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Opinión | Ni diestro ni siniestro

8 puntos débiles de los milenaristas ante el uso de la inteligencia artificial

Un joven, ante varias pantallas de ordenadores.

Un joven, ante varias pantallas de ordenadores.

En las últimas semanas, diferentes medios de comunicación han vuelto a exhibir su catálogo de desgracias: inteligencia artificial, juventud y salud mental. El resultado, en algunos casos, ha sido el suicidio. He aquí la prueba de que no estamos ante un asunto menor, sino ante una amenaza tan grave como silenciosa.

Las inteligencias artificiales han comenzado a instalarse en la vida emocional de los adolescentes, y lo hacen con la astucia de todo invasor: ofreciendo compañía inmediata, ilimitada, dócil. Lo que antes se llamaba amistad ahora se delega en un programa informático que nunca descansa y que jamás contradice. El enemigo no llega desde fuera, sino que se enciende en la pantalla del móvil.

Adolescentes y milenaristas constituyen el terreno más fértil para este simulacro de compañía. No porque sean más fuertes, como suele pregonarse en tertulias complacientes, sino porque nunca lo han sido menos.

Se les llama la generación más preparada de la historia. Mentira. Se les nombra como la más protegida, incluso «de cristal». Otra mentira. Son, en realidad, las generaciones más desprotegidas, por dos motivos incontestables.

En primer lugar, su formación intelectual es más pobre que la de sus padres. Tres décadas de docencia me han bastado para comprobar cómo la instrucción académica se ha degradado hasta niveles irreconocibles. Lo que hoy se enseña apenas sirve para sobrevivir, mucho menos para comprender el mundo. La ignorancia, cuando se disfraza de modernidad, se vuelve letal.

En segundo lugar, estos jóvenes no han sido protegidos de nada, sino arrojados a los caballos de internet y las redes sociales, y ahora entregados al embrujo de la inteligencia artificial. Carecen de defensas culturales y emocionales frente a amenazas que sus mayores nunca conocieron. ¿Cómo llamarlo «hiperprotección» cuando se trata, en realidad, de una exposición brutal al vacío?

La única esperanza está en que las familias logren educar a sus hijos en la gestión crítica de estos riesgos. Pero ¿qué familia puede programar a sus descendientes contra el vértigo de lo virtual, cuando también los adultos se han convertido en siervos de la pantalla? De aquellas advertencias de nuestros abuelos –«no hables con extraños»– hemos pasado a este nuevo escenario: los hijos conversan, sin supervisión alguna, con máquinas diseñadas para simular la voz de la sabiduría.

Existen, al menos, ocho amenazas principales. Ocho grietas que convierten la inteligencia artificial en un simulacro afectivo tan persuasivo como destructor.

1. Soledad

En primer lugar, la soledad. Muchos adolescentes viven aislados en términos afectivos, aunque estén rodeados de gente. Las familias reducen el tiempo de convivencia real, y la vida escolar o social muchas veces no ofrece vínculos sólidos. El vacío emocional busca compensación inmediata, y los chats como GPT la ofrecen abiertamente y sin interrupciones.

2. Falsa seguridad

En segundo lugar, disponibilidad y anonimato son un aparente estímulo de falsa seguridad. La IA está siempre accesible, y en principio no juzga, no ridiculiza, no traiciona confidencias, como pueden hacerlo muchas personas. En la relación humana hay riesgo de rechazo, desdén, menosprecio, censura, burla. Sin embargo, la frustración en el uso afectivo de la inteligencia artificial se manifiesta de otros modos, más sordamente y también de forma mucho más sutil y peligrosa.

3. Fragilidad de los vínculos reales

En tercer lugar, la fragilidad de los vínculos humanos reales es cada día mayor, y la gente busca apoyos donde sea, aunque esta relación sea virtual o inhumana, que no irreal. Los lazos de amistad entre jóvenes están sometidos a la volatilidad de las redes sociales: hoy te aceptan, mañana te bloquean. La IA, en cambio, garantiza continuidad y fidelidad absolutas. Eso sí, en el vacío de lo inhumano.

4. Inmediatez

En cuarto lugar, el hábito de lo inmediato esclaviza al ser humano del siglo XXI. Nadie sabe ni quiere ni puede esperar. La interacción digital estimula la gratificación instantánea: un clic, un «me gusta», una respuesta al momento y a la carta. La relación humana es lenta, exige paciencia, negociación y dialéctica en el conflicto. Y dar la cara siempre.

5. Normalizacion del simulacro

En quinto lugar, la normalización del simulacro se asume con toda naturalidad, de modo que la gente llega a creer que habla con un sabio capaz de resolverle todos los problemas, cuando lo cierto es que está solo, interactuando como una máquina generadora de mensajes totalmente inhumanos. En un entorno donde lo virtual sustituye constantemente a lo real (avatares, influencers, filtros, videojuegos, idealismo kantiano en versión posmoderna), no sorprende que también la «amistad» pueda convertirse en una simulación técnicamente convincente.

6. Desconexión con los adultos

En sexto lugar, es un hecho que los adultos no sólo se dan la espalda entre sí, sino también a los más jóvenes. Padres y maestros, absorbidos por sus propias pantallas o problemas personales, no ejercen la función básica de escuchar, acompañar y orientar. Se habla poco y se habla mal. Los contenidos de las conversaciones están saturados de tonterías. De tanto hacer el bufón para llamar la atención, la gente no se da cuenta de que pierde capacidades personales para hablar en serio y con propiedad. La IA aparece entonces como el único interlocutor disponible, dócil y atento.

Es un error por parte de padres y profesores hablar haciendo chistes, sin rigor ni seriedad, cuando personal y profesionalmente procede hablar con mucha corrección. A los bromistas no se les toma en serio. Y un profesor no puede permitirse bufonadas en el ejercicio de su actividad docente y profesional para «conectar» con sus alumnos. La vida profesional no es un chiste ni una parodia de los problemas reales.

7. Vulnerabilidad emocional

En séptimo lugar, la vulnerabilidad emocional es uno de los puntos débiles más importantes de los milenaristas. La adolescencia es un tiempo inestable de construcción de la propia personalidad. La necesidad de expresión y confesión, de desahogo y validación, encuentra en la IA un canal aparentemente seguro, aunque ilusorio.

8. Autosatisfacción alucinatoria

En octavo lugar, la búsqueda de autosatisfacción alucinatoria de ansiedad y deseos hunde a infinitas personas sin recursos emocionales ni intelectuales en el uso patológico de la IA. Puede ser un laberinto sin salida.

No se trata, pues, de que los jóvenes «prefieran» la inteligencia artificial. La verdad es más dura: la sociedad ha convertido lo humano en inestable, inaccesible y poco fiable, mientras que lo artificial se presenta como refugio seguro. Pero esa seguridad no es más que un espejismo. Y quien se aferra al espejismo acaba condenado a vivir en un mundo falsificado, donde la compañía no existe, el diálogo es mentira y la soledad se vuelve definitiva.

Nadie puede sobrevivir en un mundo falsificado. ¿Qué inteligencia es esa, que convierte nuestra vida humana en un fraude?

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