Opinión | El mundo 4.0

Tesla se descarga del olimpo tecnológico a la tormenta política

Vehículo eléctrico recargando.

Vehículo eléctrico recargando.

Durante más de una década, Tesla fue sinónimo de innovación, disrupción y futuro. La empresa fundada por Elon Musk no solo revolucionó la industria automotriz con sus vehículos eléctricos, sino que también se convirtió en un símbolo de la economía verde, la inteligencia artificial y la ambición espacial. Sin embargo, en 2025, Tesla atraviesa su momento más crítico: una caída bursátil histórica, una crisis de gobernanza y una guerra política que amenaza con desmantelar su imperio.

Tesla nació en 2003, pero fue con la llegada de Elon Musk como CEO en 2008 cuando la empresa despegó. Su visión de un mundo sin combustibles fósiles, impulsado por coches eléctricos, paneles solares y baterías inteligentes, capturó la imaginación de millones de personas. Modelos como el Model S, Model 3 y Model Y se convirtieron en referentes de diseño y eficiencia. La empresa no solo vendía coches: vendía una narrativa. Musk, con su estilo provocador y mesiánico, supo convertir a Tesla en una marca de moda. A pesar de las dudas sobre su rentabilidad, pues hasta el 2018 la empresa no pudo conseguir beneficios, los inversores mantuvieron su apoyo constante al proyecto de Tesla. En 2021, la capitalización bursátil de la compañía alcanzó el billón de dólares, superando a todos los fabricantes tradicionales juntos. Para tener una referencia de la burbuja que esto supone, basta con comparar las cifras de producción anual de vehículos: en 2024 Tesla alcanzó unas ventas de 1,3 millones de unidades, y el top 10 de fabricantes sumaron de forma conjunta una cantidad de casi 60 millones de unidades. Más concretamente, Toyota lideró el mercado con 10,7 millones; Volkswagen Group 9; Hyundai-Kia 7,3; Stellantis 6,4; General Motors 6,2; Ford 4,4; Honda 4,1; Nissan 3,4; BYD 3 y Mercedes-Benz 2,5 millones de unidades. Sin embargo, Tesla tiene una capitalización bursátil similar a todos los demás juntos. El motivo principal de este respaldo exagerado de los inversores es debido a la percepción de Tesla como una empresa tecnológica, no solo automotriz, y a la creencia de que esta empresa dominará el futuro del transporte y la energía.

El punto más álgido de Tesla llegó con la reelección de Donald Trump en 2024. En un giro inesperado, Musk fue nombrado asesor especial del presidente, con influencia directa en políticas tecnológicas y energéticas. En los primeros meses de 2025, Tesla alcanzó su máximo histórico en bolsa, impulsada por expectativas de contratos gubernamentales y subsidios a la compra de vehículos eléctricos. Pero esta luna de miel, inicialmente celebrada por los mercados, pronto se ha tornado en una relación tóxica. Elon Musk ha adoptado posturas políticas muy visibles y polarizantes, como su apoyo al partido de extrema derecha AfD en Alemania y su rol en el gobierno de Donald Trump como director del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE). Estas decisiones han generado rechazo entre muchos consumidores, especialmente en Europa, donde Tesla ha perdido gran parte de su atractivo. Y cuando parecía que nada podía ir peor para Tesla, de repente la relación entre Musk y Trump ha estallado públicamente tras desacuerdos sobre una ley de impuestos y gasto público. Musk criticó abiertamente al presidente en su red social X, acusándolo de ocultar los documentos del pederasta Epstein, porque «su nombre está en ellos», lo que provocó una respuesta fulminante: Trump amenazó con cortar todos los contratos federales con empresas de Musk. Las consecuencias de esta tormenta política has sido devastadoras para Tesla: en los últimos meses ha perdido más de 570.000 millones de dólares en valor bursátil, una caída del 40% desde su pico. El 5 de junio, las acciones se desplomaron un 14% en una sola jornada, el mayor desplome en la historia de la compañía. En Europa y China, las ventas han caído un 50% en lo que va de 2025.

Detrás de este colapso, existe una compleja combinación de factores económicos, políticos y de mercado. En primer lugar, Tesla ha basado parte de su crecimiento en subsidios y contratos gubernamentales, especialmente para su red de carga y proyectos de conducción autónoma. Y si hay conflictos con los gobiernos, el globo se desinfla. Tesla tiene una sobrevaloración estructural: el PER (relación precio-beneficio) supera el 100, es decir, el mercado espera que las acciones de Tesla valgan cien veces sus ganancias, frente a cifras de un solo dígito en competidores como Toyota o Volkswagen. Esto indica una desconexión entre expectativas y realidad. La gobernanza está cuestionada: la figura de Musk, antes vista como visionaria, comenzó a ser percibida como un riesgo. Su estilo de liderazgo unilateral, sus polémicas en redes sociales y su falta de rendición de cuentas generaron desconfianza entre inversores institucionales. La competencia ha crecido: fabricantes chinos como MG o BYD, y varias marcas europeas, como Peugeot o Citroën, han lanzado modelos eléctricos más asequibles, modernos y con mejor relación calidad-precio. De hecho, BYD superó a Tesla en ventas de vehículos eléctricos en Europa por primera vez en abril de este año.

Y ahora ¿qué pasará? La caída de Tesla no solo afecta a sus accionistas. Incluso otras empresas de Musk, como SpaceX y Neuralink, han sufrido efectos colaterales. La imagen del empresario como genio infalible se ha visto erosionada, y algunos inversores comienzan a cuestionar la viabilidad de sus múltiples proyectos simultáneos. Ahora Tesla se enfrenta a un futuro incierto, y aunque sigue siendo líder en tecnología de baterías y conducción autónoma, su posición ya no es incuestionable. La empresa necesita urgentemente un cambio de estrategia, porque el rumbo que está siguiendo no está claro. Pero lo que sí parece claro es que el caso Tesla será estudiado durante años como un ejemplo de cómo la política, la personalidad y la percepción pueden construir, y destruir, imperios empresariales.

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