Opinión | Sálvese quien pueda
Tiro al profesor, que suele ser al blanco

Tiempos difíciles (como siempre) en las aulas escolares. / FDV
Es tan ridículo que pienso si lo he soñado esta noche pero estoy casi seguro de que ayer lo oí contar al preminente psicólogo Arun Mansukhani en un medio tradicional y no en las redes, que son una magnífica manera de desinformarse. Unos padres pidieron cita con el profesor de su hijo por el suspenso que le dieron tras presentar solo una pequeña parte de los temas exigidos. Lo esperpéntico es que cuando el profesor llegó a la cita se encontró con que no eran dos quienes le esperaban sino un trío con su abogado. Supongo que será un derecho que les asiste porque en esta sociedad priman los derechos sobre los deberes pero yo los echaría a cajas destempladas esparciendo agua bendita sobre ellos con un hisopo al grito de «vade retro, Satanás».
Acabarán estos padres necios y sobreprotectores judicializando también la escuela. Si se abre esta veda surgirá entre la abogacía, necesitada de diversificación, una nueva casta de cazadores escolares especialistas en el tiro al profesor, porque no les será difícil en la mullida y garantista legislación española hallar un «casus belli» que arrincone aún más al profesorado. Pertenezco a la generación estudiantil de la letra con sangre entra a pesar de estudiar en colegios de la elite de aquel tiempo, bien es verdad que dirigidos por religiosos. Una generación en que se respetaba la figura del profesor más por miedo que por respeto, pero también por respeto porque nos habían inculcado una distancia de su figura y una aceptación del verticalismo en las aulas, y no este horizontalismo entre profesor y alumno que ahora predican.
No sé que dirán todos esos expertos en los nuevos modos de enseñanza, seguro que me echarán maldiciones por inculto ante tema tan complejo éste de los niños pero aquí estamos nosotros, los ahora mayores sobrevivientes de aquella educación coactiva y a veces terrorífica para el alumnado y no veo yo que, tras tanto cambio de ley educativa para adaptarse a los nuevos tiempos, los chavales que andan hoy entre pupitres sean significativamente mejores que nosotros. Digamos que en nuestra etapa y al principio bajo una dictadura, nos hacían sentir la educación como un privilegio e incluso como un servicio al Estado que debía organizarse con firmeza y no como hoy en que parece una clínica terapéutica con servicios psicológicos para atender como se merecen a los pobres niños maltratados por la sociedad.
Y, por medio, unos padres importunando más de la cuenta, mirando la paja en el ojo ajeno y a veces olvidándose de la viga en el propio. Pero ¿qué queréis que hagan los profesores si nosotros, como padres, no tenemos siquiera tiempo para ver a nuestros retoños, y nos separamos y desestructuramos cada dos por tres sin saber qué hacer ante la nueva era de avances tecnológicos que los acecha y envuelve? Y ¿quién piensa en los profesores, con directores que por cortapisas políticas miran hacia otro lado cada vez que presentan una queja? ¿Quién en sus trastornos de ánimo, sus carencias formativas, su escasez de personal de apoyo y falta de oportunidades para su desarrollo profesional (ya no hablo de su baja remuneración), la falta de respeto hacia su figura y las agresiones físicas y verbales del alumnado? Así, los quemados y desmotivados acabarán siendo mayoría.
Suscríbete para seguir leyendo
- El jesuita gallego que escucha a los presos en Tailandia
- El caso de los asesinatos de cuatro hermanas gallegas
- «Opero unos mil tumores de pulmón al año»
- El legado de Eduardo Barreiros
- “Cuando gané el oro en Atenas sentí que rompía una maldición”
- “La crónica de cómo llegaron a Galicia los restos del Santiago no tiene ningún fundamento”
- La heroína de la justicia social
- Figueroa, de Redondela a la élite mundial del adiestramiento canino