Opinión | Sálvese quien pueda

Los nuevos Herodes ya no matan a cuchillo

Un niño palestino delante de casas destruidas tras un ataque de Israel

Un niño palestino delante de casas destruidas tras un ataque de Israel / Mohammed Saber (EFE)

Fue el azar el que me llevó a leer , uno tras otro, dos libros que sitúan al lector en dos tiempos del vivir, dos etapas de ese viaje de la infancia a la madurez con destino común e irreversible. Juegos prohibidos, de François Boyer, empieza abruptamente con la visión de una niña tumbada en el suelo que ve pasar pies, pies y más pies, piernas y más piernas. Era una columna de refugiados que huían de los bombardeos sobre civiles en la II Guerra Mundial. Parecía una larga lombriz: la cabeza avanzaba, la cola se detenía, la cola avanzaba, la cabeza se detenía o se dispersaba coincidiendo con algún avión que masacraba, y volvía luego a convertirse en lombriz. Entre esos pies faltaban los de sus padres caídos  en el camino, pero ella seguía adelante, sola, huérfana ya, sin más destino que seguir caminando.

Esta novela destaca hoy más que nunca si se quiere ver lo que hace la guerra con la infancia, y no solo en los países del tercer mundo sometidos a escarnios bélicos de mentalidad medieval pero con armas sofisticadas. También en los bombardeos despiadados de un Israel que mata a niños y mujeres a distancia y envía al ejército mejor dotado del mundo con el respaldo de la primera potencia mundial a luchar contra civiles desarmados. O en los rusos sobre la población de Ucrania, rompiendo familias, deshaciendo vidas, aterrorizando la infancia y expulsándola de sus tierras por puro afán expansionista. Aquellos judíos que sufrieron según los evangelios la matanza a espada de sus hijos inocentes por Herodes, están devolviéndolo con creces no solo dejando pequeño con sus bombas aquel episodio sino que, lo peor, con la diferencia de que ahora es real y no un relato bíblico. Netanyahu y Putin como nuevos Herodes.

Los perseguidos por los romanos en el pasado y por los nazis en el siglo XX, convertidos en perseguidores de sus vecinos; los encerrados como animales en campos de concentración practicando ahora sin pudor la reclusión de un pueblo que, como ellos antaño en busca de la Tierra Prometida, deambula descalzo de aquí para allá por su propia tierra huyendo de  sus bombas. Perseguidos convertido en perseguidores como la misma Iglesia cristiana, que sufrió el martirio durante los tres primeros siglos y luego fue una debeladora de herejes incombustible. Y, por medio ¿cómo lo entenderán tantos niños recién asomados a una vida llena de odio, expolio, hambre, sangre , fuego y en muchos casos orfandad? Como la niña de Juegos prohibidos que acabo de leer.

El otro libro que acabé se va al extremo contrario y no tiene más guerra que la del envejecimiento. Empujar el sol, de Dioni Porta, narra la historia de Estanis, un septuagenario vitalista, lleno de afanes y que convive con su mujer y su cuñada. No hay guerras por medio pero los protagonistas de esta novela afrontan, con dignidad y rebeldía, su proceso de envejecimiento. Una guerra de desgaste sentenciada por la propia naturaleza. Lo increíble es que el autor haya conseguido con el relato de unas vidas tan cotidianas y comunes mantener de principio a final la atención del lector. Esta es otra guerra y no afecta, menos mal, a los niño sino a sus mayores. 

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