Opinión | Ni diestro ni siniestro

Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Vigo

La felicidad no está en el Quijote

Ilustración de una de las ediciones de el «Quijote»

Ilustración de una de las ediciones de el «Quijote» / FDV

Hace muchos años, cuando el sentido del humor gozaba de más libertad, solía contarse un chiste muy malo, pero revelador, cuyo protagonista era un popular personaje llamado Jaimito. Según el chiste, a Jaimito le mostraban el dibujo de un árbol, y le preguntaban, ¿qué ves aquí? Él respondía: una mujer desnuda. Ocurría que Jaimito siempre veía lo mismo, se tratara de la imagen de un árbol, una botella de agua mineral o un sello de Franco (esto lo digo yo, no el chiste, pero ustedes me entienden).

A algunas personas les ocurre lo mismo que a Jaimito, pero no con el erotismo –ni con Franco, desde luego–, sino con la felicidad. De hecho, la obsesión por la dicha y la autosatisfacción (en todas sus erupciones) es una de las formas del erotismo del siglo XXI.

Digo esto porque, como todo el mundo sabe, internet es el paraíso de las más hermosas y luminosas mentiras. Mentiras, como todas, muy seductoras. Y cada poco tiempo se promueven y difunden embustes literarios en los que no Jaimito, sino Cervantes y el Quijote son los protagonistas.

Cada poco tiempo se difunden embustes literarios en los que Cervantes y el Quijote son los protagonistas

Desde hace días circula por internet una cita falsa que se atribuye nada menos que a Cervantes y de la que se dice que está en boca de don Quijote de la Mancha, en la novela que lleva su nombre. La frase apócrifa es esta, y les aseguro que tiene su tela marinera: «El ser humano se esclaviza por el lujo y las vanidades, persiguiendo riquezas, como si en ellas encontrara la dicha. Mas no advierte que, cuanto más tiene, más teme perderlo, y en esa angustia se le escapa la verdadera felicidad. Porque la dicha no está en el oro ni en la opulencia, sino en la brisa que acaricia el rostro, en la risa sincera de un amigo, en el pan compartido con gratitud. ¡Necio es aquel que busca en lo externo lo que sólo en el alma puede hallar! La vida sencilla es el mayor tesoro, y quien la comprende es el más afortunado de los hombres».

Hasta donde yo sé, la palabra «felicidad» sólo aparece en el Quijote en mínimas ocasiones y siempre en con un sentido paródico y exagerado. En el siglo XVII se usaba con el sentido de «ventura» o «fortuna», «dicha» o «bienaventuranza». Solía invocarse en contextos casi siempre religiosos, donde la dicha estaba próxima a la gracia teológica, al bienestar del alma que proporcionaba la vida virtuosa y ejemplar. Se suponía entonces que la felicidad procedía de la virtud, esencialmente religiosa, y que era una recompensa destinada a los bienaventurados. Nada que ver con esta idea moderna de que el dinero no hace la felicidad, porque (supuestamente) la compra ya hecha.

A la felicidad, en la literatura y los cuentos, se llegaba al final, y no se contaba nunca, porque ahí terminaba la historia o fábula, una vez que los protagonistas habían superado innumerables e inverosímiles pruebas. Entonces, llegados a la meta, sanos y salvos, por fin –se decía– «fueron felices y comieron perdices».

Téngase en cuenta que la literatura, prácticamente hasta el siglo XVIII, tenía siempre finales felices, con la única excepción de la tragedia, casi exclusivamente reservada al teatro. Pero desde el triunfo de la cultura anglosajona, tras la Ilustración, que tanto enamora a nuestros intelectuales de hoy, ignorantes de la historia de España anterior al año 1700, la literatura monopoliza los finales trágicos y dramáticos, antiheroicos y frustrantes. Los finales felices hoy están reservados, casi siempre, al cine.

Ese texto apócrifo atribuido a Cervantes es un completo kitsch, moderno y hasta posmoderno, donde el término «felicidad» se reduce a un sentido anglosajón y plano. Inocuo. Por otro lado, el elogio que en esa cita espuria se hace de la vida ascética y la paz interior, y otras simplezas por el estilo, es incompatible con la vida de un caballero andante verdadero, cuanto más con don Quijote, que lo es de mohatra y fingimiento. Por favor, no usen la literatura como timo. No prostituyan la obra de Cervantes.

Además, por si todo esto fuera poco, resulta que la palabra «lujo», con la que se inicia la cita, con pretensiones condenatorias hacia el lector inocente, no está en el Quijote con ese sentido. Cervantes nunca usó esa palabra en su novela principal de ese modo.

«Lujo», en la época de Cervantes, significaba sobre todo «desorden» y «caos», en tanto que hacía referencia a conjuntos de cosas excesivas, que rebasaban las condiciones adecuadas para una vida ordenada. El lujo era un exceso incompatible con una vida sensata, prudente y racional. Como ven, la lengua y la literatura viajan juntas, y delatan la osadía de quienes pretenden engañarnos usando palabras fraudulentas y textos clásicos para atraer nuestras debilidades emocionales con promesas de felicidad.

La ignorancia de la literatura nos hace muy vulnerables. Les ahorro los ingenuos comentarios de tantos incautos que comentaban por una red social, supuestamente profesional y de mayor calidad que otras redes, a las que comúnmente sus usuarios, todos con un currículum bien ostentoso, por ciert –o– desprecian. No sólo no habían leído el Quijote, sino que, además, se jactaban de comentar la frase identificando a Cervantes, cual papa de nuestro tiempo, con una vida vocacionalmente modesta y virtuosa.

La felicidad es una de las obsesiones más patológicas de nuestro siglo XXI. La gente no se da cuenta de que cuando alguien nos habla de felicidad lo hace mirando a nuestro bolsillo y, sobre todo, a nuestra tarjeta de crédito. Internet es el paraíso del embuste. Sorprende que haya tantas personas, supuestamente inteligentes, y con formación universitaria, que se traguen todas estas trapacerías y trapalladas.

Piensen que Cervantes muere un 22 de abril de 1616 y Shakespeare un 3 de mayo del mismo año. Inglaterra, el país de Newton (1643-1727), sigue anclada en el calendario juliano hasta 1752, porque no conocía el calendario gregoriano, que se descubre en la Universidad de Salamanca en 1515, cuando Tomás Moro andaba viendo y escribiendo utopías anglosajonas. Curiosa paradoja, que el padre de la física moderna, Newton, muriera contando los días igual que los contemporáneos de Julio César.

A la mayor parte de la gente nadie le ha explicado nunca jamás el Quijote. Ni le han dado en toda su vida una sola razón para leerlo. Muchos gurús de la literatura hablan de Borges como el autor del Quijote o incluso como su mejor intérprete, tanto en inglés como en esperanto. Otros, directamente, afirman que la supraconciencia existe.

Y la vida sigue igual, celebrando cada 23 de abril el día de la muerte de Cervantes, de Shakespeare o de la democracia como el fin (o el nacimiento, da igual) de la historia. La mentira es la fiesta de la globalización. Que es lo mismo que decir que la globalización anglosajona es la fiesta universal de la mentira. Y todos contentos.

Pero la literatura es otra cosa. No se metan con el Quijote, porque saldrán perdiendo. Siempre. El primero que lo intentó fue Avellaneda, y quedó –como Borges y Nabokov– escaldado. La felicidad consiste en tener salud, y en cuidar de la salud de quienes no la tienen. No pierdan el tiempo con tonterías. La literatura es cosa seria y la vida no es eterna. 

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