Opinión | Haciendo amigos

Galician thriller

Una de las calles de Rebordechao.

Una de las calles de Rebordechao. / FDV

Ahora por fin lo puedo contar: el de Rebordechao es un pueblo increíble. Enclavada en el corazón del valle del Arnoia, a poco más de un par de kilómetros de su nacimiento, la aldea descansa protegida por la cadena de cumbres que coronan la sierra de San Mamede, como el Penedo dos Afeitados, el de As Mozas o el impresionante Penedo Negro, y forma parte, junto con la sierra de Chandrexa, el Fial das Corzas y los Montes do Invernadeiro, del espacio más completo de la alta montaña gallega, como es el gran Macizo Central ourensano. Una sucesión de parajes en los que la naturaleza nos toma al asalto sin piedad ni compasión ninguna para con nuestros sentidos, y la vuelta de cada curva, de cada camino, de cada sendero es un nuevo impacto en nuestra capacidad para la fascinación. Uno de esos lugares en los que resulta imposible no sentirse a la vez pequeño ante la colosal potencia de la naturaleza y, al mismo tiempo, agradecido, aunque nada más sea por poder contemplar semejante espectáculo. El de los saltos de agua, el de las huellas del lobato que camina en el alba junto a su madre, el de la tierra vista desde el cielo que es la cumbre de la sierra.

Todo eso es Rebordechao, sí. Pero, sobre todo, es algo más. Algo intangible. O tal vez no. Algo invisible. O, en realidad, no. Porque cuando crees que no hay nada más grande que las cumbres que nos protegen, descubres que sí lo hay…

Aunque en castellano se puedan emplear de manera sinónima, el Dicionario da Real Academia Galega advierte de que una cosa es la aldea, y otra el pobo. Mientras que la primera se emplea para referirse al «Núcleo pequeño de población, de carácter rural y con pocos vecinos», el pobo hace referencia al «Conjunto de personas que viven en un lugar determinado». Esa, justamente esa, es la razón de que haya escogido comenzar esta columna como lo he hecho.

Porque más grande aún que la aldea de Rebordechao y su entorno, eso es, sin lugar a dudas, su pueblo. Su gente…

La de Rebordechao es una comunidad fuerte. Un colectivo humano que avanza atravesando la niebla del tiempo que desde hace ya demasiados años envuelve el valle, convirtiendo a la aldea en una especie de barco fantasma que navega a la deriva por un mar de incertidumbre eterna, unidos con tanta determinación como generosidad. Y, créanme, no es fácil. Este es un lugar duro, potente. Muy potente, de hecho. La gente es amable, buena y generosa. Pero la montaña exige sacrificio. Entrega y esfuerzo, la determinación firme del hombre, de la mujer que se decida a pelear la recompensa, a veces incluso a arrancar de la tierra el sustento de las bestias con sus propias manos. Casi siempre por las buenas. Y, si fuera necesario… Bueno, si de vez en cuando decimos eso de «por las buenas» nada más es para recordarnos que en determinadas ocasiones no queda más remedio que hacer las cosas por las malas.

Y así, este lugar se va llenando de historias. Algunas son conocidas, algunas se han convertido en leyenda, incluso. Están grabadas a fuego en el viento. En la voz del lobo que aúlla a lo lejos, en las palabras que, como en una avalancha, ruedan con estruendo desde las crestas de la sierra hasta la profundidad del río. Otras, sin embargo, no lo son tanto… El valle está sembrado de historias desconocidas que no pasan de ser más que un susurro, un secreto que se derrama de boca en boca, en la confidencia murmurada, en un encuentro fortuito, en las sombras furtivas del camino.

El valle está lleno de historias. Algunas discurren en el caudal rico y profundo del río, dispuestas para quien quiera sumergirse en ellas. Otras se ocultan en silencio bajo nuestros pies, agazapadas en un torrente subterráneo, oscuro y turbio como cualquier buena novela negra. En todas, en todas y cada una de ellas, hay un relato por ser contado. Tenemos la lluvia, la niebla, la noche. Pero también el dolor, la violencia, el horror. Galicia, toda ella, es puro thriller… 

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