el viento y volver a su sitio cuando pasa el temporal. (Me encanta esta metáfora).
La resiliencia –esa palabra tan pomposa– es eso. No es resistir ni ser inmune, sino poder doblarse sin romperse, adaptarse sin perderse y seguir caminando con el corazón con una tirita, pero vivo.
A veces el cuerpo no se rompe, pero la mente sí se agota. Lo llaman agotamiento cognitivo y puede aparecer mucho después del esfuerzo: cuando todo parece haberse calmado, pero el cerebro sigue en modo alerta. Mantener la atención, la empatía y el control emocional durante largos periodos consume recursos mentales, igual que correr un maratón consume oxígeno. El resultado es una fatiga difusa: cuesta concentrarse, se olvidan cosas simples, aparecen bloqueos, irritabilidad o una sensación constante de «no me da la cabeza». No siempre está ligado al suceso en sí, sino al tiempo que se ha pasado intentando «arreglarlo» todo.
El agotamiento cognitivo y el emocional son primos del burnout, ese síndrome que no solo afecta a quien trabaja demasiado, sino también a quien cuida demasiado: madres, hijas, profesionales, parejas que se sienten responsables del bienestar ajeno. Y lo peligroso es que, a diferencia del cansancio físico, no se resuelve durmiendo una noche más. Necesita parar de verdad, desconectar, cambiar la dirección de la energía.
Ser fuerte no es aguantarlo todo. Es reconocer los límites sin culpa, pedir ayuda sin miedo y descansar sin sentir que se traiciona a nadie. La verdadera fortaleza emocional se parece más a la flexibilidad que a la resistencia: a saber cuándo avanzar y cuándo parar, cuándo cuidar y cuándo dejarse cuidar.
Placeres, gracias por la lectura y por inspirar tantas de estas reflexiones con vuestras historias silenciosas y valientes.
Nos leemos y escuchamos en www.saludplacer.com.
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