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Opinión | A los pies de los caballos

Nuestra hora de la verdad

El primer ministro saliente de Francia, Sébastien Lecornu.

El primer ministro saliente de Francia, Sébastien Lecornu. / Stephanie Lecocq

Puede que cuando lean esto, Sébastien Lecornu sea ya una mera nota a pie de página en la historia de Francia. El fugaz primer ministro del país vecino ha tenido la difícil papeleta de suceder en el cargo a François Bayrou, el político que el pasado 15 de julio presentó un severo plan de ajustes que incluía nada menos que la congelación de las pensiones, la reducción del empleo público y el recorte del gasto social y sanitario. Bayrou anunció estas duras medidas bajo el lema de «el momento de la verdad», aunque bien podría haber utilizado la frase «se acabó la fiesta», por presentarlas al día siguiente de la Fiesta Nacional francesa.

No había que ser politólogo para pronosticar la pronta caída de Bayrou bajo la ya cuestionada presidencia de Macron. Es sabido que la supervivencia de un político se asegura diciéndole al electorado solo aquello que quiere oír, evitando a toda costa las verdades incómodas. Por eso resulta excepcional que un jefe de Gobierno pronuncie frases prohibidas como «no hay plata», si bien es cierto que el excéntrico Javier Milei la dijo al principio de su mandato, con cuatro años por delante para sacar a Argentina del pozo en el que lleva sumida varias décadas.

El caso es que Lecornu –que en francés significa «el cornudo»– y su predecesor, Bayrou, que no duró ni 9 meses en el cargo, cogieron el toro por los cuernos y pusieron al pueblo francés ante el espejo de un panorama económico preocupante, con una deuda pública del 115% sobre el PIB. Sin llegar a ese porcentaje (ronda el 103%), España figura entre los países europeos con los mayores niveles de deuda pública, y ese no es el mayor de nuestros problemas. Se estima que en 2040 más de un tercio de los españoles tendremos más de 65 años, lo que podría llevar al colapso el sistema público de pensiones. El envejecimiento y el bajo índice de natalidad se antojan como los principales nubarrones para un país que, además, llega tarde al tren de la inteligencia artificial y sigue sin mirar al futuro, enzarzado en polémicas estériles de flotillas y chistorras. No sabemos cuándo llegará nuestra «hora de la verdad», nuestra catarsis nacional. Lo que es seguro es que será demasiado tarde. Y que dolerá.

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