Opinión | Antes de que se me olvide
En ocasiones tengo eurovisiones

El representante de Austria fue el ganador del festival de Eurovisión / Associated Press/LaPresse / LAP
Como viene siendo habitual desde el bum de aquella “Europe’s living a celebration», también en esta ocasión, y por no desplazarnos más atrás en el tiempo, la información previa relativa al festival de Eurovisión se ha incluido en las secciones de Cultura (Sociedad y Espectáculos) de los medios de comunicación españoles. Hasta este año, a mí particularmente me extrañaba que se tomase esta decisión porque Eurovisión, salvo honrosas excepciones (pongamos Salvador Sobral) rara vez ha dado muestras de ser un espacio caracterizado por tener como objetivo la instrucción cultural de su audiencia, sino más bien el entretenimiento puro y duro, lo cual en principio no es malo, pero al cabo sí lo es cuando se transforma en un entretenimiento a conseguir a toda costa, a la de cargarse lo que fuere, incluso la propia música, lo cual contradice su coletilla de “festival de la canción”. Hoy en día, en los reglamentos que llegan a los miembros de los jurados de los distintos países figura muy claramente que, además de la música, se deben valorar elementos como la puesta en escena, las vestimentas, la coreografía y hasta el “videoclip” que, sumados, a la postre cuentan más que la calidad de las canciones o la excelencia de su intérpretes.
Que ha habido buenas canciones, y cantantes, y grupos (siempre recordaré el “Eres tú” de Mocedades) a lo largo la historia de Eurovisión no lo dudo, pero en las últimas ediciones han acontecido fenómenos extraños que me han dado mucho que pensar, y este año, todavía más. De hecho, durante esta última semana la generalidad de los medios han ubicado Eurovisión en sus espacios de información política, nacional o internacional, lo cual ha situado el festival en el ámbito de la Geopolítica, especialidad que es muy importante y ante la que hay que permanecer atentos, sobre todo con la que nos está cayendo desde Gaza, Ucrania y otras latitudes.
No me voy a meter, ya lo han hecho otros, con la manipulación evidente de los votos populares que ha permitido que Israel estuviese a punto de obtener el primer puesto, pero sí que me inmiscuyo en aquellos decepcionados eurofans que, ilusos, creían que en Eurovisión lo que más se valora son las calidades artísticas de los intérpretes y de las canciones. Eso, me temo, es un aspecto secundario a estas alturas, porque de ser así, si les soy sincero, en mi opinión, aunque mis preferidas fuesen otras, la canción que presentó Israel era y es mejor que esa opción dañina para los oídos destilada en la chirriante ganadora austriaca.
Sin embargo, y dicho esto, Israel no debería haber participado en el festival, y esta es una aseveración basada no tanto en la conciencia (que también) sino en la jurisprudencia internacional. ¿Por qué se echó a Rusia de Eurovisión tras la invasión de Ucrania y, en cambio, se mantuvo a Israel, cuyo ejército ha matado, en año y pico, a más de 40.000 hombres, mujeres y niños y amenaza incluso con la extinción del propio pueblo palestino? Héte aquí la cuestión. Respóndanla ustedes como quieran según sus éticas y conciencias respectivas pero, por favor, no recurran a la cultura, ni siquiera a la música.
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